Hasta antes de 1960, Noruega era un país conservador, explicado tal vez por la influencia de la religión protestante. El tránsito del conservadurismo hacia una sociedad moderna y a uno de los países más igualitarios del mundo solo se explica por la creciente presencia de mujeres en cargos públicos y en la vida política activa.
En este país, las políticas de equidad de género han sido tan críticas que están fuertemente afincadas en la propia identidad del “ser noruego”: no se puede ser noruego si no se es equitativo, feminista.
Y es que no puede existir desarrollo si no existe igualdad de género en lo público como en lo privado.
Las expresiones altisonantes del premier Bellido en contra de las mujeres y su dignidad o la tibieza de autoridades para denunciar esas inconductas son un contrasentido en un Gobierno que pretende alcanzar mejores condiciones para los “nadie”. Porque resulta que en el Perú las mujeres también son “las nadie”.
Desde esta columna, abogo para que los líderes políticos que sustentan al Gobierno del partido “Perú Libre” dejen de “tapar el sol con un dedo” y cesen de atizar las diferencias a través de conductas que hieren lo más profundo del ser femenino.
Y en esa lógica, los invito a que se unan a la iniciativa #NoSomosInvisibles que un grupo de mujeres –donde he tenido la suerte de haber sido convocada– inició sus actividades esta semana para recordar que en pleno siglo 21 no se puede alcanzar justicia social si no están todos los ciudadanos en situación de igualdad. Pero, aún más. No basta con empoderarse, si no existen recursos y una adecuada representación (rights, representation and resources, las 3R). Y eso implica –por ejemplo– que todas las políticas públicas del país hagan un análisis de género ex ante, para saber si afectarán o no a la equidad.
Yo también quiero un “Perú Libre”, pero no uno de careta. Coherencia, por favor.