Nos ha acostado mucho en este país admitir la necesidad del feminismo, ese que simplemente plantea igualdad de derechos y oportunidades para varones y mujeres y proscribe la violencia y subordinación de lo femenino. Sí, ese simple concepto ha sido casi un tabú en medio de una sociedad conservadora, que aún ve como herejía el denominar por su nombre a una lucha que no supone sino justicia para un sector históricamente relegado.
Cuando se han discutido normas que abordaban el tema de igualdad y contra la violencia –ley del acoso por ejemplo–, políticas que deconstruyan el machismo –la inclusión del enfoque de género en la educación, por mencionar una–, o la implementación de mecanismos que visibilicen a la mujer en diferentes roles –la paridad en los cargos de mayor relevancia–, hemos recibido en el mejor de los casos la indiferencia de la mayoría de sectores, incluyendo, por supuesto, la clase política, y, en el peor, la burla y el repudio de quienes subestiman o ridiculizan el tema del género.
Sin embargo estos días tenemos en el país un escenario político bastante remecido y alborotado, curiosamente a partir del tema de la violencia de género; parece que de pronto todos habríamos hecho consciencia de la importancia de rechazar esas vigentes diferencias que hacen que se normalicen la subordinación, el maltrato o la discriminación a las mujeres; la necesidad de ese feminismo otras veces ignorado y vapuleado.
Muy importante seguro las reacciones que se presentan, mujeres de todos los sectores y varios varones también se están manifestando frente al tema, pero cuánto de estas respuestas no solo son un hipo o una simple instrumentalización de un asunto tan sensible como fundamental y determinante para construir una sociedad no solo democrática, sino humanizada.
El problema de la violencia contra las mujeres no solo está en el ámbito del discurso, no se perpetra solo en el escenario institucional, persiste, se profundiza y agudiza más bien en lo cotidiano y amplios y variados sectores de la sociedad, porque la violencia es social y estructural.
Las expresiones agraviantes de alguien que ejerce el poder son inaceptables, sí hay que buscar que se sancionen, pero la indiferencia de una sociedad que no atiende o desprecia la actoría de mujeres en sus luchas cotidianas lo es más. En pandemia, alrededor de 3 millones de mujeres perdieron sus empleos durante la crisis sanitaria y eso reafirmó las dependencias y agudizó la violencia contra las mismas. Cuánto reclamo que movilizara acciones concretas impulsamos al respecto. Pese a que las mujeres, en esta pandemia, han estado en primera línea de acción y contención, no solo en el sector salud, donde el 65% del personal es femenino, sino en la gestión de la crisis de la pandemia, como el caso de las mujeres que enfrentaron el hambre conformado Ollas Comunes, poco o nada se ha hecho para apoyarlas. Esta semana coincidentemente estuvieron en las calles, cuán importante habría sido también visibilizar este tipo de violencia que se suscita cuando ellas no son atendidas.
De la agenda pendiente de las mujeres víctimas de la violencia histórica, esterilizadas de manera forzada, violentadas sexualmente en la época del terrorismo, o víctimas de los conflictos sociales poco se habla, un conveniente silencio violenta sus causas.
Y es que para considerar que estamos luchando contra la violencia de género hay que considerar su abordaje desde la integralidad, desde un enfoque de sociabilidad y de politicidad, que hagan comprender la necesidad de la igualdad. Cuidado con la manipulación del tema, esa también es una forma de perpetuar las violencias.
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