Ser peruana es un hecho. Lo somos porque existe un estado nación que nos da una nacionalidad, un espacio donde ser agentes económicos, un sistema educativo y de salud, un largo etcétera. Ser peruano también es una experiencia colectiva, una manera de vivir que nos define en su gran diversidad, pues el peruano de Lima no es el peruano de Apurímac, ni tendría que serlo, puesto que ser iguales como personas en una comunidad sería extremadamente tedioso.
Ciertamente, ser peruano es una experiencia individual también, algo creado por la mezcla de azares (haber nacido como un ser consciente en una sociedad determinada) y decisiones nuestras y de nuestros padres. Los privilegios y las carencias son resultado de esa suma de circunstancias, y ser consciente de ambos sirve para darnos cuenta de la fortuna —o ausencia de ella— que nos ha tocado. La peruanidad nos engloba con sus muchas complicaciones y virtudes, pero no siempre la experiencia es lo que nuestras voluntades o ilusiones quisieran.
El hecho de ser peruana es imposible de cambiar, incluso si se opta por abandonar, por irse lejos y romper con la sociedad de la que somos parte. Los vínculos fundamentales, más íntimos, no desaparecen por el solo hecho de irnos. Algo siempre añora eso que ser peruano significó: un afecto, un desamor, una alegría colectiva, un desengaño individual.
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Pero eso no quiere decir que ser peruano sea algo inmanente ni eterno. Somos peruanas porque estamos aquí de una forma estructural, en una sociedad que como otras es temporal. Ser peruanos —o de cualquier otra nacionalidad— ocurre en el tiempo tanto como en el espacio, y nos configura como seres humanos en el hecho de estar aquí y ahora, en donde nos ha tocado estar y con quienes nos ha tocado ser.
Dicho de otra forma, ser peruana es un asunto moral. Una manera de vivir la vida que vamos haciendo de acuerdo a lo que la vida es, que además es posible cambiar. El desorden nacional no es inherente a la peruanidad, sino el resultado de lo que hemos hecho y dejado de hacer como sociedad: es la peruanidad que tenemos, no la única que puede ser. El patriotismo requiere asumir que nada tiene que ser eterno sino que puede ser mejor si actuamos para lograrlo, si aprendemos a entender nuestra peruanidad como algo que tiene que ser mejor para todos.
En los tiempos durísimos que vivimos, no solo atrapados en caos político sino con amenazas existenciales a la civilización, celebrar el 28 no debería ser solo la pompa y la circunstancia, sino algo más: buscar qué quisiéramos celebrar, qué quisiéramos ser. Debería ser sobre el futuro, no sobre el pasado o sobre falsas inmanencias. Sobre qué sociedad, en este estado nación, quisiéramos ser.