El gran Jaime Moreyra, primera guitarra de Los Shapis, el grupo que llevó la música chicha a lo más alto en los turbulentos años 80, dice sobre su estilo que “el músico de la guitarra chicha le pone sentimiento, corazón a la ejecución (...), eso es lo que ven los amigos que nos escuchan”. En su estilo, en los giros de su guitarra están los sonidos del huayno. Ese ritmo cadencioso conquistó a la Lima migrante, provinciana, y la hizo sentirse orgullosa de su origen.
“Cuando llegamos a la capital, la gente de provincia, por evitar la discriminación, se ocultaba o estaba de perfil bajo. (...) Cuando llegamos a los eventos masivos, con el correr de la música ya se sentían en confianza y decían: ‘Yo soy de Huancayo’, ‘Yo soy de Chupaca’, ‘Yo soy de Juliaca’. (...) Ese es el proceso que los Shapis también vemos como un aporte importante para la identidad”, explica Jaime.
Esas reflexiones están en el libro 21 Guitarristas del Perú, de Manu Vera Tudela, músico y periodista, quien reúne las voces de igual número de ejecutantes. Son 21 conversaciones en las que los entrevistados explican su vínculo con la guitarra, sus historias personales, sus reflexiones sobre el país que somos.
Cuenta el autor que la idea surgió por la curiosidad de buscar a los guitarristas que admiraba y hacerles las preguntas que se le ocurrieran. “Resultó un libro de conversación que felizmente no es solo para guitarristas. Es para cualquier persona interesada en personas, en emociones, en formas de pensar, en problemas, en soluciones, en búsquedas, en diálogos, en encuentros y reflexiones”.
Aquí están, entre otros, Ernesto Hermoza, guitarrista de Susana Baca; Manuelcha Prado, el mayor intérprete de la guitarra andina; Kucho Gonzales, que acompañó muchos años a Chabuca Granda; Martín Choy, el cerebro detrás del sonido de Los Mojarras y La Sarita; Joaquín Mariátegui, fundador de Bareto y otras bandas; Charlie Parra, guitarrista metal reconocido en el mundo; Andrés Prado, que hace jazz y fusión de ritmos peruanos; Veronik, que fue la primera guitarra de Valium; o Willy Terry, guitarrista criollo e investigador. La lista se completa con otras figuras de la guitarra.
A lo largo de las más de 500 páginas del libro se desgranan visiones, épocas, cambios en el país. Martín Choy recuerda, por ejemplo, un concierto en una discoteca de Miraflores, donde les pidieron no tocar “chicha” y los sacaron del escenario cuando lo hicieron. Se pelearon. Al salir, afuera estaban amigos de El Agustino, a quienes no habían dejado entrar. “Orinamos en la puerta y nos fuimos. Y yo como riéndome, cagándonos de la risa. Pero si ves más allá, es un incidente fuerte”.
Manuelcha Prado cuenta que aprendió los secretos de la guitarra mirando. “Lo que he hecho es robar algunas técnicas al vuelo”, narra. Pero también ha investigado bastante en los pueblos y ha fusionado en su estilo la escala pentatónica andina, con la diatónica occidental. “¿Qué es lo que ha hecho que se fusionen? La necesidad de expresión, el tiempo”, dice.
Ernesto Hermoza revela cómo descubrió la guitarra flamenca y cómo, con el tiempo, encontró su ‘sonido’. Joaquin Mariátegui habla sobre los guitarristas que admira y confiesa que puede llorar cuando escucha la guitarra maestra de Manuelcha. Willy Terry recuerda su experiencia con los criollos antiguos de La gran reunión y su colaboración en el documental Lima Bruja. Y hay más historias.
“Haciendo este libro he aprendido nuevas cosas sobre la guitarra, pero, sobre todo, acerca de los personajes que han delineado en algo el sonido del Perú y las reflexiones que mueven sus cuerdas”, dice el autor. Aquí se habla de música, de espacios sociales, de identidad. Un libro altamente recomendable.