Del carácter “democrático” y sus abrazos, por Patricia Paniagua

“Hemos visto en pantalla una reincidente conducta de agresión con sus colegas, por parte de la titular de la Comisión de Relaciones Exteriores y expresidenta del Congreso”

La semana que termina ha traído consigo infelices postales para la posteridad en la escena legislativa. Buena parte de ellas, sin duda, han estado relacionadas con la votación inesperada de la reconsideración para la aprobación de la bicameralidad, rechazada por la ciudadanía vía referéndum en el año 2018.

Esta iniciativa, a la que le hicieron falta votos para lograr los 87 y aprobarse sin referéndum, ha reconfirmado la absoluta mezquindad de un Congreso, con alrededor del 6% de aprobación ciudadana, carente de toda legitimidad, que busca evadirse a toda costa del poder de la ciudadanía y de sus veredictos que anticipan el fracaso de este proyecto.

Este nuevo intento de permanencia de esta clase política, lejano de ser un genuino ensayo de salida a la profunda crisis política que atravesamos habla, nuevamente, de sus ambiciones de acumulación de poder y de sus deseos de reelección a través de esta posible nueva vía.

No solo esto ha quedado en evidencia, sino que, en el acaloramiento del muy pobre debate y su inexistente profundidad argumentativa, hay quien ha revelado ofrecimientos y negociaciones de “canje de votos”, “ley mordaza” por “bicameralidad” que, a todas luces, advierten un bochornoso modo de “diálogo” y “consensos”. En este mismo escenario, hemos sido testigos del nivel de presión, traducido en acoso violento.

En particular, hemos visto en pantalla una reincidente conducta de agresión con sus colegas, por parte de la titular de la Comisión de Relaciones Exteriores y expresidenta del Congreso de la República, ad portas de ser condecorada por este Congreso con la Orden de Gran Cruz.

No solo el lenguaje corporal ha hablado de lo sucedido en esta escena oprobiosa para la ciudadanía, sino que hemos tenido frases reivindicativas que han pretendido vincularla al “carácter” necesario para la “defensa de la democracia” o qué jaloneos y gritos no existieron y se trató de un “abrazo”.

Este hecho no solo amerita un serio análisis del trasfondo de esta reiterada conducta y de las sanciones que ameritan hechos de este tipo, sino que debe servir para afirmar el carácter y vocación de toda convivencia democrática como único camino posible para construirnos en comunidad, especialmente, en horas difíciles en que parece imperar la barbarie.

Afirmar y reconocer el impacto de las acciones propias en la comunidad, los derechos y deberes propios y de los otros y respetar la pluralidad de voces, identidades y opiniones es abrazar la democracia y abrazarnos en democracia. Es reconocer en el otro a un igual, un ciudadano o ciudadana cuya participación es crucial para la toma de decisiones de la comunidad, junto al que debemos procurar condiciones de vida digna para todos y todas y con el que ha de construirse diariamente el bien común, sobre la base del respeto, en las concordancias y más allá de las diferencias.