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Domingo

Vía constitucional a la revolución

“Según ese párrafo, por obra y gracia de un texto escrito, que segmenta los poderes públicos y apela al indigenismo, el país superará el sistema capitalista”.

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Vía constitucional a la revolución. Foto: Composición La República.

Escribe José Rodríguez Elizondo

En 1999, cuando Hugo Chávez asumió la Presidencia de Venezuela, lo hizo en su sonoro estilo. Juró el cargo “por esta moribunda constitución”.

Tuvo un gran éxito antidemocrático, pues no solo hizo una constitución a su amaño. Las nuevas normas le permitieron acumular todo el poder y lo legitimaron como el más notable de los dictadores elegidos y reelegidos de la región. Fidel Castro debió mirarlo con alguna envidia. Ni en su más gloriosa época de guerrillero triunfante osó someterse a una elección popular.

Vuelta a la colonia

En lo que fuera Santiago de Nueva Extremadura, a pocas cuadras del cerro Huelén, un centenar de convencionales de pueblos originarios, de la izquierda radical y de independientes afines, está puliendo una nueva constitución política para Chile.

Su artículo primero define al Estado como “plurinacional” y elimina el calificativo “unitario” del artículo 3° de la Constitución vigente. Esto implica convertir en naciones estatales a una oncena de comunidades y pueblos originarios, precolombinos o poscolombinos, que configuran un 12.8% de la población. En la vanguardia están los combativos mapuches, cuya densidad demográfica calculada es de un 10%.

Aunque los convencionales no han definido el concepto (dicen que “está en construcción”), suelen aludir a la necesidad de “descolonizar” y “refundar” Chile. De esto derivaría una plurinacionalidad con sesgo: si la historia republicana fue injusta con el pueblo mapuche, esta sería la oportunidad de rectificarla.

Pero el proyecto en desarrollo no se agota en ese contrafactual. Este es funcional a la construcción de un estado nuevo, para todos mezclados, que provea los bienes y servicios necesarios “para asegurar el igual goce de los derechos y la integración de las personas en la vida política, económica, social y cultural para su pleno desarrollo”.

Según ese párrafo, por obra y gracia de un texto escrito, que segmenta los poderes públicos y apela al indigenismo, el país superará el sistema capitalista (el “neoliberalismo”). Leído al trasluz, instala una nueva vía para la revolución social, que deja atrás la transición institucional al socialismo liderada por Salvador Allende, soslaya los fracasos económicos en Venezuela y Cuba y repudia lo obrado durante los tres primeros gobiernos de la Concertación.

América latina plurinacional

Tras el fin de la guerra fría, y con el desprestigio ecuménico de los políticos, la fórmula chavista se ha normalizado en la longitudinal andina. Hoy induce a surfear sobre las calamidades nacionales, imponer un cambio de constitución, soslayar que esta debe ser un instrumento normativo para todos y convertirla en el equivalente a un programa político.

Quien ha llegado más lejos por esa vía fue el expresidente boliviano Evo Morales, devoto de Castro y Chávez por orden de llegada. Su Constitución de 2009 se llenó de alegorías andinas y derechos sin deberes, muy funcionales para su reelección indefinida. Además, desconoció unilateralmente tratados internacionales y, con base en el 60% o más de pueblos originarios, cambió la definición del estado. Aunque conservó el calificativo “unitario”, este hoy es plurinacional.

Alvaro García Linera, ideólogo y exvicepresidente de Morales, ha explicado que ese nuevo estado es el instrumento necesario para romper con el “neoliberalismo” y reivindicar el socialismo, con los indígenas como “fuerza motriz”. También reconoce que el parto fue difícil y que “ninguna constitución fue de consenso”.

Los hechos dicen que la nueva constitución no trajo la felicidad de todos los bolivianos y que Morales debió abandonar la presidencia en modo traumático. Sin embargo, no ha abandonado su ambición de líder permanente, solo que hoy la está ejecutando a escala región. Con el proyecto Runasur en ristre, busca convocar a una América Latina plurinacional, con plataforma en los distintos pueblos originarios del continente. En marzo quiso hacerlo en el Cusco, pero debió retroceder ante la denuncia de diplomáticos peruanos de gran prestigio. Estos dejaron en claro que Runasur violaba la soberanía nacional e implicaba la ruptura de la contigüidad geográfica chileno-peruana, jurídicamente consolidada en el tratado de 1929.

En el fondo, Morales trataba de obtener una salida soberana al Océano Pacífico, por interpósita integración de comunidades aymaras.

Nueva puerta de escape

Con ese mar de fondo, el pasado domingo leí la siguiente y destacada noticia: “El presidente Pedro Castillo presentó ayer ante el Congreso un proyecto de ley para una reforma constitucional que permita la convocatoria de una Asamblea Constituyente, así como un referéndum para consultar a los ciudadanos si desean una nueva Carta Magna”.

Según la bajada, dicha asamblea tendría carácter plurinacional, con una minoría de candidatos de partidos políticos y una mayoría de independientes, miembros de pueblos indígenas y de comunidades afroperuanas, porcentualmente calificados. Se calcula que los originarios peruanos, con quechuas y aymaras a la vanguardia, alcanzan un 25% de la población.

Al margen de la mayor o menor viabilidad del proyecto, lo que importa, para este análisis express, es que muestra un momento de rara coincidencia entre chilenos y peruanos, en el ámbito geopolítico. En paralelo, confirma la existencia de una estrategia supranacional, diseñada con reserva extrema y ejecutada por políticos de nuevo cuño, que buscan una nueva puerta de escape para la dura realidad.

Socialismo patriótico

A fines de febrero, acompañando a Iris Boeninger, la embajadora de Chile, fui a visitar al expresidente uruguayo Pepe Mujica, en su chacra mítica. Fue una oportunidad para recibir, en vivo y en directo, una de sus lecciones de socialismo democrático, que tanto han beneficiado a su modélico país. Días antes, Mujica había conversado con el presidente Gabriel Boric. Le llamó la atención su juventud y lo encontró simpático, pero pronto llevó la conversación a su experiencia política, que a recogerla iba yo.

Habló de cómo se cultivó en la cárcel y de su secuela: el abandono de los dogmas ideológicos y la aceptación de que el liberalismo no se identificaba con el neoliberalismo y no era el taparrabos de la explotación capitalista. Contó de su relación civilizada con quienes habían sido sus carceleros.

Reconoció la importancia de la formación militar de Liber Seregni, el fundador del Frente Amplio (“escuchaba mucho, organizaba nuestras ideas dispersas y luego trazaba la línea estratégica”). Explicó la corrupción en las izquierdas como una falla ideológica y justificó su austeridad propia citando a Séneca: “Pobre es el que precisa mucho”.

De vuelta en mi sur, rebusqué en una de sus biografías y rescaté esta cita para la coyuntura: “cincuenta alucinados no hacen una revolución, pero pueden hacer un relajo de la puta madre”. Glosándola, pienso que estaríamos menos nerviosos si solo cincuenta constituyentes, con liderazgo, asumieran que una constitución incluyente es un deber patriótico.

Infortunadamente, deberes de ese tipo ya no suenan prioritarios.