Altos volúmenes de cielo (México, Escandalar, 2021), de Javier Sologuren, recoge “las huellas dejadas por el oficio de editor e impresor tipográfico”. La frase es de Luis Alberto Castillo, compilador de esta feliz antología temática. Son poemas excepcionales, intercalados en una producción que no fue experimental, pero que siempre estuvo atenta al diseño de los versos sobre el papel.
Aparece un Sologuren nuevo, con una sensibilidad próxima a la de su amigo Jorge Eduardo Eielson, en exploraciones paralelas de la libertad formal de la palabra sobre la página. El libro propicia una lectura ligera, rápida, que sorprenderá incluso a los conocedores de su poesía. El poeta y filósofo Castillo ha descubierto la importancia de una faceta poco advertida en Sologuren, y replanteado la aproximación a la totalidad de la obra.
Una animal en mí (Lima, Álbum del universo bakterial, 2021), de Juliane Angeles Hernández, es un cuidadísimo poemario confesional guiado por la reflexión frente a lo cotidiano. El libro está planteado en términos de un explícito diálogo con la tradición de la poesía peruana de mujeres pos-Blanca Varela, una toma de ubicación que no la acota ni le impide ser intensamente original.
Hay en Una animal en mí una atención a los tonos más modernos de la poesía en el mundo, y dentro de ello un notable arte de la precisión en el verso individual. Es una poesía parca en palabras, y es esta austeridad la que mantiene la unidad del conjunto. Angeles nos acerca a un conocimiento íntimo de su persona, en cierto modo nos convierte en lectores-transgresores. ¿No lo somos siempre?