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Opinión

El peso de las mentiras, por Rosa María Palacios

"Toledo, Fujimori y Castillo resumen, como señala Alberto Vergara, el fracaso del centro, la derecha y la izquierda en el Perú”.

larepublica.pe
Rosa María Palacios

Alejandro Toledo y su esposa salen a pie, una mañana fría de Viernes Santo, de las oficinas de la Corte de San Francisco. Se les acerca un reportero. Un amigo de la pareja trata de impedir las tomas de todas las formas inútiles posibles. Su inexperiencia va unida a su dedicación, lo que genera una larga secuencia del más absoluto ridículo. El antaño locuaz presidente no quiere hablar. Su esposa le dedica al reportero las groserías que aprendió del castellano. Ambos lucen perdidos. Las escenas de RPP se viralizan en el Perú mientras los creyentes caminan al vía crucis.

Toledo ha conseguido un plazo más. Debía entregarse, pero consiguió dos semanas, que le quedarán cortas. Ha recurrido a todas las armas. Las políticas, las académicas y las judiciales.

Ha conseguido firmas influyentes como la de Francis Fukuyama o Steven Levitsky para que imploren al Departamento de Estado y así impedir su inminente extradición; ha usado y abusado del habeas corpus y las apelaciones; les ha recordado a todos los que lo han querido escuchar que él sigue siendo el becario perpetuo de todas las fundaciones: el amigo de los Estados Unidos, el hombre “error de la estadística”, el primer indio presidente, aquel que detuvo al comunismo y logró un TLC.

Nada de eso le ha servido. Ni declararse perseguido político ni alegar que la justicia peruana no es independiente. La justicia de los Estados Unidos le ha dicho, ya en varias ocasiones, que deje de abusar y que debe irse.

El cholo sano y sagrado, como lo bautizó Eliane Karp, no es ni sano y mucho menos sagrado. Resultó un tremendo pícaro. Mitómano, ya sabíamos que era, porque en su gobierno hizo gala de las más increíbles mentiras para buscar compasión. Un hombre con educación, ¿que no podía decir cuántos hermanos tenía o en qué circunstancias murió su madre? Negó a su hija en siete idiomas. La verdad siempre se le impuso. Nunca la buscó.

Pero fue en el 2013 cuando la ambición y codicia lo traicionó. Quiso vivir como el rico que nunca fue. Se hizo de propiedades cuya justificación económica no existía. Inventó las reparaciones del Holocausto y una suegra que no hemos vuelto a ver. Arrancó el caso Ecoteva, que mostraba el fruto, mas no el origen de la coima. Se defendió con otra tonelada de mentiras.

Toledo se dio el lujo de ser candidato presidencial el 2011 y, pocos lo recuerdan, el 2016 obtuvo el 1,07% de los votos emitidos. Pasó el Año Nuevo en su adorada Punta Sal y en enero del 2017 se embarcó a los Estados Unidos para nunca más volver. Creo que lo dejaron ir. Ese mismo mes, Jorge Barata comenzó a hablar. Lo haría en otras ocasiones. “Paga pues, Barata, carajo” fue la frase que lo inmortalizó con todas las certezas y sin ninguna duda.

El “mejor amigo” Josef Maiman confesó todo antes de morir. Poco a poco, se sumaron 35 millones de dólares en coimas de Odebrecht y Camargo. Falta saber lo de las otras constructoras brasileñas. Lavado de activos y colusión son los tipos penales de la extradición, por si hace falta recordarlo.

Alejandro Toledo va a seguir mintiendo, porque no sabe hacer otra cosa. Pero, por la magnitud de los montos, la calidad de los colaboradores y el verificado tracto del dinero y su ocultamiento es el caso más grande y mejor probado del equipo especial Lava Jato en el Perú. Se espera una condena que, por la edad de Toledo, 77 años, y por su maltratada condición física, hará que muera bajo arresto.

No tiene otra alternativa, de llegar al Perú, que compartir el mismo destino que el hombre al que se enfrentó, en esas lejanas y verdaderas elecciones fraudulentas del verano del año 2000. Toledo, Fujimori y Castillo resumen, como señala Alberto Vergara, el fracaso del centro, la derecha y la izquierda en el Perú.

Como tantas otras cosas en el Perú, Toledo pudo ser y no fue. Que sirva de lección, si algo se quiere sacar de tanta desgracia. El mentiroso y ladrón tarde o temprano paga. Lo único que hay que lamentar con Toledo es que, ejecutado el crimen, tardará tantos años el descubrimiento y tantos más, el castigo. Como en tantos otros casos, justicia que tarda lejos está de ser justicia.