El pasado 29 de agosto se realizó un pequeño cónclave partidario de Alianza para el Progreso (APP) en el cual la bancada parlamentaria se reunía con el líder, fundador, presidente y propietario de la franquicia, César Acuña. La grabación de lo ahí discutido se hizo pública por el portal Epicentro el viernes 2 de setiembre. La conversación da para varias lecciones provechosas, así que intentemos sacar algunas.
Consideremos que estamos escuchando una conversación privada en la que parte de los presentes son funcionarios públicos y parte lo han sido o aspiran a serlo. Es innegable que hay una invasión de la privacidad, pero es innegable también que el contenido del material es de interés público, más allá de la mera curiosidad o del morbo. Podemos asumir entonces que lo que ahí se expresa no está dicho para conocimiento del público y que, en consecuencia, este es, posiblemente, el retrato más sincero, al menos entre pares, de un grupo político.
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La presidenta del Congreso tiene una lectura bastante realista de su situación. De 100 proyectos de ley esperando entrar al Pleno, 50 son declarativos. Es consciente de que no sirven para nada y para nadie. Se queja de la falta de compromiso con el trabajo (“solo están para los bonos”) y de la cantidad de gente a la que han tenido que dar empleo en el Congreso, sin ninguna capacidad, solo como pago a sus servicios en campaña. Escucharla nos revela que la presidenta del Congreso puede hacerse la tonta omitiendo en público su brutal diagnóstico, pero que de tonta no tiene nada. Su análisis es correcto y dramático. Pero ¿qué hace con saberlo y expresarlo? Poco menos que nada. Tres asuntos críticos: pésima producción legislativa, vagancia generalizada y agencia de empleos para la mediocridad. No se puede ser más honesta y menos efectiva cuando los tres, con un poco de liderazgo, tienen arreglo.
Pero Lady Camones parece estar sola en sus cavilaciones. No hay desafío a sus palabras, tampoco curso de acción. El “presidente” (así se dirigen a César Acuña) tiene sus propias urgencias. Es penoso que, en medio de una brutal crisis política, no tenga más prioridad que esta: necesita que Alto Trujillo sea distrito. Solo puede hacerse con un informe favorable de PCM que, bajo premisas bastante objetivas, justifique no solo la necesidad de tener un alcalde y un consejo más, sino, lo más importante, un pliego presupuestal. Por eso, porque los congresistas no tienen iniciativa de gasto, no pueden crear distritos. Gracias a Dios. Si no fuera así, tendríamos un pliego presupuestal por manzana. Pero, para alegría de Acuña, su “anhelo de años” ya había llegado al Parlamento como iniciativa del Ejecutivo. Lo único que necesitaba era que el Congreso lo apruebe para que él pueda presentarlo como su logro. “Suyo de él”, digamos, porque él es el dueño de APP, dueño de la bancada, dueño de la pelota, el pito y la cancha. Y ¡ay del alcalde que se le cuelgue! Esto es para su beneficio: ser elegido el 2 de octubre como gobernador.
¿Todos los políticos hablan así? Sí. No tengo duda. Como lo repite Acuña varias veces, “esto es política”. ¿Es ilegal? Sí. Tampoco tengo duda. La Ley Orgánica de Elecciones (art. 346, inciso b) prohíbe a las autoridades (los congresistas lo son) “practicar actos de cualquier naturaleza que favorezcan o perjudiquen a determinado partido o candidato”. La defensa de Acuña ya señaló que como él no es autoridad, no está en falta. Como lo leen. En todo caso, el Jurado Electoral Especial debe remitir todo al Ministerio Público y se verá si tienen que responder penalmente por tráfico de influencias, un tipo penal que no hay forma que le entre en la cabeza a un congresista (a ninguno, este es un virus endémico) y sus cómplices, en este caso, el querido presidente de APP. Para su tranquilidad, será en la modalidad de tentativa porque si hay algo que el Congreso ya no puede hacer, es aprobar la creación del distrito de Alto Trujillo (y mejor ningún otro) en periodo electoral.
La desaprobación popular del Congreso es de 9 de cada 10 encuestados. “¿Sigue bajando?”, dice un sorprendido Acuña. Más adelante su hermana congresista ya lo tiene todo resuelto y nos deja una frase para la posteridad: “la culpa es de los asesores”. Les ahorro el resto. Las lecciones están bien claras.
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