En las últimas dos semanas han tenido lugar hechos cruciales, poco difundidos en los medios locales, que conducen inequívoca e inevitablemente a la configuración de un nuevo orden internacional. Ellos ocurren en un escenario económico recesivo, caracterizado por altos niveles de endeudamiento, crecientes niveles de pobreza, inflación difícil de controlar, turbulencias financieras expresadas en la caída de tres bancos estadounidenses y un europeo, el Credit Suisse —el segundo banco en importancia de Suiza, que tuvo que ser vendido al suizo UBS para evitar su quiebra—, y reducción del comercio internacional.
Al respecto, el vicepresidente del Banco Mundial ha señalado que “la época dorada del desarrollo está llegando a su fin debido a la fractura de la economía global” y que el deterioro de “casi todas las fuerzas que propulsaron el crecimiento en tiempos pasados… está gestando la posibilidad de una década perdida… con serias consecuencias para enfrentar los desafíos de nuestros tiempos: una pobreza recalcitrante, ingresos desiguales y cambio climático”.
Tampoco es menor lo expresado por Kristalina Georgieva, la máxima autoridad del FMI, al señalar que las perspectivas de la economía global para el año en curso y el mediano plazo no son buenas debido a una “incertidumbre excepcionalmente alta provocada en gran medida por los riesgos de fragmentación geoeconómica que puede significar la división del mundo en dos bloques económicos rivales. Una división peligrosa que podría dejar a todos más pobres y menos seguros”. En realidad, Kristalina tiene razón en dejar traslucir que nos encontramos en un momento histórico de reconfiguración del poder mundial. Pero omite decir que ello se produce porque el orden prevaleciente no garantiza seguridad ni bienestar y las sociedades buscan un cambio.
Durante la visita de Xi Jinping a Moscú, ambos gobiernos acordaron promover el uso de la moneda china en las transacciones comerciales y financieras internacionales. Asimismo, los presidentes Lula y Xi Jinping acordaron realizar su intercambio comercial en yuanes y reales para prescindir del dólar.
Por otro lado, los Brics (Brasil, Rusia, China, India y Suráfrica) han comenzado a usar sus monedas locales para el comercio y han anunciado el lanzamiento de una nueva moneda común en la cumbre presidencial que se realizará en agosto en Sudáfrica. Irán y Argentina han solicitado vincularse al bloque y han sido aceptados, mientras que Arabia Saudita, Egipto y Turquía, entre otros, buscan acercarse.
Los países de la Asean (Brunei Darussalam, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam) también han propuesto realizar el intercambio comercial y transferencias intrarregionales en moneda local. En América Latina, en particular Brasil y Argentina, plantean medidas similares. El lema In God we trust, impreso en los billetes, no le alcanza al dólar para cumplir su función de valor de reserva y moneda de intercambio que muchos países, aunque cada vez menos, le confieren.
Pero el debilitamiento del poder de EE. UU. no solo se expresa en la pérdida de confianza de su moneda, sino en su capacidad de intermediador. China ocupó su lugar en la reanudación de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudita. Este último se incorporó a la Organización de Cooperación de Shanghái.
Durante la reciente visita de Emmanuel Macron a China, el presidente francés ha sugerido que Europa debería ser más independiente de EEUU para evitar quedar atrapada en crisis que no son suyas. En una entrevista en Político, Macron enfatizó la importancia de la “autonomía estratégica” para Europa y la necesidad de reducir la dependencia de EE. UU. en cuanto a armas, energía, el dólar y el conflicto en Taiwán. La guerra entre Rusia y la OTAN en territorio ucraniano ha encarecido el precio del gas y de los alimentos y está generando protestas en Europa.
Nuestra cancillería tiene una tarea importante para definir sus alianzas en este nuevo escenario internacional y mantener su soberanía.