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Opinión

Cuando el jefe falla, por Miguel Palomino

“En los últimos 16 meses, se han tenido cambios ministeriales cada seis días y cambios de viceministros cada cinco. Además, ha habido innumerables cambios de gerentes...”.

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“En los últimos 16 meses, se han tenido cambios ministeriales cada seis días y cambios de viceministros cada cinco. Además, ha habido innumerables cambios de gerentes...”.

Presidente del Instituto Peruano de Economía (IPE), director de maestría en Finanzas, Universidad del Pacífico.

Imagínense un trabajo “normal” en el que tuvieran un jefe que puede ser bueno y competente o malo e incompetente. Pero es su jefe, y esto afectará de qué modo hacen las cosas y hasta qué se hace. El jefe tendrá prioridades, cosas que le gustan y cosas que no le gustan; en fin, el hecho es que a usted le ha costado cierto tiempo (¿meses?) adaptarse a cómo es el trabajo con él.

Repentinamente, lo cambian y ponen a otra persona a cargo, alguien de quien usted no sabe nada. Habrá que reaprender los gustos y prioridades del nuevo jefe y su estilo de trabajo, etc. Todo lo cual le tomará cierto tiempo, pero no se preocupe, porque poco después vuelven a cambiarlo y el proceso empieza de nuevo. ¡Qué pesadilla!

Imagínense que todo esto pasa, pero ahora usted es el jefe. Bien o mal, tendrá que decidir cómo quiere que se hagan las cosas y qué quiere que se haga y qué no. Si no conoce a nadie en el trabajo, será mucho más difícil el aprendizaje. ¿Con quién se puede contar para qué cosas y con quién no? A usted le tomará tiempo también aprender a ser el jefe. Hasta que, súbitamente, lo cambian.

Ahora, imagínese que los nuevos jefes, o algunos, entran con la idea de lucrar con el puesto. Peor aún, sabiendo que probablemente durarán poco tiempo en el puesto, entonces tienen prisa y el trabajo queda relegado por el objetivo central: lucrar y rápido.

¿Se imaginan cómo se verá afectada la productividad de este trabajo? ¿Y si ese trabajo es atender la salud, la educación, el transporte, la seguridad de la población? Sería un desastre y cientos de miles, sino millones, lo sentirían.

Por eso, se siente que los servicios públicos están empeorando recientemente. El problema sería muy grande aún cuando todos, jefes y trabajadores, fueran buenos, honestos y dedicados. Incluyendo solo algunos incompetentes, ladrones y ociosos la cosa se vuelve de pesadilla.

En los últimos 16 meses, se han tenido cambios ministeriales cada seis días y cambios de viceministros cada cinco. Además, ha habido innumerables cambios de gerentes generales (¿recuerdan Petroperú?) y directores superiores, etc. Y con la llegada en enero de nuevos gobernadores y alcaldes distritales y provinciales cambiará casi toda la dirección de los gobiernos subnacionales aun si los actuales funcionarios han cumplido bien su función. Así, el aparato público de gobierno estará dirigido en buena parte por neófitos sin experiencia. La salud, la educación, el transporte y la seguridad ciudadana hacen agua por todos lados porque casi nadie tiene idea de lo que hace y a muchos no les interesa. ¿Acaso puede sorprender que se deteriore el sector público? ¿Este es el gobierno para el pueblo?

Hasta hace poco existían islas de excelencia en el sector público, y sobreviven unas pocas. Además del Banco Central y la Superintendencia de Banca y Seguros, se podía mencionar al Reniec, a la Defensoría del Pueblo, a la ONPE, al INEI, a la Cancillería, a Migraciones y hasta a las Fuerzas Armadas, entre otras. Pero la campaña en contra de instituciones de toda índole ha calado hondo, y calará más conforme se deterioren.

Por eso ya es hora de que al votar por un candidato lo hagamos sobre todo por la gente clave de quien se rodea y que sean los mismos candidatos los que nos digan quiénes son ellos. La democracia funciona mejor cuando hay más información, no en la oscuridad. Un buen líder siempre es necesario, pero más necesario es un equipo que sea duradero, que cuente con gente con experiencia en diferentes sectores, cuyo pasado no sea de peculado, violencia familiar o asalto a bancos.

Esto lo solían hacer los partidos políticos que, si bien en gran parte se autodestruyeron, también han sido un eje importante en la campaña en contra de las instituciones que tendremos que reconstruir.