Los partidos políticos, para serlo realmente en la vida democrática de un país, deben ser fuerzas vivas. Deben ebullir trabajo político. Deben -sus comités- tener una agenda anual de actividades durante todo el año para que ciudadanos y militantes participen de sus convocatorias, se reúnan, discutan los temas del país, en los que se fortalezcan los ideales democráticos y se ponga a prueba -desde diversas orillas de pensamiento- ideologías opuestas. Esa es la riqueza, entre otras del trabajo político. Toda esta actividad, además, debe hacerse sin -necesariamente- estar en campaña.
Sobre lo anterior, basta ver las webs de partidos que trabajan todo el año y que conectan con los ciudadanos. Ese ejercicio nos da una idea clara de los enormemente deficitarios que son, en casi todo, los partidos peruanos. Es impresionante ver cómo en el actual verano europeo un partido como el español “Unidas Podemos” ha configurado un sinfín de actividades en las que se debaten temas de coyuntura política, feminismo y derechos humanos; han desarrollado asambleas de militantes o simpatizantes; han creado un canal digital para dialogar con los ciudadanos. Y, como “Unidas Podemos”, lo han hecho también otros partidos.
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La vida partidaria acerca las ideas a la gente, las pone en sus manos para su adhesión o su distancia. Es, además, un arma para construir una militancia comprometida, esta será necesaria para que, cuando se acceda al poder, se produzcan cambios estructurales. Es un espacio donde la militancia se prepara políticamente para el poder. Esta dinámica también debe convertirse en un cotidiano para los miembros de los altos niveles de la organización. Al no ser gobierno, su tarea es preparase para serlo. ¿De qué sirve ser oposición si desde ese espacio no se le ofrece al país salidas a nuestras encrucijadas más complejas?
Por ejemplo, hace unas semanas, entrevisté a un representante de Acción Popular y a otro del Partido Morado. Eran los días en los que el Ejecutivo no sabía cómo enfrentar el dengue. Intuía que la respuesta de ambos políticos sería muy pobre, pero me pareció que era igualmente importante hacer una pregunta que pusiera en evidencia, por lo menos en salud, la nulidad de sus aportes como organización.
Les pregunté “cuál era -desde sus espacios- la propuesta que le ofrecían al país para enfrentar el dengue”. Añadí a la pregunta una ligera provocación: “Cuándo se convocaría a una conferencia de prensa donde el equipo de salud de cada uno de sus partidos le ofrecería al Ejecutivo un plan alternativo para enfrentar el dengue”. No hubo respuesta.
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De eso hablamos, entonces.
Si los partidos son cascarones, si no tienen vida, si no se preparan para llegar al poder, si no son alternativa para solucionar los enormes problemas del país, ¿para qué están? Hoy, sin duda, para hacer lo que estamos viendo: vivir a nuestra costa sin jugársela por el país.