Hace un año, en la madrugada del jueves 24 de febrero, el ejército de Rusia invadió una zona de Ucrania desde Crimea y, una hora más tarde, el presidente Vladimir Putin anunció por televisión el lanzamiento de una “operación militar especial contra los abusos y el genocidio por parte del régimen de Kiev” en lo que se reveló, con el correr del tiempo, que era una declaratoria de guerra contra occidente para reconstruir el imperio ruso.
La invasión de Rusia a Ucrania constituye un hito histórico no solo por los 340 mil muertos —40 mil de ellos civiles— y los ocho millones de ucranianos esparcidos por Europa en un exilio desesperado, sino porque el mundo no volverá a ser el que había antes.
Se parece al ataque del 11 de setiembre de 2001 con aviones piloteados por terroristas de Al Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono en el sentido que redefine la geopolítica mundial.
No es una guerra mundial como las dos primeras, pero de alguna manera se parece y no se puede descartar que esta conflagración en plena Europa escale en el marco de una tensión de proyección muy incierta, pues no se puede prever cuándo terminará, ni cómo, qué significará la victoria o la derrota, ni cuantos muertos más habrá.
Lo que sí se puede asegurar es que Rusia será el gran perdedor por la decisión de Putin de lanzar a su país a una guerra en la que, más allá de cuánto tiempo demore la pugna territorial que los invasores pensaron —muy equivocadamente— que su éxito era cuestión de unas pocas semanas, han triunfado los valores heroicos de la población de Ucrania, personificada en su presidente Volodymyr Zelensky, de no ser sometidos al embate prepotente de un autócrata corrupto.
Hoy más países pretenden integrar OTAN, y a Putin solo lo respaldan unos pocos países como Bielorrusia, Corea del Norte, Siria y Eritrea, y en América Latina, Cuba, Venezuela y Nicaragua.
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También, penosamente, pues implica una expresión inequívoca de pensamiento atrasado y de escasa convicción democrática, una parte relevante de la izquierda peruana ha expresado su respaldo a la invasión del dictador ruso, alineados con bloques internacionales hoy inexistentes, sintiéndose, en ese sentido, los hijitos de Putin.