Óscar Montezuma, director ejecutivo de Niubox
Es difícil predecirlo, lo cierto es que esta compra confluye con dos hitos importantes: el auge de la Web 3 y la reconfiguración de la escena global bigtech [gigantes tecnológicos]. Paradójicamente tenemos por un lado la promesa de una nueva internet más colaborativa y descentralizada que, gracias a la evolución de diversas tecnologías, nos permitirá tener una vida digital más activa y transaccional. Por otro lado, vemos una reconfiguración de la escena bigtech tras la reciente caída en bolsa de Netflix, la transición de Facebook a META y la reciente compra de Twitter.
Algunos sostienen que estamos en la transición hacia la Internet prometida, sin embargo, las preocupaciones en este contexto no son nuevas y giran en torno a cuál será la posición de Twitter tras la compra en materia del respeto a la libertad de expresión, la privacidad o las regulaciones digitales de distinta índole. No olvidemos que esta red social se ha convertido de un tiempo a esta parte en el megáfono ciudadano del Internet y en un influencer cultural muy relevante.
Eduardo Villanueva, profesor de comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Perú
Cuando apareció en 2006, Twitter podía pensarse como una combinación de mural de noticias y pared de baño: las novedades más interesantes tenían la misma audiencia global que los epítetos más banales. Donald Trump usó Twitter para lo segundo, así como muchos políticos nacionales sueltan tonterías para azuzar a sus partidarios. Los mensajes útiles se pierden en el tráfago de la agresividad. Este entorno hostil no es una falla, sino una característica: Twitter requiere que las personas se involucren emocionalmente desplegando sus pasiones para crear el tráfico basado en “tendencias” en vez de información.
Ante la presión de sus accionistas y los afectados por la agresividad colectiva, Twitter optó por regular a través de sus algoritmos. Esto molestó a un fanático de la libertad de expresión como Musk. Por ello su solución es propia de un oligarca: comprar Twitter para hacerla funcionar como él quiere. Habrá más agresividad y hostilidad en nombre de la libertad de expresión y un ambiente tóxico que no propiciará mejor información. Twitter será peor que antes, y probablemente aún menos exitoso.
Marco Sifuentes, periodista
A fines de 2020, el fin del mundo tocaba la puerta. En esos momentos, en cambio, Elon Musk se estaba convirtiendo en el hombre más rico del mundo. Durante ese año de horror, las acciones de Tesla subieron un 743%. El analista Ranjan Roy asegura que se trata de la acumulación de riqueza más rápida en la historia de la humanidad. Parte del éxito se explica por sus políticas negacionistas de la pandemia. Por un lado, desafiando las medidas sanitarias norteamericanas para reabrir sus fábricas antes que nadie. Por otro, aliándose con el gobierno chino con el mismo objetivo.
Mientras tanto, Musk tuiteaba que el “pánico por el coronavirus era tonto”. Pero Musk también usaba su Twitter para desafiar a la SEC (la reguladora gringa de la bolsa). Un tuit suyo podía hacer subir o bajar acciones a placer. La SEC lo obligó a restringir sus temas de tuiteo e incluso –en febrero de este año, justo antes del anuncio de su compra– estaba al borde de prohibirle su uso. Visto así, utilizar 44 mil millones de dólares para asegurar –y seguir incrementando– los 270 mil millones que consolidó en plena pandemia, suena tan lógico como pérfido.