Historiadora y profesora principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la Universidad del Estado de...
Dice el historiador Enzo Traverso que vivimos en una era sin utopías. Desde que el fin la guerra fría sepultó la utopía de la revolución, los ex-socialistas se volcaron a los estudios de memoria y al activismo en derechos humanos. La memoria de la víctima tomo el lugar del revolucionario (La historia como campo de batalla, 2012; Left-Wing Melancholia, 2016).
Este giro, que el escritor Juan Carlos Ubilluz ha llamado “el giro ético” (Sobre héroes y víctimas, 2021), es fácilmente constatable en el Perú, reparando, por ejemplo, en la composición de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Algunos de sus más estacados integrantes provenían de las canteras de la izquierda, como Carlos Iván Degregori, y tomaron como misión documentar las violaciones de derechos humanos de cualquier bando para que no quedaran impunes.
Pese a haber sido pensadas principalmente a partir de la Europa de la posguerra (y la memoria del holocausto judío) las ideas de Traverso funcionan también como un diagnóstico más amplio del mundo contemporáneo, sin bien con matices.
La utopía capitalista y el fracaso de la choledad
Porque en el Perú, como en otros países del llamado tercer mundo, el espacio que dejó el derrumbe de los socialismos lo llenó la utopía del neoliberalismo: la del mercado como panacea; la de las privatizaciones y el emprendedurismo; la idea de que basta la voluntad y el esfuerzo individual para construir un país. Si bien estas ideas se cimentaron durante el gobierno de Fujimori, y adquirieron un carácter aún más orgánico después de su caída, con el lanzamiento de “Marca Perú”, su innegable éxito puede atribuirse a que no se labraron sobre un vacío. Estaban presentes en el sustrato de fenómenos que las ciencias sociales analizaron y hasta vieron con simpatía. Las migraciones masivas del campo a la ciudad, la “cholificación” de las ciudades, fueron vistas no raramente como procesos democratizadores en un país cada vez más inclusivo. Se habló de un país más integrado y de la “conquista de la ciudadanía”. Los “invasores” pasaron a ser ciudadanos. Estos eran los mismos sectores a los que cortejó el fujimorismo, y muchos se enrolaron tras el entonces nuevo político: sectores emergentes y pequeños empresarios, incluyendo empresarios informales; ambulantes.
Lo que muchos no pudimos ver entonces, es hasta qué punto el proceso de cholificación y crecimiento de las economías informales fue el colchón que simultáneamente amortiguó y fue instrumentalizado por uno de los experimentos neoliberales más radicales de hemisferio, iniciado en los noventa. Porque ¿qué supuso, a fin de cuentas, la cholificación, sino trabajo precario, inestabilidad laboral y desprotección de los derechos básicos de los ciudadanos? Renegando del “Estado de bienestar”, el nuevo paradigma neoliberal asumía que cada ciudadano debía hacerse cargo de su propio bienestar, no el Estado; los ciudadanosdebían ser “autogestionarios”. Cuando Fujimori implementólos despidos masivos de trabajadores del Estado, a poco de iniciar su gobierno, y suspendió subsidios a productos básicos, el mensaje era “sálvese quien pueda”. El mensaje, claro está, para los desde abajo, porque para los de arriba los beneficios eran jugosos, como las exoneraciones tributarias para los agroexportadores. El ciudadano común debía librar sus batallas de supervivencia en solitario, en la selva de la nueva cultura combi, esperando el famoso “chorreo”. Paciencia, el mercado lo resolvería todo. Más allá de la metáfora… el transporte, como los otros servicios públicos, pasaron a ser negocios privados, y su calidad cuestionable.
Los despidos y la nueva mentalidad “anti-Estado” alentaron la informalidad. Pero esta — en la práctica— precarización laboral, fue convertida en virtud por la bien publicitada utopía del emprendedurismo predicada con entusiasmo, entre otros, por Rodolfo Arellano desde sus columnas de El Comercio y en su libro La Ciudad de los Reyes, de los Chávez, los Quispe… El logo de Marca Perú fue tan popular que casi reemplazó al escudo nacional. Un “país exitoso”. ¿Qué más prueba que nuestra gastronomía, las cifras del crecimiento económico y los “malls”? Mirándonos en el espejo del turista, cualquier invitación a la crítica resultaba impertinente y hasta “terrorista”. Nuestro mayor poeta, César Vallejo, fue tildado de “pesimista”,también en las páginas de El Comercio; y, por los mismos años,en un CADE Educación (2013), Ian Vásquez y Alfredo Bullard asociaban “mucha educación” con el comunismo, algo que no ayudaría al mercado… Mientras, la universidad que tomó su nombre devino en paradigma de la universidad-negocio. Grados y títulos en cantidades industriales. ¿Tesis plagiadas? Todo vale cuando hay un mercado. Eso también es el modelo. La desregulación económica dio pie a la desregulación ética.
Tres décadas después, el modelo ha tomado una forma extrema. Y ya nadie predica sus bondades, como en los tiempos de Marca Perú. ¿Y cómo habrían de hacerlo? En una economía a tal punto desregulada, la extorsión es un emprendimiento más, y el sicariato un empleo normalizado, mientras el extractivismo sin bridas está destruyendo el planeta. Hoy, es difícil decir qué es un bien público. No solo la educación pública está siendo privatizada, sino el propio Estado, carcomido por la criminalidad organizada. El modelo está vivo, no sabemos hasta cuándo, pero su realidad es tan fea para el ciudadano común, que el mito ya no vende. Nadie busca convencer, todos buscan imponer. La utopía del capitalismo neoliberal ha muerto.
Esto es el Perú, pero no solo el Perú. Es la forma en que experimentamos lo que Naomi Klein y Astra Taylor han llamadoel “capitalismo de desastre”. Los multimillonarios, dueños de las grandes corporaciones tecnológicas que rigen nuestras vidas hoy, saben que están destruyendo el planeta. Por eso, dicen Klein y Taylor, buscan colonizar el espacio; compran islas privadas y se apertrechan para defenderse de la catástrofe que ellos mismos han creado. Ellos se aseguran, pero para el resto, nuevamente, “sálvese quien pueda”. Trump ya no es la hipérbole, es el nuevo paradigma; el extorsionador mayor, el pirata del petróleo que mata y roba, porque puede.
Vivimos un cambio profundo, un cambio de era. Porque, si bien los paralelos con la “diplomacia de la cañonera” del imperialismo estadounidense post 1898 son evidentes, también hay diferencias. Entonces, como en todo el siglo XIX, el capitalismo vendió con éxito el “mito del progreso”; hoy busca imponerse con el miedo.
La memoria, pero ¿de qué?
Para terminar, volvamos a Traverso y a la memoria, ahora que se cumplen tres años de las masacres de Boluarte. Coincido en la necesidad de priorizar a las víctimas. Pero es preciso también recordar a los luchadores por dignidad y derechos, la solidaridad desplegada en aquellas y otras tantas jornadas. Son memorias imprescindibles para imaginar otros futuros en tiempos de desesperanza.

Historiadora y profesora principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la Universidad del Estado de Nueva York, con estancia posdoctoral en la Univ. de Yale. Ha sido profesora invitada en la Escuela de Altos Estudios de París y profesora asociada en la UNSCH, Ayacucho. Autora de La república plebeya, entre otros.