Hace unos días hicimos tres pedidos por delivery a casa: mascarillas N95, dos litros de alcohol y medicamentos. Productos de primera necesidad que fueron traídos por taxistas que se identificaron como autorizados para circular. A la vecina le llegaron jabas de leche en un camión repartidor. Al otro vecino, verduras y pollo directamente del mercado de la esquina.
El reparto a domicilio se está convirtiendo en un servicio esencial para muchas familias en estos días de encierro. Sobre todo por las advertencias del gobierno, que comunicó que estamos llegando al pico más alto de infectados por el coronavirus. Eran más de 13 mil al cierre de esta edición.
Los supermercados publican sus políticas de entrega en internet, y detrás de ellos se abre un abanico de tiendas minoristas, panaderías, bodegas de alimento orgánico, y distribuidoras de productos cárnicos que ofrecen sus productos por delivery.
Marco Collazos da este servicio como repartidor motorizado de la Baguetería Don Mario, ubicada en Magdalena. Su trabajo -que consiste en llevar pan y empanadas a los clientes y hacer diligencias en los bancos- no paró tras el comienzo del estado de emergencia, el 16 de marzo.
Su horario laboral, más bien, ha aumentado. Ingresa a trabajar a las 6 am, realiza quince entregas en varios distritos de la capital, en los días más trajinados, y retorna a su casa en el Callao a las 4 pm. Otros cuatro compañeros, entre motociclistas y conductores de camionetas, realizan la misma función. Todos dotados con implementos de seguridad (mascarillas y guantes) y con un protocolo de desinfección estricto.
“Dejamos los pedidos como si dejáramos una bomba. Tocamos el timbre, entregamos la bolsa de productos y nos retiramos”, comenta Collazos, que tiene dos hijos, uno de ellos con discapacidad psicomotriz. Quedarse sin trabajo habría sido un duro golpe a su economía familiar. Los 1,200 soles que cobra le dan cierta estabilidad. “Los repartidores trabajamos algunos por la necesidad, otros por presión de las empresas o por miedo a ser despedidos”, agrega.
Él forma parte de la pequeña fracción de trabajadores de delivery que no ha parado pese a la pandemia, porque así lo decretó el gobierno: solo se repartirían bienes esenciales y el pan lo es. Pero hay otro grupo mayoritario de repartidores que se quedó sin trabajo. Sobre todo los que hacían delivery de restaurantes por aplicación, servicio que estaba en crecimiento y que ha tenido un parón significativo. Solo un dato: el sector gastronómico proyectaba ganar 28 millones de dólares este año, mediante la venta de sus platos por aplicaciones online. Así lo dijo el experto en negocios, Willard Manrique, en un artículo de El Peruano.
Pero al margen de las ganancias de los grandes, desde hace días empezó a discutirse en las redes sociales si deberían volver los servicios de Glovo, Rappi, Uber Eats y otras apps para entregar comida en la cuarentena. Los que opinaban a favor apelaban a la recuperación de miles puestos de trabajo y la reactivación económica de los restaurantes. Los contrarios subrayaban el riesgo al contagio de repartidores, cocineros, recepcionistas y todos lo que harían posible que usted vuelva a comer un seco norteño o una pizza.
En un post, la socióloga e investigadora del empleo en plataformas digitales, Alejandra Dinegro, reflexionó: “Si van a mandarlos a las calles, otórguenles garantías de salubridad, una tarifa justa y derechos laborales. De lo contrario, solo quedará como el pedido de algunos sectores con plata a los que no les interesa que miles de pobres se enfermen y mueran, mientras nos hagan llegar nuestro pedido”.
La chef Blanca Chávez se convirtió esta semana en la cara visible de Ahora Perú (Asociación de Servicios Afines al Sector Gastronómico), que defiende la apertura de los restaurantes, pues el parón ha dejado sin empleo a más de un millón de personas.
La estrategia que plantean se llama dark kitchen o cocinas fantasma, espacios físicos que utilizarían los restaurantes para preparar únicamente pedidos a domicilio con todos los estándares de salubridad y bioseguridad. Los repartidores delivery completarían la cadena productiva y transportarían los platos empaquetados en contenedores reglamentados por el Ministerio de Salud (MINSA), con doble bol sa (una para desechar) y los depositarían en la puerta del comensal. No habría necesidad de firmar nin gún papel. El pago se realizaría de forma virtual.
Todo esto ha plan teado Ahora Perú en un protocolo preliminar que está siendo evaluado por varios ministerios. Sin embargo, así como no hay una certeza sobre cuándo volveremos a nuestra vida normal, tampoco la hay sobre si el gobierno acogerá su pedido. Las cosas no están claras. A las manos de Alonso Núñez, el gerente general de Glovo Perú, por ejemplo, llegó un comunicado del Ministerio de Producción subrayando que “ninguna empresa está autorizada a brindar servicios de entrega a domicilio”.
La empresa de delivery se preparaba para volver a las calles con 500 de los 3,500 motociclistas que conforman su flota de trabajadores y que, tras una rigurosa evaluación de su estado de salud y la dotación de chalecos especiales, mascarillas, guantes y alcohol en gel, estaban listos para retornar al servicio. Sin embargo, tuvieron que parar en seco.
El economista Eduardo Recoba está de acuerdo con el delivery de comida pero opina que los sueldos de los repartidores deberían mejorar, dado el riesgo que implica movilizarse en una ciudad infectada: “El porcentaje que cobrarían los delivery por comisión va tener que subir porque las circunstancias son otras, por ello el Estado debería diseñar una suerte de ayuda también a este sector”.
Podríamos suponer que los más escépticos respecto a la movilización de cientos de trabajadores de los restaurantes y de otros cientos de repartidores serían los infectólogos, profesionales que se han vuelto una suerte de oráculo para los gobiernos y los abanderados del aislamiento social obligatorio.
Sin embargo, en el gremio hay varias opiniones. El médico Ciro Maguiña, de la Universidad Cayetano Heredia, es radical y dice que “la única forma de garantizar el servicio es que todos los repartidores se realicen pruebas rápidas para descartar infectados”. Dada la escasez de los tests rápidos, es una medida ideal, pero costaría realizarla. La doctora Teresa Ochoa, del Instituto de Medicina Tropical Alexander Von Humbolt, dice, por otro lado, que el camino es la regulación de una normativa oficial y la capacitación del personal para garantizar la bioseguridad. “Que los repartidores sepan que deben cambiarse los guantes constantemente, no pueden usar el mismo todo el día”.
Marco Collazos, el repartidor de pan por delivery, confiesa que vive en sobresalto ante un posible contagio: “Uno piensa en eso desde que sale de su casa. Tomo todas las precauciones. Ya sería la mala suerte si me toco con algún infectado”, dice, quien haciendo un cálculo tiene contacto con 84 personas a la semana, salvo los anónimos que no salen a recoger el pedido hasta que él se ha ido. “Ponga mi foto -dice- así mis hijos sabrán que trabajé durante la pandemia”.