¿No es la vida un escenario? Llueven ráfagas de luz, y realidad e imagen se confunden. Con un solo gesto, una sola armadura, un joven se apodera de todo reflector, sabe que el escenario nunca empieza ni termina. En segundo plano —plano conjunto, como en una película— quedan los demás: los agentes de prensa, los periodistas, los teléfonos que suenan, las agendas que se llenan y hasta la cuadrilla de productores coreanos que, tras cruzar los océanos, filman cada paso y transpiración de Lenin, el creador del quechua pop —o simplemente q’pop. Todos a un lado, observando. Y él, con las fuerzas del Hanan Pacha, mira la lente de la cámara. Mira directamente al mundo.
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—Mi madre siempre me decía: “el escenario es la vida o la muerte”— cuenta Lenin, luego de la sesión de fotos. Siempre ha sido un chico tímido, revela. Sin embargo, entre la vida y la muerte, este cantante y compositor de k-pop en quechua ha escogido la primera opción, a plenitud.
Su tema ‘¿Imaynata?’ tiene casi medio millón de visualizaciones en YouTube.
Dice que no es un personaje, sino que es él mismo. Lenin Tamayo Pinares tiene una ‘armadura’ que sale de sus adentros para proyectar “fuerza y seguridad”. Esta armadura es el q’pop, un género musical que ha fusionado los beats frenéticos y pegajosos del pop coreano con la retórica del quechua y los instrumentos andinos.
Pero en realidad es más que eso. Es más que una canción viral de TikTok, es más que un videoclip grabado en las alturas de Waqrapukara. Es la evolución natural de una vida que, incluso antes de incursionar en la música, ya era una vida de artista.
—Yo nazco de mi madre, y por tanto, nazco de la música— sentencia el idol de 23 años.
Hijo de la cantante cusqueña Yolanda Pinares, Lenin recorrió desde niño las regiones del Perú, siempre al otro lado del escenario. En esa vida de vaivenes, reconoce que aprendió el quechua “por chismoso”, para entender lo que decían los artistas que pasaban por su casa. Tanto el arte como el idioma fueron los pilares que acompañaron sus años de formación. Y la música, claro. Porque en su casa se hablaba de música. Música andina, música latinoamericana, música del mundo. Desde su cuarto, todavía tímido, Lenin escuchaba lo que ponían en las reuniones, de Quilapayún a la Pastorita Huaracina, de trova a rock de los 80.
El gusto por el k-pop llegaría después, en la secundaria. Frente a bandas actuales como Stray Kids o New Jeans, Lenin prefiere el “k-pop viejito”, el de Super Junior, Big Bang y SHINee. Ese es su “rock de los 80”.
Es verano y es 2020. El año ha iniciado prometedor, y un desconocido chico de 20 años, estudiante de Psicología de San Marcos, se dirige al paseo de los Héroes Navales, en el centro de Lima. Meses atrás, en pleno octavo ciclo de la carrera, supo que no quería ser psicólogo. Y ahora, bajo el sol de febrero, el chico graba su primer videoclip: ‘Tusurikusun’ (Cuando estoy aquí).
La comunidad amante del k-pop acepta la singular propuesta de Lenin: el q’pop
Es invierno y es 2022. El chico acabó la universidad en clases virtuales —fue la ‘Generación Zoom’—. La pandemia ha dejado en pausa su proyecto. Pero ahora, bajo el cielo sin sol de julio, decide grabarse otra vez, con una nueva versión de ‘Tusurikusun’. La sube a TikTok para Fiestas Patrias. Un día, el chico no se conecta a las redes sociales. Cuando regresa, todo ha cambiado para siempre.
Sigue siendo 2022. Lenin no entiende en qué momento se hizo tan viral. En los comentarios, miles de personas se preguntan qué es lo que suena. ¿Es música andina? ¿Es k-pop? ¿Y en quechua? Alguien comenta: “Es q'pop”. “q’pop”, remarca otra persona, “con apóstrofe”. Y así, con apóstrofe, nace un género musical.
Lenin ya no conoce el descanso. Hay algo en su cabeza y no lo puede dejar pasar: sea el diseño gráfico de los afiches, la coreografía o la simbología de sus vestuarios, el idol peruano interviene en todos los aspectos de la producción para asegurar su visión de las cosas. Una visión con “concepto”, con “mensaje”, resumida en un eslogan que es una declaración de principios: ‘amor y libertad’. Es, en pocas palabras, su propio manifiesto ‘leninista’:
Amor para unir pueblos y libertad para ser uno mismo— dice Lenin, con determinación, una determinación parecida a la de su homónimo ruso en 1917.
Desde la comunidad k-poper afincada en la alameda 28 de Julio —siempre perseguida y en movimiento, como los gitanos—, hasta el vasto número de quechuahablantes en el país, Lenin ha llegado con su palabra de amor y libertad para unificarlos a todos.
Eso sí, procura escapar del cliché. Su mayor fobia es ser encasillado en un personaje que solo sonríe y le canta a un Perú de cartón, a un Machu Picchu para la foto. Lenin continúa tomando retos, como su próximo álbum, Amaru, en el que busca reivindicar su origen andino y a “su pueblo”. Como cable a tierra tiene a Yolanda, su madre, la única persona que puede atravesar su armadura para acomodarle un botón o para darle, con solo una mirada, una nueva enseñanza. Ella ha sido su escuela de música.
Productores coreanos han llegado al Perú para entrevistarlo y conocer su música.
Dice Lenin que no les va a los “extremos”. Esto no le impide reconocer al quechua como una lengua que representa a millones de personas con necesidades, sentires y demandas. En ‘Ukupacha’, un video que subió el 28 de julio, intercala fragmentos de policías y gases lacrimógenos con una escena de su madre corriendo por el bosque, huyendo de algo, de alguien. “Querrán matarlo y no podrán matarlo”, resuena en otra canción.
"Canto que ha sido valiente/siempre será canción nueva", decía Víctor Jara en su ‘Manifiesto’. Tal vez tenía razón.