“Todos los políticos mienten” parece una generalización injusta. Si es así, me dirán, todos los seres humanos mentimos. Aun el más escrupuloso evitará decir una verdad que hiera u omitirá una verdad cuya revelación pueda hacer un mayor daño. Queda claro que, siendo todas malas, existen mentiras que son peores que otras, así como hay mentirosos de distinto calibre.
Pero ¿qué pasa con las mentiras presidenciales? El cargo de presidente de un país es el de más notoriedad y, por tanto, el sujeto a mayor escrutinio público. El derecho a la intimidad, o la expectativa de esta, se ve reducida al mínimo. A mayor responsabilidad, mayor representación y autoridad política, por tanto, menos espacios opacos al ojo público.
Las mentiras presidenciales, de este modo, revelan el carácter del personaje. Pero es en las decisiones del presidente, aquellas que afectan directamente el bien común, donde las mentiras importan más. Políticas adoptadas sobre mentiras o justificadas sobre mentiras tienen un daño social inmenso.
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El presidente de pobre carácter esconde en la mentira un pasado que lo avergüenza, un presente que lo cuestiona y una gestión que lo sobrepasa. Lamentablemente, el Perú del siglo XXI nos ha traído una hilera de presidentes mentirosos.
Para muestra, algunos botones: Alejandro Toledo fue un mitómano hasta de su propia biografía (luego resultó un coimero); Alan García se contaba a sí mismo las más disparatadas justificaciones sobre su primer gobierno; Ollanta Humala jamás desmintió nada a tiempo ni acepta hasta hoy el financiamiento de su campaña (ni ningún otro presidente); PPK me (nos) dijo que no iba a indultar a Alberto Fujimori para hacerlo 24 horas después; Martín Vizcarra se vacunó en secreto y Pedro Castillo mintió hasta sobre sus convicciones democráticas y dio un golpe de Estado.
Con estos antecesores, ¿Dina Boluarte podría ser mejor? Tal vez, si viniera de otras canteras políticas o de otra formación personal. Pero lamentablemente es una máquina de mentir. Sobre su pasado reciente en campaña, negar a Shimabukuro y Sánchez no solo es inútil; es absurdo, pues ambos tienen toda la información para desmentirla y para construir una acusación sólida por financiamiento ilícito de partidos políticos (delito recién desde el 2019).
¿Que son sus enemigos políticos? Sin duda. Pero no te acusan tus amigos, ¿verdad? Con cada cambio de versión de Dina Boluarte, sale un nuevo chat, un nuevo audio, una nueva boleta de pago. Está totalmente enredada.
Sobre la gestión de las protestas, las mentiras de Boluarte son de un calibre siniestro. Decir “que una asonada golpista” dirigida desde la Diroes causó 60 fallecidos no solo es mentira, es una crueldad para los deudos. Incluso para los victimarios que tendrán que afrontar un juicio justo algún día.
49 muertos por proyectil de arma de fuego bajo su responsabilidad política y en observación y preocupación internacional del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas no es algo que puedas barrer bajo la alfombra y controlar “la narrativa” con una legión de troles que gritan “todos son terroristas”. Mentira sobre mentira.
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La presidenta no puede negar que fue un cuadro del partido marxista leninista Perú Libre, ministra de Estado por 16 meses con Castillo, renunciando 14 días antes del golpe. ¿Qué gestión pública importante realizó en ese periodo? Ninguna. Avaló las colocaciones de personal desastroso, bendijo a sus pares en ese circo llamado “Consejo de Ministros Descentralizado” y hasta juró, nada menos que en Puno, lealtad absoluta, asegurando que renunciaría si vacaban a Pedro Castillo.
Una presidente que afirmó esta semana que el ciclón Yaku la “sorprendió”, ¿va a gobernar nuestro país en un fenómeno de El Niño? ¿Qué cuentos nos va a contar cuando la desgracia llegue? ¿Que todo es culpa de Castillo, olvidando que fue parte de ese gobierno?
Por su pasado, su carácter y su gestión, Boluarte está tan lejana de la verdad como está Tacna de Tumbes. Puede que alcance una nueva cumbre en nuestro inventario de mitomanías. Pero de lo que debemos estar todos bien advertidos, es de los costos que tiene para un país pasar por alto esta conducta porque “es lo que hay”. Averiguar la verdad es, en consecuencia, una tarea siempre plagada de obstáculos para quien la emprende. Son mentiras muy graves, que ameritan una investigación de la fiscal de la Nación, muy diligente con el anterior y muy desprolija con la sucesora.