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Opinión

Un camino cuesta arriba, por Lucia Solis

Si en el mundo entero, incluso en países ricos, el fútbol practicado por mujeres continúa en pleno proceso de ascenso, en el Perú todavía no termina de despegarse del suelo.

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Desde que tengo uso de razón, mi hermano, que es un año menor que yo, pateaba pelotas y vestía pequeñas camisetas de la ‘‘U’’; jugaba al fútbol con mi papá en el parque de atrás de mi casa, mientras que yo, mirando a unos pocos metros, acomodaba las ollas, cucharas y comida de plástico de mi cocinita de juguete.

No lo hacía a propósito, claro, pero si el trato hubiese sido al revés o, al menos, equitativo, quizás podría haber sido yo a la que le regalaran balones cada Navidad, a la que habrían inscrito en talleres de fútbol durante las vacaciones o a la que llamaban a jugar en la calle con mis tíos y primos.

De haberse dado tal escenario, quizás yo, como otras niñas peruanas, podríamos haber llegado a ser jugadoras de la Liga Femenina nacional. Quién sabe. Hace poco escuché, en un especial sobre fútbol femenino en el Perú, sobre cómo las futbolistas debían intercalar sus entrenamientos con labores de cuidado en sus hogares y lo que ello generaba en su rendimiento físico y bienestar emocional. Parece que en nuestro país, ser mujer y futbolista es un trabajo doble y hasta triple.

Si en el mundo entero, incluso en países ricos, el fútbol practicado por mujeres continúa en pleno proceso de ascenso, en el Perú todavía no termina de despegarse del suelo. Inversión, sentido de responsabilidad y planeamiento por parte de las entidades correspondientes podrían representar tres de las aristas base para profesionalizarlo. Porque no se puede pedir a la Liga Femenina volverse competitiva de un día para otro o exigir al equipo nacional golear a selecciones que tienen cuatro —incluso más— veces la financiación que la peruana.

Una educación con enfoque de género puede ser la cuarta artista. Una enseñanza teórica y práctica que motive a las niñas a patear, correr y hacer deportes históricamente pensados solo para niños. Se podrían sumar lineamientos que eliminen la obligatoriedad de la falda como parte del uniforme femenino porque eso limita sus ganas y capacidades de saltar, correr y caer como lo hacen sus compañeros que, con pantalones rotos y enmendados, juegan libres por los patios de los colegios.

En 10 días, la Copa Mundial 2023, prevista como el evento deportivo femenino con mayor asistencia de la historia con récords internacionales de ventas de entradas, habrá terminado. Que este auge no decaiga y los cambios continúen. Como dice la periodista Megan Clement, el fútbol ha sido —y sigue siendo— hostil para mujeres, población LGTBIQ+ y personas racializadas; un deporte al que, muchas niñas que fuimos, son y serán, no están invitadas a participar. Mientras la realidad sea esta, el camino sigue siendo cuesta arriba y queda todavía muchísimo por hacer.