En los meses de verano, mientras limeños y chalacos se amontonan en las pocas playas de arena que existen en la capital, a un extremo de la bahía la isla San Lorenzo luce como un gran espacio de arena inutilizado y vacío.
No sobran grandes espacios públicos en Lima. Entre diciembre y marzo los vecinos se vuelcan a las playas. Las colapsan, como ocurrió el 25 de diciembre en Agua Dulce. Los grandes parques se pueden contar con los dedos de dos manos. Carentes de lugares de esparcimiento, los ciudadanos terminan deambulando en los centros comerciales. Lejos del sol y del aire puro. Comprando.
Cuando, la semana pasada, en una entrevista con este suplemento, el arquitecto Augusto Ortiz de Zevallos reflexionaba sobre esta situación, recordó que hay un viejo proyecto para convertir la isla San Lorenzo en un gran centro turístico que, entre otras cosas, le brinde a los limeños varios nuevos kilómetros de playa.
Esta semana, revisamos el proyecto. Es complejo y ambicioso. Requeriría una inversión sin precedentes para una obra de su tipo. Pero de concretarse, sin duda tendría un impacto muy grande en nuestra sociedad
Los antecedentes del proyecto se remontan a finales del fujimorato. El gobierno quería saber si se podía construir un nuevo puerto en San Lorenzo. Le pidieron a Ortiz de Zevallos que armara una propuesta y él lo hizo, recomendando que también se invirtiera en generar espacios públicos, sobre todo playas.
La idea del megapuerto quedó en el camino durante el gobierno de transición, cuando se decidió potenciar el Puerto del Callao con ayuda de inversión extranjera.
Pero durante el segundo gobierno de Alan García surgió la idea de aprovechar la casi inutilizada isla –solo hay una pequeña base de la Marina en uno de sus extremos– para desarrollar allí un proyecto inmobiliario y turístico.
Esta vez fueron los directivos de Proinversión quienes convocaron al arquitecto Ortiz de Zevallos para pedirle que actualizara su viejo proyecto, sin el componente del puerto.
El urbanista y su equipo armaron uno nuevo, mucho más grande y ambicioso.
El Plan Maestro que presentaron propuso que la isla fuera dividida en cinco zonas: un Centro Urbano, un Gran Parque Ecológico, una zona de Viviendas y otros usos, zonas de Reserva Ecológica y una Base Naval (que vendría a reemplazar la que existe al lado del puerto).
El proyecto Isla San Lorenzo propone crear nuevos espacios públicos para limeños y chalacos, incluyendo más de ocho kilómetros de nuevas playas. Infografía: Rocío Montes.
El Centro Urbano sería el corazón de la isla. Lo compondrían viviendas, restaurantes, hoteles y negocios diversos, un centro financiero y de convenciones para hacer negocios, y un colegio y un hospital para atender a la población residente, entre otras estructuras. Aquí estaría la playa principal y se construiría una marina para embarcaciones de paseo.
El Gran Parque Ecológico sería el área verde de uso público más grande de Lima, cuatro veces el tamaño de El Golf y del Parque de Las Leyendas. En él se podrían practicar deportes de aventura, como el ala delta, el parapente o el bicicross, y actividades recreativas como los paseos y las cabalgatas a caballo. Tendría un mirador para contemplar la zona urbana, el mar y el litoral de Lima y el Callao. Y un museo de sitio, donde se exhibirían los restos arqueológicos de los antiguos habitantes de la isla. El Parque Ecológico estaría conectado al centro urbano a través de un teleférico.
Junto al Parque Ecológico, en el litoral de la isla que mira hacia mar abierto, el proyecto propone construir un Gran Acuario en el que se exhiba la riqueza biológica del mar peruano.
Al otro lado, en la costa que mira hacia La Punta, estarían las playas. Más de ocho kilómetros de playas públicas. En esta zona también se desarrollarían 18 condominios, de entre cuatro y 20 hectáreas cada uno, que podrían ser residencia para unas 33 mil personas. Las viviendas no estarían tan cerca del mar, lo que evitaría el efecto de ‘privatización’ de las playas.
Para conectar San Lorenzo con el Callao se construiría un puente. Un megapuente de 7.4 kilómetros de longitud, en forma de ese, que partiría de la playa Mar Brava del Callao y llegaría al Centro Urbano, conectándose con las vías internas que conducen a las distintas zonas de la isla. La estructura tendría un tramo levadizo para permitir el paso de grandes embarcaciones, como los buques de la Armada peruana.
El Plan Maestro debía servir como base para lanzar una licitación internacional. La idea era que un gran consorcio, con experiencia en megaproyectos de este tipo, tomara la concesión por 30 años y quedara obligado a construir cada una de las cosas propuestas, siguiendo un calendario de obras establecido.
Pero todo quedó en nada. Ortiz de Zevallos entregó el Plan a Proinversión, los directivos quedaron encantados, pero la licitación nunca fue lanzada. El arquitecto cree que se debió a razones políticas: el entonces presidente se percató de que no podría inaugurar el inicio de obras en su gobierno.
Ni Humala ni Kuczynski ni ninguno de los presidentes que llegó al Sillón de Pizarro lo reactivó. Tampoco el actual. Lo más probable es que no supieran nunca de su existencia.
Este suplemento le preguntó al economista Ricardo Salinas, responsable del plan de negocios del Plan Maestro, si el proyecto podía seguir siendo factible hoy, más de una década después.
–Con un adecuado concurso y guiado por expertos, se podría resucitar– dice. –Es un proyecto ganar-ganar. No solo ganan los inversionistas (desarrolladores inmobiliarios de vivienda, comercio, oficinas) en rentabilidad económica, sino que también se benefician familias porque se genera acceso a vivienda a precios competitivos, genera cercanías de puestos de trabajo, nuevas centralidades. Y gana el Estado, central y local, porque genera inversión pública, impuestos, arbitrios, entre otros.
–Reactivar el proyecto nos daría a todos espacios gratos, atractivos, para disfrutar la ciudad– dice, por su lado, Ortiz de Zevallos. –Y sería un gran negocio para el país.