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Opinión

Fetichismos universitarios, por Eduardo Villanueva Mansilla

“El dueño de ese engendro ha recibido apoyo político de la misma rectora de la UNMSM, universidad que debería ser la líder en la exigencia universitaria, pero que ha optado por ser...”.

larepublica.pe
Villanueva

El éxito de la PUCP (de la que formo parte como profesor del departamento de Comunicaciones, aclaro), al alcanzar un décimo puesto regional en uno de los varios rankings sobre universidades, es ejemplo de lo bueno que se hace en la universidad peruana, pero también de la tragedia política que la acogota.

Basta constatar normas legales recientes: la desaparición final de la tesis de bachillerato y la creación de muchas varias universidades nacionales. Lo primero no es inherentemente malo, puesto que el fetiche de la tesis como investigación nunca logró demostrar ser válido; pero la creación de universidades, como siempre presentadas como un pedido de los pueblos, es profundamente malo, por razones que en el fondo son las mismas que las del bachillerato por tesis.

No hemos sostenido un nivel mínimo de calidad universitaria, en la forma de exigencias institucionales y personales que sean viables pero consistentes y duraderas; no hay un sistema de incentivos independiente, ni mucho menos un sistema de evaluación docente similarmente independiente. Se crean burbujas que no permiten que nada nuevo ingrese, con la seguridad que la autonomía y la libertad de cátedra protegen el inmovilismo y la desidia.

Al mismo tiempo, seguimos teniendo doctorados vacíos, sin estándares claros. El caso de la persona que ocupa la oficina de fiscal de la Nación sigue siendo la mejor denuncia sobre la banalidad de la universidad peruana; y el dueño de ese engendro ha recibido apoyo político de la misma rectora de la UNMSM, universidad que debería ser la líder en la exigencia universitaria, pero que ha optado por ser apenas comparsa de intereses privados.

Crear universidades nuevas así, sin ninguna intención de poner estándares mínimos, es ridículo y una estafa, aunque seguramente habrá quienes ya estén planeando la formalidad vacía: el himno, la bandera, el color de las medallas. La libertad de cátedra como excusa para jamás ser evaluado; la eternización en el puesto porque “los veteranos tienen mucho que aportar”. Nada de eso significa más que una pantomima, como lo es la tesis de bachillerato.

¿Cómo cambiar el rumbo? ¿Cómo lograr que las universidades no pongan por delante sus fetiches o sus intereses privados? En parte se necesita recursos, sistemas independientes y algo de tiempo, pero primero que nada tendríamos que definirlas como bienes públicos y regularlas como tales. No es qué hacen, sino para qué lo hacen; no existen para sus docentes, sino para nuestra sociedad. No es cuestión de rankings, es saber qué importa y a quién se sirve. Mientras sigamos pensándolas en función de dueños o docentes que actúan como dueños, las universidades peruanas no saldrán de la mediocridad.