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Opinión

No ser, por Carlos Cornejo

"Un debate en España me lleva a reflexionar sobre el Perú. En pleno procesoelectoral, al socialista Pedro Sánchez se le cuestiona desde amplios sectores ciudadanos, con profundo encono, el haber pactado para gobernar con Bildu".

larepublica.pe
Cornejo

Bildu es la herencia de Herri Batasuna (HB), brazo político de ETA, ilegalizado en 2003 debido a sus vínculos con el terrorismo. HB devino en
Euskal Herritarrok (EH), una coalición política donde estaba HB y otros grupos de la llamada izquierda abertzale. También fue ilegalizado. Fueronapartados del juego democrático por su relación con ETA. La ilegalización implicó la participación en elecciones. La diferencia de estos grupos antes citados, con Bildu, estriba en que hoy es parte de la vida política española, tiene representación parlamentaria, es reconocido por el Estado español como un partido y varios de sus miembros vienen de las organizaciones antes citadas. Los que fueron parte de una arquitectura violenta y asesina, ahora hacen política y, además, le dan estabilidad al Gobierno del Partido Socialista de Sánchez. ¿Cómo es esto posible?

La banda terrorista depuso las armas, acorralada por las Fuerzas de Seguridad en el 2011. Bildu ha rechazado y ha condenado la violencia de
ETA, pero eso no borra el profundo dolor desarrollado por sus socios. Por eso el duro cuestionamiento ciudadano a lo pactado por Sánchez.

Viendo lo que ocurre en España, pienso en el Perú. ¿Qué pasaría en el Perú si el Movadef renunciara a su prédica violenta, rompiera con SL y decidiera
hacer política en el marco de las reglas democráticas? Hay que recordar queel Movadef lo intentó. Quiso ser reconocido como partido ante el JNE el
2011. Se les negó la inscripción, no quisieron romper con su ADN asesino y violento.

Pero la pregunta sigue en el aire. ¿Deben partidos como Bildu, o en el supuesto que el Movadef lo fuese, ser parte del juego democrático? Pienso
en las víctimas y me digo a mí mismo que no, que el dolor generado es imperdonable.

Pero, al mismo tiempo, hay otra forma de verlo. Me adelanto diciendo que no votaría jamás por aquellos que permitieron o estimularon la muerte, pero
soy un convencido que su mayor derrota estaría justamente allí, en hacerles pasar por el aro del juego democrático. ¿Qué mayor vergüenza para los que
abrazaron la violencia que tenerse que comer las reglas de juego del sistema que quisieron dinamitar?

Poder verlos arrinconados en el debate público por la pobreza de sus ideas, su fanatismo, dejando en evidencia su mediocridad al no tener detrás
pistoleros que los avalen, es el triunfo del Estado de derecho. Su gran derrota sería existir para tenerlos como referencia de lo que los demócratas
aborrecemos. Esa es la gran derrota de los violentos, la de no ser aún siendo.