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Domingo

Ica, 1818-1822: Temor y zozobra

Aunque la Independencia empezó a construirse con el desembarco de San Martín en Pisco, la región Ica vivió entre dos fuegos -realistas y patriotas- durante la mayor parte de la campaña libertadora. 

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Victoria. José de Canterac firmando la capitulación de Ayacucho. Foto: Difusión

Cuando el ejército libertador con José de San Martín a la cabeza desembarcó en Pisco no encontró una población emocionada por ese contingente de hombres que venía a enfrentar a la corona española y a liberarlos. No había bienvenida, no había fi esta, no había alegría. No había nadie. El Libertador dudó si eran ciertos los informes acerca de que este era un pueblo predispuesto a luchar y apoyar la independencia.

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Pero había razones para ese solitario desembarco sin calor popular. Diez meses antes, en noviembre de 1819, parte de la escuadra del almirante Cochrane al mando de Martín Guise, llegó hasta Pisco para abastecerse de aguardiente, pero en medio del embarque del cargamento los soldados se embriagaron con la producción restante y comenzaron a saquear y atacar la ciudad. Eso duró cuatro días. Guise ordenó destruir el licor que quedaba porque su tropa estaba descontrolada. Tras eso se fueron como llegaron, con rumbo a Guayaquil.

Docente Jessica Morey, autora de investigación histórica sobre Ica. Foto: Cortesía

Ese recuerdo estaba muy vivo en Pisco e Ica cuando llegó San Martín. Además, el jefe realista en la zona, Martín Quimper, había atizado el temor recordando ese episodio y se retiró a Ica sin plantear una defensa. La población se adentró en el territorio llevándose mulas, caballos y cuanto recurso fuera útil para los patriotas.

“Hay que desmitificar esa afirmación de que la participación de los iqueños en la causa independentista había sido muy temprana, inmediata y unánime. No fue así”, dice Jessica Morey, docente y autora de la investigación Hasta la derrota de Canterac. Ica durante la independencia. 1818-1822. En este lapso de tiempo Ica vivió en la zozobra y la incertidumbre porque siempre estuvo entre dos fuegos.

Si bien los hacendados de la zona estuvieron renuentes a los aires independentistas por el cambio que podría traer a sus posesiones, quienes abrazaron de inmediato la causa de San Martín fueron los esclavos porque lo veían como una posibilidad de libertad personal. En los 50 días que el libertador estuvo en la zona, muchos de ellos llegaron hasta el cuartel patriota con la esperanza de enrolarse. No todos lo hicieron: debían ser varones de cierta edad y en buenas condiciones físicas. Reclutaron unos 650 nuevos soldados entre ellos.

“Los iqueños viven una coyuntura de guerra en esos años (1818-1822) porque geopoliticamente Ica esta frente a la Intendencia de Lima, y rodeada de las intendencias realistas de Ayacucho, Huancavelica, Arequipa. Estaban amenazados constatemente. En estos cinco años (1818-1822), Ica estuvo en manos de realistas, luego en manos de patriotas. Era un vaivén donde era difícil mostrar lealtad a uno de los bandos”, explica Morey.

Quienes abrazaron de inmediato la causa de San Martín fueron los esclavos porque lo veían como una posibilidad de libertad personal. Foto: Difusión

En los tiempos posteriores, hubo algunas acciones de guerra en Ica, como la batalla de Changuillo en Nasca, donde los patriotas lograron la victoria. Esto animó a los independentistas de Ica y Pisco y hasta se nombró una primera autoridad del gobierno patriota: el gobernador iqueño Juan José Salas. Hasta se declaró la independencia de Ica en octubre de 1820. No duró mucho. En noviembre, otra vez la ciudad quedó bajo control realista con la complicidad del propio Salas y la élite iqueña.

“El contexto era muy volátil, cambiaba rápidamente, mostrar una fi liación política era muy difícil”, explica Jessica Morey.

Tan cierta es esa afirmación que para 1821 otra vez la ciudad volvió a manos patriotas y en 1822 estuvo de nuevo bajo control realista. “Todo este proceso trajo consigo el reclutamiento de esclavos, la confiscación de ganado, mulas, caballos [...] Para los iqueños estos años fueron un tiempo de quiebre, de pérdida tanto material como humana, de miedo e incertidumbre”. Esa situación continuó hasta 1824, cuando la campaña libertadora obtuvo la victoria final.

Cuando Canterac firmó la capitulación española tras la batalla de Ayacucho, hubo más estabilidad, pero nada cambió: los esclavos siguieron siendo esclavos.