El debate del domingo ha dejado el campo listo para la reflexión final de los indecisos. Fue un intercambio mediocre, de antemano esterilizado por el funesto criterio del JNE para diseñarlo. Era preferible una sola temática: cómo salir de la crisis. Cada candidato debió haberse podido explayar a voluntad, con reglas mínimas, bajo la conducción de una persona experta, sin autómatas que hicieran preguntas insulsas, sin jóvenes que interrogaran sobre lo que ya se había dicho y sin una arbitraria, inútil información de contexto. Mejor fue el improvisado debate de Chota. Una impresión resultante es que el JNE debería abstenerse de organizar estos necesarios eventos, dejando la iniciativa a organizaciones civiles independientes.
Cada oponente recitó un libreto que en su mayor parte ya se había divulgado en las plazas, sin completar una visión de los grandes problemas. La de Pedro Castillo está en el famoso ideario de Perú Libre, una ruta hacia la estatización de la economía, pero una vez conocida se negó a confirmarlo. La de Keiko Fujimori es parcial, pues ha preferido, también por razones de estrategia, ofrecer un menú de corto plazo. Nunca dibujó al país que desearía dejar al cabo de su quinto año como presidenta.
Después de la primera vuelta Fujimori sumó la adhesión previsible de los votantes de derecha. Añadió una mínima porción de antifujimoristas que vieron en Castillo un mal mayor. Los votos que podrían darle la victoria están en el sector más pobre, atraído aún en su mayoría por Perú Libre. Son personas golpeadas por la crisis que temerían empeorar su situación económica con un gobierno del profesor.
Estos últimos indecisos son los que también podrían darle la victoria a Castillo, quien inicialmente recibió el apoyo del resto de las izquierdas, así como del amplio bolsón antifujimorista. Entre estos hay centristas oscilantes ─los llamados caviares─ que no lo ven como un peligro antidemocrático o desean mirar para otro lado. Los votos decisivos, sin embargo, serían de pobres que desean cambiar su situación, y que para tal efecto confían más en Castillo que en Fujimori, dígase lo que se diga de sus ideas políticas y amistades.
Sin embargo, el telón de fondo de las elecciones parece ser si el país se enrumba hacia el comunismo o regresa a la negra etapa del fujimontesinismo. Es la discusión en boga: Keiko Fujimori, encarnando el modelo establecido por la Constitución de 1993; y Pedro Castillo, la experiencia del Socialismo del Siglo XXI. Dio pie a la controversia acerca de los peligros de cada candidatura, un aspecto eludido en el debate.
Existen dos ideas asociadas al riesgo que representa Keiko Fujimori. Una, que llevaría el mal en su ADN político, fatalidad que irremisiblemente propiciaría autoritarismo y corrupción. Avalada por la historia de su movimiento, y por su propia trayectoria personal cuando lideró el aniquilamiento de PPK, la profecía termina sosteniéndose por una cuestión de fe. Podría cumplirse como no. ¿Quién puede asegurarlo?
La segunda es que la candidata lidera una organización criminal, conforme dirá el Ministerio Público en un futuro juicio por lavado de activos. Es asumida por sus adversarios en la política y el periodismo. Si ella es presidenta, se la enjuiciaría al término de su mandato, mas, entretanto… ¿no cabe temer que manipulará en lo que pueda al sistema judicial para salir bien librada? Es razonable pensar que sí.
El lado balsámico de esta opción es que Fuerza Popular manejaría mejor el Estado que los representantes de Perú Libre. No es seguro que evitaría un camino hacia un neochavismo, pues podrían fracasar sus reformas ─de intentarlas─ al cabo de su gobierno. Y entonces volvería el país al dilema entre las dos opciones.
El peligro de Castillo es que emerge del sector de la izquierda asociado regímenes dictatoriales responsables de execrables violaciones de derechos humanos en países como Nicaragua, Venezuela y Cuba. Allí los pobres terminaron más pobres, la corrupción es generalizada, la represión a sus opositores fue sangrienta. No es la cantera izquierdista brasileña ni chilena ni uruguaya, ajena a la mayoría de estos crímenes. El cordón umbilical sería Vladimir Cerrón, el presidente de Perú Libre. Además el profesor es compañero de luchas del Movadef, el brazo político de Sendero Luminoso. Aunque Castillo ha negado con insistencia esta vinculación, el proyecto en el que milita es una marcha forzada hacia un autoritarismo de izquierda.
Otro riesgo asociado a Castillo es a la ineptitud que augura su gobierno. No tiene equipo, ni planes, y los que anticipó resultaron en parte contradichos a los pocos días. En el último debate fue balbuceante para describir el rol del Estado en la economía. Como persona es un enigma. Su lado bueno sería que tiene las manos limpias, que no obedece a intereses económicos, que se conecta fácilmente con el pueblo.
La derecha está unida, el campo antifujimorista dividido. Al escritor Mario Vargas Llosa, adherente a Fujimori, lo han seguido algunos liberales, pero no muchos más. La exministra Flor Pablo y el científico Edward Málaga, parlamentarios electos por del centrista Partido Morado, anunciaron que no votarán por Fuerza Popular. El jurista Diego García-Sayán ha escrito que pronosticar la venida del comunismo con Castillo “es una tontería”. El candidato del centroderechista Victoria Nacional, George Forsyth, renunció al partido por su anunciado apoyo a Fuerza Popular. En fin, hay personalidades democráticas que por razones principistas encontrarán un peligro mayor en la candidata derechista. No es mi postura. Creo que un gobierno de Castillo haría más pobres a los pobres y sería más amenazante en materia de libertades. Esperemos a los hechos.
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