¿Por qué cuesta ser buena gente?
Acaso porque serlo no vale, no interesa, no tiene sentido; no se gana nada, como si la vida fuera un aprovechamiento, un acodarse de los otros, exprimirlos al máximo para obtenerlo todo.
Tal vez porque nunca nos enseñaron a serlo, ¿Se enseña a ser buena gente? Dónde, quién, cómo, cuándo; se aprende lo contrario: ser malo sin sentirlo, perverso con indiferencia, supuestamente inteligente engañando.
De repente porque así tiene que ser, porque no hay alternativa; es como si existiera el destino de la maldad, la perfidia como estilo de vida, la vileza como forma de ser; entonces hay que eliminar a las buenas gentes, aunque sean pocas.
Quizá porque es malo serlo, una ingenuidad, un candor insignificante y hasta huachafo; como si hubiera sido una moda ser buena gente, una especie en extinción, una debilidad; una especie de soledad absurda, la inexistencia en el tiempo.
Probablemente es una fatalidad, una condena aceptada, sin la nostalgia de que hubo buena gente; la duda que se volvió verdad, el consentimiento mediocre a la farsa cotidiana, a la que se expresa cuando se denigra a los demás; la intriga como referente.
Quién sabe que es la negación a lo humano, como si ser buena gente fuera fragilidad; por eso es bueno ser machista, racista, egoísta; hay que imponerse a como dé lugar, no interesa quién sea, se debe eliminar a los que piensan, razonan; no sirven.
La buena gente no debe existir en ninguna parte: en el colegio, trabajo, combi, en la esquina; como es tan poca, estamos a salvo, fuera de peligro; en todas partes vive lo contrario: el disimulo, la hipocresía, la falsedad, el daño.
No hay que ser buena gente.