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Opinión

La distopía republicana

“Sin una visión conjunta del país que queremos, sin un norte consensuado, solo nos queda el camino hacia la distopía republicana”.

larepublica.pe
“Sin una visión conjunta del país que queremos, sin un norte consensuado, solo nos queda el camino hacia la distopía republicana”.

Estos últimos 15 días diversos periodistas han coincidido en preguntarme: “¿Cómo llegamos a esta crisis?”. Si bien la pregunta buscaba explicar qué ha gatillado las manifestaciones, marchas y malestar generalizado, así como la violencia desatada en las calles durante estas semanas, mi corazón historiador no podía dejar de responder que todo empezó, en realidad, hace 200 años.

Tenemos que aceptarlo. El Perú nació dividido. Nació desigual. El Perú nació jodido. A lo largo de nuestra vida republicana han primado los intereses particulares sobre las ganas de imaginar un país para todos. Hemos tenido varios intentos de construir grandes proyectos nacionales, pero estos siempre han tenido un sesgo que no ha sabido incluir al Perú diverso. El consenso entre políticos y los acuerdos mínimos para la construcción de una agenda que enrumbe al país y le den un norte ha sido una demanda ciudadana permanente.

El cortoplacismo y la explotación de recursos sin un enfoque de sostenibilidad ha criado cuervos carroñeros que se disputan una cuota de poder en un gobierno de turno sin dejar nada para el siguiente. Estamos inmersos en una batalla permanente entre caudillos. Si bien la inestabilidad es nuestra constante, el Perú ha sabido levantarse y tener periodos fugaces de tranquilidad y desarrollo.

Hoy estamos nuevamente en la fase de la involución. La promesa republicana hoy está secuestrada por una banda de mafias que promueven y afianzan aún más esos antivalores que destruyen no solo la institucionalidad pública, sino que han impedido que se construya adecuadamente un tejido social sólido.

Por ello, no podemos llamarnos República si los ciudadanos no tenemos valores republicanos. El mero hecho de llamarlos “valores republicanos” suena raro, lejano, académico, ajeno. Los ciudadanos desconocemos que la cosa pública es mucho más que las instituciones del Estado. No hemos desarrollado valores ciudadanos que nos hagan respetar y proteger la colectividad. ¿Cómo pedir integridad pública si no nos avergüenza pedir una coima? ¿Cómo pedirles a los políticos que piensen en los ciudadanos si, al primer intento, somos capaces de meterle el carro a nuestro prójimo y en esa lucha terminar bloqueados? El Perú es ese carro cuyo chofer no tiene brevete, con pasajeros que exigen velocidad más que seguridad y que está atorado en el tráfico que ellos mismos han ocasionado.

Somos esa dualidad extraña que actúa entre la generosidad que sabe ayudar a quien está muy abajo y el egoísmo que le mete cabe a quien está progresando. Nuestra nación ha sido imaginada por unos pocos. El resto no tenían tiempo de imaginarla porque tenía que recursearse en el día a día.

Como colectivo, no hemos sabido construir un pacto social, sino un pacto a secas, en donde los antivalores le han permitido a la sociedad una tóxica supervivencia. ¿Cómo pedir consensos y un acuerdo nacional entre políticos si entre ciudadanos seguimos divididos y nos seguimos insultando de cojurricos y cojudignos? Sin duda la respuesta a estas preguntas es mucho más compleja que la primera idea que se nos puede venir a la mente. Y esto es porque somos la causa de todo esto, pero también un síntoma, lo que nos tiene atrapados en este bucle perverso y distópico.

¿Sobre qué bases vamos a reconstruir la nación? La idea fuerza es que somos un país que se levanta, que sabe hacerle frente a la adversidad, pero también que olvida rápido, no procesa sus traumas colectivos y no reflexiona después de la derrota, solo sigue caminando con heridas y dispuesto a tropezar con la misma piedra una y otra vez.

El punto es que no podemos seguir siendo un país con ciudadanos sumergidos en un eterno naufragio. Tampoco podemos pedirles a los políticos que nos saquen de esta crisis si ellos mismos son los que nos han metido aquí. Por eso, necesitamos de la ciudadanía, no para reaccionar, sino para actuar de manera sensata y constructiva.

Para deshacer el bucle, lo que necesitamos es crear un sistema de consenso extra político que cree ese momentum ciudadano para, en primer lugar, constituirnos y, luego, reconocernos como tejido y tejedores a la vez.

Sin una visión conjunta del país que queremos, sin un norte consensuado, solo nos queda el camino hacia la distopía republicana. Crear una plataforma ciudadana que promueva el diálogo puede ser esa terapia colectiva que necesitamos para superar por fin aquellos traumas, así como comportamientos tóxicos e inestables. La salida está ahí, solo nos queda tomarla.

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