La primera fue “Te felicito”; la segunda, “Monotonía”. Ahora Shakira ha lanzado la tercera entrega de su catarsis, de un coraje que al principio el público recibió con los brazos largos —porque un corazón roto es un infortunio universal— sin calcular que la artimaña de algunas trilogías seduciría a la colombiana: la dilatación. Lo que empezó como el dolor de una artista se ha convertido en la estrategia de una empresaria. Lo confiesa en la sesión con Bizarrap: “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”.
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La autoproclamada loba se apoya en su bien formada trayectoria de 30 años para endiosar su despecho, sabe que la audiencia hará lo mismo. Ella tiene una historia de traición y la emplea como combustible largoplacista para que sus temas no solo sean comerciales sino identitarios, incluso anhelantes: proclamar superioridad luego de una ruptura. Sin embargo, si la mermelada hostiga, el caso Piqué y Clara Chía, después de tres hits en siete meses, también. La fórmula de escándalo más micrófono funciona cuando la sorpresa es el telón: aquí no lo fue. Antes del lanzamiento ya las redes sociales suponían una tiradera más directa que un “te aviso, te anuncio”.
Con esta canción Shakira ha demostrado su claridad para hacer dinero, pero se ha guardado su pericia de poeta. Se la ha guardado, sobre todo, porque en un proceso de lectura simple, es decir, sin la compañía melódica, la letra se aprecia reincidente: “sorry, baby”, “cero rencor”, “del amor al odio hay un paso”. ¿Qué ocurrió? ¡Una loba como ella no estaba para novatos! (Tampoco para novatadas). Además, los dos dardos metafóricos que reúnen marcas de relojes y autos son carnadas publicitarias con ventajas bilaterales: la cantante se presta de referencias colectivas; las referencias colectivas —Casio, Rolex, Twingo y Ferrari— aprovechan la tendencia en Twitter.
La voz de “Rabiosa” eligió explotar su desamor, este desamor, hasta caer en el mercantilismo. En 2023 suma a su carrera musical cifras de reproducciones y de billetes que nacieron, tiempo atrás, de una solidaridad. Parece que hoy se ha quedado con un único fragmento: “Yo solo hago música, perdón que te salpique”.