Por Sandro Mairata | @CINENSAYOLat y @smairata
El momento más intenso de Un mundo para Julius es cuando uno de los hermanos del pequeño protagonista le da una mentada de madre al chofer negro, con otros tres presentes, y nadie dice nada. Es tan peruanísima la estampa –al nivel de una choleada– que nos recuerda lo poco que cambió el Perú desde 1950. Por coincidencia, otra cinta nacional ha entrado a salas (Las mejores familias) auscultando también a la DBA desde la comedia. En ambas, los paralelos de la Lima de mediados del siglo XX con la de TikTok y el zorrito Run Run del siglo XXI no son casuales (ambas incluso emplean drones para el contraste sociológico).
Un mundo para Julius nos llega tarde: se esperaba en 2020 coincidiendo con el medio siglo del libro. Adaptada y dirigida por Rossana Díaz Costa –realizadora que debutó en largos con Viaje a Tombuctú de 2013–, la directora convocó a Fiorella de Ferrari como Susan, la madre de Julius, Mayella Lloclla en el rol de la empleada Vilma y los niños Rodrigo Barba como Julius menor y Augusto Linares como un Julius algo mayor.
La primera decisión de notar es la inclusión de un narrador en off en la voz de Salvador del Solar. Bryce no usó la primera persona sino un narrador omnisciente –que todo lo ve y todo lo sabe– para contar su historia. La idea es buena pero la ejecución no: la voz de Del Solar es juvenil y suena casi treintañera. Si los hechos pertenecen a los años 50, el Julius que recuerda desde el presente ya debería ser un anciano. Quizá le quisieron dar una vibra de ‘Los años maravillosos’, pero en aquella serie la distancia con los hechos era mucho menor.
Mayella Lloclla como Vilma es quien lleva un contrapeso dramático superior a otros personajes protagónicos: está perfecta en el rol de una joven mucama maldecida por su belleza. Es la madre que Julius no tiene, porque Susan –quien a todos les dice darling– vive ensimismada en su mundo de relaciones sociales. Susan también es madre de los dos matonescos y blanquísimos hermanos de Julius y de la tierna Cinthia (Pamela Saco), en quien Díaz Costa proyecta intenciones oníricas. Augusto Linares es un Julius competente, capaz de manejar su expresividad para reaccionar como lo haríamos todos los que no venimos de cuna de oro en Lima.
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Díaz Costa pudo proponer aquello que el libro opaca: el momento político, la migración vista desde fuera. La claustrofobia no solo se siente en interiores sino en los exteriores, sea por limitaciones de presupuesto o de otros recursos. Asimismo, hay un persistente halo de vacío y lentitud con escenas enteras en los que algunos personajes como Susan no tienen nada bueno qué decir. Con todo, los lectores de Alfredo Bryce se complacerán en ver una traducción respetuosa del material original. Eso y no menos se esperaba.
Un mundo para Julius