Cuando Violeta Ardiles (73) llegó a Rampac Grande, un pueblecito perdido en las alturas de Carhuaz, en el departamento de Áncash, y vio la precaria escuelita en la que iba a dictar clases, su primer pensamiento fue irse de allí cuanto antes.
En ese momento entendió por qué los profesores no duraban en ese lugar: Rampac Grande era un puñado de casitas dispersas entre los cerros, sin agua ni electricidad y al que para llegar había que trepar por un camino lleno de piedras.
Y lo más difícil: nueve de cada diez estudiantes hablaban solo quechua. Violeta no los entendía; ellos no la entendían.
Algunas tardes lloraba. Le volvían las ganas de regresar a Huaraz. Pero luego se decía que no. Que en un lugar tan lejano también podía hacer patria.
A Violeta Ardiles el Ministerio de Educación la acaba de premiar con las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta no solo por los casi 20 años en que fue profesora y luego directora de aquella escuelita rural, tan pequeña y precaria como tantas otras escuelas en el país.
La acaban de premiar porque durante esas dos décadas desempeñó su función con un compromiso ejemplar, reemplazando profesores cuando no los había y asumiendo funciones que iban más allá del cargo –a veces fungía de jueza, partera y hasta sacerdote del pueblo–.
Y porque desde que se retiró del magisterio, a finales de los 80, se dedicó a un nuevo tipo de docencia: la publicación de libros de cuentos y poesías infantiles y la realización de talleres para fomentar la lectura y escritura en los colegios de Huaraz.
–Yo les digo a los profesores “llámenme cuando necesiten ayuda” y me llaman– dice–. Y cuando no me llaman, igual voy y los apoyo con talleres. Les regalo libros a los chicos. Les enseño el placer de la lectura.
MAESTRO DEL ARENAL
Michel Azcueta (72) llegó al Perú hace cinco décadas para hacer voluntariado con los jesuitas, pero se quedó para enseñar.
Enseñar a los niños y adolescentes del Colegio Jaén de Bracamoros, en Jaén, Cajamarca. Luego siguió haciendo voluntariado: corrió a prestar ayuda a las víctimas del terremoto de Yungay (1970). Y cuando un grupo de ellas se asentó al sur de Lima, en lo que entonces eran los extramuros de la ciudad, las ayudó a fundar una ciudad: Villa El Salvador (VES).
Michel presidió el comité pro distritalización de VES, fue su primer alcalde, fue reelecto y, varios años después, volvió a ocupar el cargo por tercera vez.
Pero durante todos esos años nunca dejó de enseñar. En colegios, sobre todo en el Fe y Alegría de VES. En la Escuela Mayor de Gestión Pública, que fundó junto a otros alcaldes en los noventa para ayudar a las autoridades locales a ejercer sus funciones eficazmente.
Y, desde el año 2007, en la Universidad Nacional Tecnológica de Lima Sur, donde enseña a futuros ingenieros y administradores cursos de liderazgo estratégico y realidad nacional.
Michel dice que la principal enseñanza que les transmite a sus alumnos es “mente amplia e imaginación”. Para no quedarse en sus temas, para pensar las cosas desde nuevas perspectivas.
El último miércoles, Michel y Violeta –junto con la bailarina Vania Masías– recibieron las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta de manos de la ministra de Educación, Flor Pablo, y del presidente Martín Vizcarra. Fue un justo homenaje a sendas carreras dedicadas a dejar huella.