Son medias verdades o directamente mentiras que se vienen propalando por las redes sociales desde principios de año. Las difunde un grupo minoritario, se diría fanático, pero han calado en un sector algo más amplio de la población, que por precaución o por miedo todavía se resiste a vacunarse. Que si las vacunas causan infertilidad o trombosis, que si alterarán nuestro código genético, que si llevan grafeno para magnetizar nuestros cuerpos o que si no han terminado su fase experimental y siguen en la etapa de ensayo, un ensayo global del que todos somos parte. Los antivacunas argumentan con destreza retórica, pero no tienen fuentes científicas que avalen sus mentiras. Por eso estas pueden ser desmentidas con facilidad por los expertos.
Probablemente la falacia más repetida por los antivacunas es que las vacunas contra el Covid son experimentales y que las farmacéuticas están “haciendo ensayos” con los vacunados. Pero eso es falso. “Todas las vacunas que se están aplicando ya pasaron las fases iniciales, donde se intenta probar que funcionan, y hoy sabemos que funcionan y que son efectivas para prevenir enfermedad grave y muerte”, dice el médico Percy Mayta-Tristán, director de Investigación de la Universidad Científica del Sur. ¿Cómo es que han sido creadas y aprobadas tan rápido, si desarrollar las vacunas tomaba varios años en el pasado? “Primero, porque ya se estaban probando vacunas para el coronavirus, a partir de la epidemia de SARS-CoV de inicios del 2000. Segundo, porque las tecnologías empleadas, como el ARN mensajero y el virus inactivado, ya estaban siendo probadas previamente. Otro factor importante es que los gobiernos pusieron mucho dinero para hacer las investigaciones y acortaron los tiempos regulatorios”, dice. Mayta-Tristán subraya que este apuro, sin embargo, no significó ir en contra de la seguridad.
La frase es repetida por varios voceros antivacunas: “si la vacuna funciona, ¿por qué hay tantos vacunados hospitalizados?”. Incluso, en redes sociales han circulados gráficos que muestran que el número de inoculados y no inoculados que llegaron a los hospitales es similar. Lo que no dicen estos cuadros es que cada número es aportado por una población de diferente tamaño: la de los vacunados es enorme y la de no vacunados, cada vez más pequeña. “El 80% de los hospitalizados en el Perú son no vacunados”, dice Percy Mayta-Tristán, “y el 20% restante son vacunados”. Hace unos días, el ministro de Salud repasó algunas cifras que ilustran la eficacia de las vacunas: de las 11 mil personas que fallecieron por Covid en los últimos meses, 10 mil no tenían ninguna dosis. Solo 264 tenían las dos dosis y de ellas, el 80% eran mayores de 60 años y presentaban comorbilidades. “Ninguna vacuna te protege al cien por ciento”, dice Mayta-Tristán, “pero está claro que protegen”.
Descubierto hace relativamente poco, el grafeno es el material más resistente del mundo y promete revolucionar la tecnología, la industria aeroespacial y la medicina. El bulo de los antivacunas dice que nos lo están inoculando secretamente con el fin de “magnetizar” nuestros cuerpos. Hay hasta fotos de vacunados con los brazos “convertidos en imanes”, supuestamente sosteniendo pequeños objetos metálicos. ¿El objetivo? Controlar nuestros cuerpos a distancia por “neuromodulación” a través de la tecnología 5G.
“No hay grafeno, en absoluto”, dice Arnaldo Tipiani, decano del Colegio Químico Farmacéutico del Perú, “toda la composición de las vacunas está disponible al público a través de la OMS y de la Digemid y allí no figura que se use este material”. “Todos podemos acceder a la lista de componentes de todas las vacunas”, dice, por su parte, Jeanette Carrillo, presidenta de la Sociedad Peruana de Inmunología, “y uno puede revisarla y no existe tal componente”. Expertos de otros países han apuntado que el grafeno no es soluble y que, por tanto, no se podría inyectar en disolución. Además, no tiene propiedades magnéticas. “Hay algún estudio sobre el grafeno ligado a los tumores”, dice Carrillo, “pero nada referente a las vacunas”.
Esta acusación es una de las más antiguas, ha sido sostenida durante años por los movimientos que se oponían a todo tipo de vacunas y con el Covid volvió a ser levantada por los antivacunas, al punto de que ha hecho dudar a algunas personas. Pero es falsa. “No hay un solo estudio que diga que las personas vacunadas tienen problemas de fertilidad después de vacunarse”, dice Percy Mayta-Tristán. “Llevamos más de año y medio desde que se iniciaron los primeros ensayos y la tasa de natalidad no ha disminuido”, dice, por su parte, Jeanette Carrillo. “Las mujeres siguen gestando, de hecho, si tienes Covid hay más riesgo de sufrir un aborto, tener un parto prematuro u otras complicaciones”. La página web de los CDC de Estados Unidos dice que “la vacuna contra el Covid-19 está recomendada para personas embarazadas, que intentan quedar embarazadas o que tienen previsto hacerlo en el futuro, así como para sus parejas”.
La mentira parte de un susto real: entre marzo y abril se notificaron algunos casos de trombosis luego de recibir la vacuna de AstraZeneca, sobre todo en mujeres de menos de 60 años. Pero nadie puede afirmar que la vacuna te provocará trombosis, ni siquiera que tendrás muchas probabilidades de padecerla. “La posibilidad de hacer trombosis es de más o menos 7% por cada millón de personas”, dice el investigador Percy Mayta-Tristán. “Las personas que fuman tienen 25% por cada millón de hacer trombosis y las que toman anticonceptivos tienen un riesgo similar. Pero eso no es todo, las personas que tienen Covid tienen 40% de probabilidades de hacer trombosis. Claramente, hay una diferencia muy grande en el riesgo”. “Se recomendó que las personas con infecciones esperaran antes de ponerse las dosis”, recuerda Jeanette Carrillo. “Pero fue un evento tan raro e inusual que no se consideró necesario retirar la vacuna”.
Este es uno de los bulos favoritos de los antivacunas: que afectarán nuestro genoma y causarán daños desconocidos e irreparables. La acusación se concentra en las vacunas que usan ARN mensajero, como las de Pfizer y Moderna.
Pero es una mentira. Los expertos aseguran que no es posible que afecten nuestro ADN. “El ARN mensajero es un código que permite a nuestro cuerpo producir una proteína, en este caso la espiga, que estimulará el sistema inmune. Pero este código no se integra al ADN”, dice Percy Mayta-Tristán. “La célula tiene un centro, que es el núcleo, donde están nuestros genes”, dice Jeanette Carrillo, “y el ARN mensajero es un componente que está fuera del núcleo, en el citoplasma de la célula. No hay ninguna posibilidad de que alteren nuestro código genético”.
“Tenemos millones de personas que han recibido las vacunas de Pfizar y de Moderna”, agrega Mayta-Tristán, “y no se ha documentado cambio alguno en ninguno de ellos. No tenemos mutantes ni super poderes que hayan aparecido en todo este tiempo”.