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Opinión

Políticas públicas contra la polarización tóxica

“La clave para marcar la diferencia entre la polarización útil y la perjudicial es el rasgo de identidad”.

larepublica.pe
“La clave para marcar la diferencia entre la polarización útil y la perjudicial es el rasgo de identidad”.

En reiteradas ocasiones he mencionado, desde esta columna, que la polarización no es, necesariamente, un fenómeno social negativo.  La polarización política, cuando gira alrededor de las ideas, permite crear un entorno democrático de debate cuyo objetivo es llegar a consensos alrededor de estas propuestas de solución. Lo norma es eso pero cuando la polarización política está muy ideologizada, ese debate y apertura democrática se pierden y llegar a consensos no es, en lo absoluto, una aspiración.

Desde esta perspectiva, el objetivo está en vencer al otro y en ese afán, la calidad del debate alturado alrededor de las ideas queda totalmente anulado y suplantado por la cancelación al otro, ridiculizándolo y generar grandes fracturas que calan en la sociedad de manera intensa.

Llegar a este grado de toxicidad genera el efecto contrario en la democracia. Lejos de fortalecerla, la corroe. La clave para marcar la diferencia entre la polarización útil y la perjudicial es el rasgo de identidad. Cuando empezamos a marcar diferencias apasionadas y muy marcadas entre el que piensa igual a mí (que es bueno) y aquel que piensa distinto (que es el malo), el resultado termina siendo contraproducente inclusive contra la agendación de las políticas públicas.  Por ello, no es propio de líderes democráticos ni de aquellos que están comprometidos con el país, el plantear y reforzar la narrativa “nosotros contra ellos”.

En otras palabras, es importante hacer una clara diferencia entre la ideología basada en un tema de agenda de políticas públicas, que es operativa y parte del proceso normal en las elecciones, o cuando el Parlamento está debatiendo algunas ideas políticas, con la ideología basada en la identidad, que es simbólico pero peligroso. Este último es más emocional, lo que lleva a las personas a odiar a otros que piensan diferente. Esta situación en el actual contexto es lo que ha venido reforzando las divisiones entre ciudadanos.

En términos de pensar en el bienestar de la gente, ¿qué tanto puede pesar la ideología de izquierda y de derecha? ¿Es, por ejemplo, la reforma de pensiones, una agenda que debe solo interesarle a un partido de izquierda o de derecha? ¿Plantear beneficios tributarios a los microempresarios de Gamarra sería una política de izquierda o de derecha?

En un contexto en donde partidos con comportamientos de extremos empiezan a poner paños fríos a sus discursos y a pretender posicionarse como partidos de centro, podría pronosticarse ilusamente, que la polarización empezará a tener un freno. Pero hasta que no se retome el debate, alrededor de la agenda pública que debemos construir de manera consensuada, las autoetiquetas de ideología partidaria serán solo una ilusión.

Sin embargo, si bien pareciera no haber un punto de retorno respecto a la generación de clivajes sociales, la buena noticia es que un problema de acción colectiva se puede resolver desde la misma acción colectiva. En el país existe una serie de líderes y organizaciones de la sociedad civil que pueden —y deben— seguir insistiendo en la necesidad de enfocar el debate alrededor de lo que necesita la gente, que se evite tomar decisiones como parches sino que sean capaces de identificar y atacar adecuadamente los problemas que nos han llevado hasta aquí. 

En esa línea, los medios de prensa tiene una responsabilidad fundamental, difundiendo más información y promoviendo los valores cívicos y ciudadanos que necesitamos para entender que como ciudadanos, también podemos (re)construir y preservar la democracia.

Pero la academia, especialmente las ciencias sociales, no se escapa. Hace falta una gran autocrítica respecto a como estos “tanques de pensamiento” solo han servido para alimentar egos en vez de democratizar la información para servir a la construcción del país.

Podemos reconstruir nuestra gobernabilidad democrática. Solo hace falta la intención de actores clave para empezar a hacerlo. Hay peruanos que necesitan con urgencia que se encamine una agenda.