Al momento de escribir estas líneas, ha comenzado en Cuba el juicio contra los detenidos que salieron a protestar en La Habana y otras ciudades el pasado domingo 11 de julio. Según Mauricio Vicent, el corresponsal de El País en La Habana, no se sabe cuántos son. Ni qué sanción tendrán. Tampoco si habrá más detenciones y procesos en las semanas que vienen.
Casi simultáneamente, el presidente de EE. UU., Joe Biden, anuncia sanciones para el ministro de Defensa cubano, Álvaro López Miera, y para la Brigada Especial Nacional del Ministerio del Interior de la isla. No podrán acceder de ningún modo al sistema financiero estadounidense. Ambos países llevan más décadas en ese plan y el mundo se indigna y bosteza.
¿Qué tiene que pasar para que este torneo de imputaciones, medias verdades o mentiras realmente se sacuda? He estado en Cuba algunas veces, como periodista y como asistente a eventos, y puedo decir que nunca dejé de escuchar una crítica, solapada o abierta, al gobierno, y a la vez nunca tampoco dejé de escuchar condenas furibundas al embargo impuesto por EE. UU.
En una ocasión, en medio de uno de los habituales apagones que hay en La Habana y estando aún vivo Fidel, una señora de unos 60 años, luego de soltar filípicas contra el legendario líder, sentenció: “¡Aunque eso sí, chico: que vuelvan los gringos, ni muerta!”. Ese sentimiento suele ser frecuente, e intenso, en el verbo escondido de numerosos ciudadanos cubanos.
Pero en estos días turbulentos casi no ha aparecido en el torrente de noticias o versiones venidas de la isla, por las redes sociales o las cadenas noticiosas. Es como si, para opinar sobre lo que pasa en Cuba, tuvieras que ponerte a uno u otro lado del embargo, con mojito o sin él, cuando en realidad lo que parece estar también embargada es la razón, la capacidad de ver y entender.
No es cierto, por ejemplo, que no llegue ‘nada’ de alimentos de EE. UU. a Cuba, como muchas personas creen. Una parte importante del pollo que se consume en la isla proviene de granjeros norteamericanos. Según US Trade, entre 1992 y 2019 las importaciones en ese rubro llegaron a 1.500 millones de dólares. También llegan algunos medicamentos, lo cual hace decir a algunos funcionarios norteamericanos que “todo es culpa” del régimen, a pesar de que uno de los grandes efectos del embargo es la presión financiera al momento de las compras. En respuesta, como es obvio, el gobierno autocrático de la isla alza la bandera del embargo como razón única de la desgracia.
Esa visión binaria, cerrada, se ha trasladado al trance reciente de las protestas. He visto con sorpresa, y pena, cómo algunos partidarios cerrados y congelados de la Revolución Cubana han llamado “gusanos” a quienes salieron a la calle, una falta de respeto mayor para ese pueblo que, como ha escrito el nada ‘contrarrevolucionario’ escritor Leonardo Padura, salió a dar un alarido.
Hoy hasta Silvio Rodríguez pide a las autoridades que no sean severas con quienes no ejercieron violencia en la calle y solicita más diálogo y menos prejuicio. Desde Miami, sin embargo, una parte del exilio cubano (el más duro, porque también hay sectores más abiertos) salió a pedir una intervención militar norteamericana, como si las armas fueran la feliz solución.
Lo de Cuba ya cansa. Cansa la sordera de las autoridades cubanas que no escuchan esos alaridos. Y cansa EEUU con su incapacidad de levantar una medida que todos los años le hace pasar un papelón en la Asamblea General de la ONU, cuando se vota sobre el tema. Todo eso, por último, cansa al pueblo cubano, hoy ya agotado, que clama por un cambio que no es el de hace 60 años.
Profesor UARM
Protestas en Cuba