Algunos despistados comentarán que este caos político comenzó con Pedro Castillo, pero lo que estamos viviendo es una constante que lleva más tiempo en el Perú. Las crisis y nuestra inestabilidad política han pasado de ser variables a protagonistas de nuestra historia. Esto sucede no solo cuando hay crisis de representación, sino cuando la representación está tomada por forajidos que representan intereses de mafias informales y de gremios y sindicatos, donde el bien común es un concepto inexistente. Poco importa la gente.
Lo que sí es nuevo de este gobierno es más bien la consolidación de la improvisación, el poco nivel de preparación, pero sobre todo el poco nivel de ganas de aprender al máximo para entregarle resultados a la gente o, por lo menos, para darle cierta predictibilidad. Ante esta situación, ¿qué debemos hacer?
Resulta natural soltar la arenga “que se vayan todos”. Pero esto es irreal. Alguien se tendría que quedar a hacer la transición. Otro grupo de personas exigen solo la renuncia de Pedro Castillo, pero en ambos casos la pregunta que debemos hacernos realmente es: ¿esto solucionará nuestros problemas? Y después de que se dé esto, ¿qué viene?
El problema de nuestra sociedad y de nuestros líderes de opinión es que nos quedamos detenidos pensando en cómo solucionar un acontecimiento puntual que gatilla la crisis, en un síntoma y no en cómo cortar con la enfermedad. En otras palabras, estamos atrapados en la coyuntura y no buscamos salidas de este bucle o montaña rusa permanente.
Un lente orientado a resultados puede notar que estamos teniendo un exceso de análisis político y una escasez de análisis de políticas públicas. La política (politics) es la esfera en donde se toman las decisiones, pero la solución se da en el campo de las políticas públicas (policy). Todavía seguimos pensando que la solución está en sacar y poner a un caudillo. Deseamos un ser perfecto, un mesías al mando, cuando en realidad son políticas públicas lo que debemos promover y exigir.
El poco nivel de preparación que han tenido los ministros de este último gabinete es una clara muestra del desprecio que este gobierno tiene a los profesionales capacitados para implementar políticas públicas que beneficien realmente a las personas. Si el próximo gabinete está copado de gente incapaz e indecente, es una clara señal de que el actual gobierno no tiene ningún interés genuino ni en aprender ni en servir a la gente que más necesita de un Estado efectivo. En efecto, no hay ninguna escuela para presidentes, pero sí hay escuelas para que profesionales aprendan a diseñar y solucionar problemas públicos. Ningún líder está capacitado para solucionar todos los problemas. Para eso uno se debe rodear de los mejores y no de gente que desvalorice y que prostituya el servicio público.
Las corrientes de opinión deben estar concentradas entonces en incidir en apuntar hacia un norte, hacia la construcción de una agenda, hoy ausente, que enrumbe al país y que ejerza presión para implementar un gran proyecto nacional consensuado que permita la renovación del pacto social, que revalorice lo público y para que nunca más el poder político sea tomado por los peores. La sociedad civil pide poco cuando pide que un político renuncie. Nuestro poder puede hacer mucho más que eso.