La Navidad es la fiesta más querida y más popular de las fiestas cristianas, tanto que incluso no cristianos la celebran como un espacio de encuentro familiar, dado que culturalmente es imposible escapar de ella. El adviento, un tiempo de espera, es la promesa de una esperanza de salvación para la humanidad y el triunfo de la vida que irrumpe sobre la muerte.
Le hice el viernes a monseñor Carlos Castillo, arzobispo de Lima, una vieja pregunta que recorre conciencias a lo largo de siglos: ¿cómo aceptar la muerte, en una fiesta que es una alegoría del amor de Dios a los hombres, cuando esta es injusta y cruel? De forma muy humana, monseñor recordó la muerte de su joven hermano en 1965 a manos de la guerrilla del MIR en Satipo, un dolor profundo que lo acompañará todos los días de su vida. En sus palabras no había odio, pero sí la visión de una Navidad con su madre llorando desconsolada. ¿Qué los ayudó en el tiempo? Conocer las circunstancias de esa muerte que parecía tan absurda. Su hermano murió defendiendo a los demás. Se sacrificó por otros. Monseñor decía que esos “Cristos modernos”, como lo fue María Elena Moyano, le dan un propósito a un enorme sacrificio. El dar la vida por otros, es lo que finalmente nos hace reflejo de la cruz.
La entrevista giraba en torno a las 27 muertes que han dejado dos semanas de disturbios y conmoción social. Un número alto que no es solo eso. Detrás hay personas, sus historias y sus deudos. Familias que tenían sueños y esperanzas compartidos con los que murieron. Hoy, día de Navidad, no hay consuelo posible para ellos, pero lo primero que deben saber, porque es su derecho a tener paz, es cómo murieron las víctimas, todos varones, la mayoría muy jóvenes. Algunos, parte de una movilización organizada, pero otros meros curiosos o transeúntes que estuvieron en el lugar equivocado y a la hora equivocada. Es decir, primero la verdad.
Una verdad en la que desde el poder parece haber poco interés. Desde las izquierdas, que fueron las que movilizaron, hay una olímpica lavada de manos. Ni siquiera los han reclamado como “los suyos”, salvo para instrumentalizarlos y usarlos como arma política para demonizar al gobierno. Desde el gobierno y las derechas (que son, por ahora, lo mismo) las lamentaciones son falsas y las justificaciones van desde el habitual “solo entienden a balazos” hasta “este es el costo”. Valiente costo, donde la sangre la ponen los mas débiles y los más pobres.
¿Por qué la presidenta afirma que jamás se dio orden de disparar y solo podían usarse armas no letales? Porque si fue así, la insubordinación fue mayúscula. Los muertos son muertos de bala. Y no murieron en un solo lugar. ¿Se desobedecen órdenes en Andahuaylas, Arequipa, Cusco, Ayacucho en diferentes días? Eso es absurdo. No hay un caso aislado. Es un patrón de conducta que se planificó para contestar a una organización que movió el foco de la protesta de ciudad en ciudad durante 15 días. Es verdad que las normas que regulan el enfrentamiento de policía, militares y civiles en eventos tumultuarios favorecen el uso de armas letales, pero el peligro a la vida del efectivo, o a la vida de otros, tiene que ser inminente y real. Se dirá que con más de 300 heridos de las fuerzas del orden, el combate ha sido parejo y se trata de legitima defensa. Se dirá que en el peor de los casos son homicidios culposos. Pero afirmar eso requiere una investigación fiscal, cuyos resultados preliminares, salvo algunas necropsias, no se conoce pese a los reclamos de las familias.
Pasarán los días y ajetreados en cosas muy urgentes y tal vez menos importantes, se les olvidará en los medios. Los que los llevaron a las calles disimularán su responsabilidad. Los que los mataron se justificarán de mil formas y encontrarán la impunidad que tantas veces se les ha dispensado. Las familias buscarán consuelo en donde puedan menos en quien representa el Estado de derecho, que otra vez, estará ausente. Después, no se sorprendan y pregunten por el poco afecto popular a la democracia. Si esta mata como la dictadura, ¿cuál es entonces el beneficio?
Les deseo a todos mis lectores que encuentren siempre la paz en esta fecha y que reciban el consuelo de lograr la aceptación final de la muerte de los que amaron. Esos a los que en un día como hoy, se les extraña mucho más. Si Navidad es la celebración de la vida, lamentemos que hoy sea para 27 familias peruanas la conmemoración de los que se fueron de una forma cruel e injusta.
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