Joe Biden y Vladimir Putin, dos líderes de grandes naciones, verdaderos actores internacionales de la economía y la política actuales, este 17 de junio se han dado la mano en Ginebra, la capital Suiza, la mansión Ville Grange (siglo XVIII) cerca del borde del lago Leman.
El educado anfitrión ha sido Guy Parmelin, el presidente de la Confederación Helvética.
Es la primera vez que Putin recibe a Biden, demócrata, 78 años, impecable terno azul marino, presidente electo de los EE. UU. Que le obsequia un bisonte miniatura y unos anteojos para ver más y mejor.
El entrenado dirigente ruso ya había dialogado desde el inicio de su gestión con tres de los mandatarios americanos que precedieron a este ocasional interlocutor. Inclusive le había dicho vela verde a más de uno. Como itinerario previo Biden visitó a la Unión Europea y la OTAN, por lo que desde una coincidencia germano-americana, abogó por instalar relaciones estables y predecibles, hechas de respeto mutuo, igualdad y sin interferencias.
El tono de la conversación fue muy claro para Putin, prudente en Biden. La agenda era compleja —no por ello menos urgente—, lo que se reveló en las cuatro horas de intercambio, una parte con la única presencia de sus traductores y la otra mitad, con sus ministros de Relaciones Exteriores.
Los primeros acuerdos fueron el retorno de los embajadores que habían sido llamados simultáneamente a Washington y Moscú en enero del 2020, a propósito de una ruda calificación a la conducta del líder ruso. Señal inequívoca de distensión que se completa con un acuerdo central sobre la cuestión nuclear llamado New START 2026. Y otra sobre ciberseguridad (hackers) que fuera parte de la agenda electoral cuando los demócratas acusaron implícitamente a Rusia (SolarWinds) de alentar la candidatura de Trump. En dicha ocasión quedaron rescoldos de desconfianza que se tratan de apagar en esta cumbre. Ni el caso Navalny ni otros de política interior dejaron de tratarse pero amortiguados por esta primera sesión. Nótese, sin embargo, la vigencia de algunos conflictos tradicionales como la cuestión ucraniana (acuerdo de Minsk), bielorrusa (allí donde el fujimorismo compró aviones que nunca despegaron), siria, Oriente Medio, península coreana, agendas de seguridad estratégica.
Luego de superar los choques con la diplomacia republicana, se entiende mejor el retorno de Lavrov y Blinken, los nuevos jefes diplomáticos, a su tarea natural de acercamiento y reducción del conflicto. Clima de diálogo “mirándose a los ojos”.
Que dos de los grandes actores de la política mundial expresen su voluntad de buscar acuerdos, conciliar posiciones y avanzar con nuevas agendas, Ártico por ejemplo, nos debe interesar. Por lo pronto este clima sirve para que algunos países compren vacunas, patentes e importen laboratorios sin cortapisas ni mezclar política con inyección.
Si el estilo (“sin ilusiones”) se logra imponer, esto es un diálogo pragmático, frío y resuelto y, si Biden lo acepta, se aliviarían en mucho las tensiones internacionales.
Coincide con la ventana abierta por los demócratas al derrocar el discurso de su predecesor. Nadie duda de que derrumbar el trumpismo ha sido la derrota política del neo fascio di combattimento, que se apropia hasta de los símbolos patrios. Viene después, la invasión —con muerte— del personal del parlamento gringo. Sigue el asalto violento contra las autoridades legislativas y electorales, los cercos y amenazas de muerte a los adversarios por turbas desadaptadas, salpicados de campañas pestilentes ensuciando redes sociales. Todo ello sazonado con un discurso racista, xenófobo, homofóbico, abusivo y yakuza que pregunta a la masa: “¿Ustedes van a resistir?”. A lo que las calles le respondieron con el grito de Black Lives Matter.
Ginebra (Suiza), 16/06/2021.- El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a la derecha, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, a la izquierda, se dan la mano a su llegada a la cumbre entre Estados Unidos y Rusia en Villa La Grange, en Ginebra, Suiza, el 16 de junio de 2021. EFE/EPA/DENIS BALIBOUSE / POOL