Suelo terminar discutiendo con los serenos de mi distrito por Azul. Azul es una perra de 2 años, bóxer. Nos gustó la raza. Ladran muy poco, si socializan desde pequeños no tienen conductas agresivas y no están en la curiosa lista de razas potencialmente peligrosas, un concepto que olvidó la socialización como forma de atemperar el carácter de un perro por encima de sus condiciones genéticas en relación a su comportamiento. Es muy obediente y es absolutamente protectora con los niños.
Diré, además, que al llegar a casa en pandemia, en su primer año y medio, nunca estuvo sola, los humanos le son indispensables. Las mañanas en que se queda sola con Catalina, la gata, son un día triste para ella. Está claro que su paseo libre y sin correa —por el parque— no es un riesgo para nadie. Pero los nuevos gerentes municipales han instruido a sus serenos, en una suerte de mano dura jactanciosa, para que se multe, a diestra y siniestra, a quien no amarre a su perro.
¿A dónde quiero llegar? A que no termino de entender por qué la forma en que los gobiernos municipales resuelven estos temas es a punta de ordenanzas y multas. ¿Por qué las soluciones no suelen ser creativas ni pensadas para que de alguna manera la convivencia vecinal pase por entender que podemos ganar todos? No, lo que prima es el sable autoritario.
Un ejemplo de esa verticalidad, municipal y legislativa fue la creación de la norma sobre la obligatoriedad de la correa en perros, y que uso como ejemplo. De forma vertical se decidió unas razas sí, otras no. No importó saber que un perro que no hace ejercicio es un animal que enferma. Incluso hay razas que precisan de un alto nivel de ejercicio, si no corren, se mueren. Pero no, allí donde un perro corra libre, vacunado y bajo la mirada de su dueño, cae una multa.
Lo de siempre, la norma y su carácter punitivo. ¿No se pudo pensar, por ejemplo, en formas de resolver estos impases de otra manera? Hay una idea muy extendida entre los que gobiernan: si no mandan con mano dura, entonces no mandan. Por qué no pensaron en horarios de paseo de perros sin correa, un par de horas en la mañana y otro par en la noche, por ejemplo. Un gran cartel podría anunciarlo. Otra. Por qué no pensar en áreas dentro del parque donde corran los perros y que pueden estar delimitadas por vallas. Pero no, prima la convivencia mediada por la mano dura. Me resisto a pensar que los peruanos no podamos construir acuerdos para la pequeña y la gran convivencia. Yo me comprometo a pasear a Azul en un horario establecido sin que la Sra. Juana se moleste y, a cambio, soportaré un par de veces a la semana las dos horas de clase de batería de su hijo Lolo, sin que ambos llamemos al sereno para quejarnos. Una vida vecinal que no está mediada por la conducta autoritaria de la corporación municipal, sino por los acuerdos.