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Opinión

Papá, quiero ser pintora (No, hija)

"Cada junio Gianela se pregunta cómo envejecerá el tatuaje de su padre".

larepublica.pe
El Día del Padre en Perú se celebra el tercer domingo de junio. Foto: Pexels

Cada junio Gianela se pregunta cómo envejecerá el tatuaje de su padre. Gianela en cursiva, Gianela en tinta verdinegra, Gianela sobre 20 centímetros del brazo. Su nombre habita el cuerpo de quien le regaló explosiones iguales de risa y de ira. “Hija, se caerá la pared por tanto dibujo”. “Pues la recogemos, papá”. Así como fue el amigo que posaba para los retratos en un país donde el arte tiene reputación de mendigo, al ritmo del érase una vez se convirtió en el antagonista, cuando eligió la retirada muda en un campo de acuarelas Maped y de pinceles Bomega, en una etapa universitaria naciente.

Él le había tejido un ego y después había decidido deshilarlo desde la comodidad de la ausencia, sin que Gianela —con 19 años y los primeros pasos de una carrera— tenga la oportunidad de auxiliarse o de recibir aclaraciones. Recibirlas, no pedirlas. La vida se había reducido a una moneda con la cara de un “te amo, hija” y el sello de un “te dejo, hija”. Ella, conquistada por la decepción, sujetó la hebra de colores y jaló. Jaló y jaló. Su madre se sumó a la causa y —por fin— a la convicción de que solo el arte le permitiría amarrar al diablo por la cola. El diablo, en ese momento, era el padre.

Ambas, con trabajos extras e independencias humildes, avanzaron hasta la graduación. ¡Bravo! ¡Bravo! Pero Gianela cargó consigo los episodios en el colegio Lourdes, en la iglesia San Sebastián y en la cochera de una casa que aspiraba a ser restaurante. Es decir, los episodios de su padre en las ceremonias de brigadieres, de su padre como lector en las misas de los sábados, de su padre como compañero de almuerzos en el menú contiguo a la academia pre.

Enumeró las llamadas no contestadas y camufló la pena con tonos pasteles. Creció, agradeció, soltó la hebra que ya se había vuelto soga y desplegó, cual telón, su mejor obra: una figura masculina de rostro satisfecho, con un brazo elevado y sin huella de tatuaje. “Crédito y descrédito”, la tituló.