Ya tenía todo listo para armar mi reportaje sobre cuatro volcanes de Costa Rica cuando ubiqué mi posición en Google Earth y le di
mis coordenadas a mi amable guía, la doctora Noemy Linkemer. Ella soltó una carcajada, salió al jardín de su casa y me señaló las
cumbres cubiertas de bosques que rodean la capital, San José:
“Por aquí están todos”, fue lo que me dijo. Todo parecía fácil, pero el clima nos jugó una mala pasada. Nunca llueve en marzo, pero las
inesperadas tormentas eléctricas impidieron visitar tres volcanes: Irazú, Arenal y Turrialba.
Todos de fácil acceso, con espléndidas autopistas que ascienden entre campos de cultivo, hoteles y casas de campo. Toda una infraestructura al servicio de los turistas. En los tres casos pudimos llegar a la cumbre, pero ya no se permitía el acceso por la cortina de lluvia y la amenaza de rayos.
Cuando ya había perdido toda esperanza, los pronósticos meteorológicos (“mentirológicos”, dicen los ticos) pronosticaron buen tiempo muy de mañana: amaneció sin lluvia y con ese cielo azul tan tico. Salí disparado hacia la cumbre del volcán Poás y llegué tal
como lo calculó Waze: ocho en punto de la mañana. Las entradas ya estaban separadas por internet y el acceso se hizo fácil por una vereda rodeada de una selva similar a la de Machu Picchu.
Atentos guardaparques señalaron el camino y en menos de diez minutos los turistas nos asomamos a un balcón desde donde se puede contemplar una enorme laguna de aguas celestes en el cráter del volcán Poás, que despertó poco antes de la pandemia y puso en jaque la seguridad de la capital de Costa Rica. En las paredes del cráter se pueden contemplar los estratos de todo el material piroclástico y se ven las peligrosas emanaciones de gas.
En el ambiente se siente el azufre volcánico. Un helicóptero con turistas se pasea sobre el enorme cráter, donde la naturaleza ya permite la aparición de plantas que pronto cubrirán de verde todo el cráter… hasta la próxima erupción. En eso estábamos, cuando un colchón de nubes ascendió desde la ciudad y, en pocos minutos, ya no se podía distinguir ni el cráter. Igual, fue suficiente para gozar la inolvidable experiencia de pasear a pocos metros de un cráter aún en actividad.
Arequipa también cuenta con un geoparque. Foto: La República
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Los circuitos de los volcanes son parte fundamental de la industria turística de Costa Rica y se ha convertido en todo un modelo a seguir en otros países, como el Perú. Aquí, desde 2019, tenemos el primer geoparque reconocido por la Unesco; el Geoparque Colca y valle de los volcanes de Andagua, que fue visitado por más de 200 mil turistas el año pasado. “El 2022, la Unión Internacional de Ciencias Geológicas incluyó dos zonas volcánicas de Perú entre los cien primeros lugares del patrimonio geológico del mundo.
Se trata de los depósitos piroclásticos de la erupción del volcán Huaynaputina del año 1600 d. C., en Calicanto (Moquegua), e Ignimbrita tipo sillar de las canteras de Añashuayco, en Arequipa. Este último forma parte de la célebre Ruta del Sillar, que actualmente es el más importante destino turístico de la Ciudad Blanca”, nos cuenta el ingeniero Jersy Mariño Salazar, de Ingemmet. “Si bien contamos con un alto potencial turístico en los volcanes del sur peruano, hace falta su puesta en valor. Las autoridades locales y regionales deben construir miradores, museos de sitio y adecuadas vías de acceso (senderos, georrutas y trochas carrozables).
Implementar geositios, señalética y elaborar materiales de difusión y educación de distribución gratuita. De esta manera, el turismo puede constituirse en uno de los motores de la economía de nuestros pueblos”, agrega el especialista.