Por estos días, Aguas Calientes vive días sosegados, sin turistas, sin el bullicio al que sus habitantes y negocios estaban habituados por ser la puerta de entrada a la ciudadela de Machu Picchu. Parece un pueblo fantasma. Por eso la presencia del japonés Jesse Katayama (26) llama la atención.
Él llegó a Aguas Calientes el 14 de marzo, procedente del Cusco. Tenía un ticket de entrada al santuario inca señalado para el 16 de marzo. Pero para su mala suerte, un día antes se declaró la cuarentena en el Perú por la pandemia del COVID-19 y el sitio fue cerrado.
Jesse se quedó sin conocer la maravilla cusqueña. Tenía planeado quedarse tres días en el lugar, pero fue retrasando su partida semana a semana con la esperanza de que, en algún momento, se reabriera la ciudadela. Ya lleva más de seis meses en el lugar, pero su sueño aún no ha podido cumplirse.
Natural de Osaka, Japón, Jesse es profesor de boxeo y un gran aficionado a los viajes. Ahora también es el último turista en Aguas Calientes. Pensaba continuar su ruta por Sudamérica pero tampoco puede hacerlo por el cierre de fronteras. Hoy pasa sus días recorriendo el pueblo y sus alrededores, y aprovecha también para ejercitarse.
“Ha sido una buena experiencia para mí, tengo amigos que he conocido aquí, ahora sé mucho sobre este lugar. He visto Machu Picchu pero desde muy lejos, desde la montaña Putucusi y se veía muy pequeño. Espero poder ver Machu Picchu pronto”, cuenta.
Jesse está viviendo todo este tiempo en Aguas Calientes, apelando a sus ahorros. Vive en un minidepartamento que alquila y lleva clases de yoga dictadas por la propietaria del departamento que ocupa. También ha estado dando clases de boxeo a niños del lugar y saliendo a hacer deporte para mantener su estado físico. En Japón trabajaba en un gimnasio y espera retomar su trabajo.
Justamente, los fotógrafos Sharon Castellanos y Víctor Sea, autores de las fotos que acompañan esta nota, lo conocieron por primera vez un día que Jesse había salido a correr a la carretera. Lo retrataron como parte de un proyecto que realizan con apoyo del Fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society. Ellos lo describen como “sonriente y optimista”.
“Ahora conozco el pueblo y comparto mucho con la gente de aquí que habla inglés –en Aguas Calientes muchos hablan inglés por tratarse de un enclave turístico–. Intento vivir como local y no como turista para poder ahorrar dinero”, explica.
Con tanto tiempo a disposición, Jesse ha aprovechado para visitar los alrededores de Machu Picchu pueblo, como las cataratas de Aguas Calientes, la montaña Putucusi, Yanamayo y otros sitios más. Putucusi es una de las tres montañas que rodean la ciudadela y está al lado del Huayna Picchu. Desde ahí se tiene una vista frontal de los restos arqueológicos, pero un poco lejanos. Eso es todo lo que ha podido acercarse Jesse.
“¿Extrañas tu país?”, preguntamos. “Un poco, no tanto”, dice Jesse. Piensa que después de la quincena de octubre ya tendría que volver a Japón. No puede quedarse más. Ha hecho amigos en este pueblo, tan lejos de su país, y le costará irse sin cumplir su objetivo. Aún guarda su ticket de entrada como un recuerdo de lo cerca que estuvo.
Esa esperanza de poder ingresar este mes parece diluirse un poco con un anuncio que hizo el Ministerio de Cultura esta semana: se abrirán algunos sitios arqueológicos pero Machu Picchu todavía no. ¿Podrá hacer algo para cumplir el sueño de conocer la ciudadela inca y volver a su país a contar ese final feliz? Parece difícil, pero sería un premio a la persistencia y a su corazón de viajero.