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Opinión

Los trapos de la primera dama

“De pronto, la fashion police se apropió del debate nacional; miles de expertos en protocolo, moda y haute couture surgieron...”

larepublica.pe
“De pronto, la fashion police se apropió del debate nacional; miles de expertos en protocolo, moda y haute couture surgieron...”

Esta semana, la imagen del Perú en el exterior se convirtió, para muchos, en una preocupación que, por momentos, rayó con la obsesión. ¿Acaso porque se dieron cuenta del papelón que significaron las denuncias del falso fraude electoral? ¿O les avergonzó, de pronto, que el Perú tenga la mayor cantidad de expresidentes presos por corrupción? ¿Acaso, en una de esas, se dieron cuenta del roche de tener un gabinete repleto de filosenderistas, homófobos y tipejos denunciados por violencia de género?

Nop. El pundonor nacionalista se desató porque a doña Lilia Paredes, esposa del presidente Pedro Castillo, se le ocurrió llegar a México, donde se celebraría la sexta cumbre de la Celac, vestida con una cómoda camisa de jean. De pronto, la fashion police se apropió del debate nacional; miles de expertos en protocolo, moda y haute couture surgieron hasta de las paredes; y, por un rato, pareció que los peruanos habíamos formado nuestros gustos, no sé, en Le Bal de la Rose, de la mano de la princesa Carolina, y no en esta pezuñenta capital donde los nuevos ricos cholean con lenguaje de camionero y los viejos ricos tienen el mal gusto de nunca pagar sus impuestos.

El debate resultó tan absurdo que hubo quienes aseguraban que, detrás de ese gesto, estaba la oscura intención de agudizar las contradicciones de clase y que la prueba era que doña Lilia asistió a todos los otros compromisos correctamente vestida, sin desentonar para nada con las esposas de los otros presidentes (de hecho, en algún momento, hasta destacó luciendo un lindo mantón cajamarquino).

Lo gracioso es que los defensores del orgullo traperístico nacional usaban invariablemente el término “primera dama”, tan huachafo, machista y pasado de moda que, en estos tiempos de igualdad sexual, ya debería haber sido proscrito de nuestro vocabulario, porque confiere un cargo inexistente –y no regulado por entidad alguna– a una persona que no ha sido elegida por nadie más que por su marido.

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