Por: Maritza Espinoza
Su poema “El Perú”, de su libro Cabellera de Berenice, se leyó en cuarenta y cuatro lenguas originarias de nuestro país durante la inauguración de los recientes Juegos Panamericanos. Desde entonces, Marco Martos se ha convertido en el poeta peruano más citado del momento, algo que recibe con su habitual benevolencia. En esta entrevista, el poeta, catedrático y presidente de la Academia Peruana de la Lengua habla de esa inusual experiencia, pero también de las tendencias del idioma, de su trabajo poético y, muy de pasada, de la política local.
Ahora, tras los Panamericanos, todo el país se sabe un poema suyo, algo que sólo pasaba con algunos versos de Vallejo. ¿Cómo es esa experiencia?
Insólita. Jamás pensé que eso podía ocurrirme, pero una vez que pasó, ya no estoy tan sorprendido, porque lo que ese poema tiene es que conecta con la gente. Y eso sí lo sabía, porque se ha difundido bastante, pero en los medios escritos. Es primera vez que se dice en un estadio.
Y luego se viraliza en redes. ¿Es una nueva forma de vincularse con la gente?
Lo que ocurre es que la poesía, que es básicamente oral, se sube sobre los medios que aparentemente la combaten, como la radio, o la televisión en este caso. Hay una imagen que rescato. Hace años, iba a Cerro Azul y veía ahí a los tablistas. ¡Todo el esfuerzo que hacen para penetrar mar adentro y después vienen en la cresta de la ola! Dura solo un minuto, pero vale la pena. Es de una belleza absoluta. Independientemente de que ese poema lo haya escrito yo, me siento satisfecho de que algo escrito por mí sea un sentimiento colectivo.
¿Siente que por un minuto se subió en la ola?
Sí, eso siento. Por un minuto, pero inolvidable.
Y a propósito del título del poema, ¿cómo ve a este Perú tan fracturado, agitado, polarizado?
Ese poema forma parte de un grupo en el libro Cabellera de Berenice, que se llama "Cuaderno de amor al Perú”, que se publicó en el 90. Ahí hay un poema de recuerdos muy intensos sobre Piura, que es sobre recoger la patria pequeña. Y hay otro poema que se llama “Retablo”, sobre Ayacucho, y ahí está el país fracturado.
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¿En qué período fue?
Fines de los 80, que es justamente cuando estaba el problema de Sendero. Yo creo que ese poema, “Retablo”, es el primero que se ha escrito sobre Sendero Luminoso. ¿Por qué? Porque nadie escribía. Era simplemente aquello de lo que no se hablaba. Y ese poema, dice esto: que los hombres de la costa, cuando mueren, tienen recuerdos, entierros, flores. Cuando los campesinos mueren (eso dice el poema), son números asesinados.
Como presidente de la Academia Peruana de la Lengua, usted es más bien benévolo con incorrecciones del habla popular. ¿Eso tendrá algo que ver con ser de izquierda?
También con eso, pero lo que está ocurriendo es que, más allá de las posiciones de una persona, las academias de la lengua española están cambiando, en el sentido de que ya está en el desván de los recuerdos algo que decía la Real Academia Española: “Limpia, fija y da esplendor”.
La RAE era algo así como la aduana del lenguaje, ¿no?
Eso ya no existe. Y, además, los peruanos, en términos históricos, nunca hemos estado en esa posición, y el primer ejemplo es Ricardo Palma que, en 1892, llevó la voz de América al seno de la Real Academia Española pidiendo la incorporación de muchos vocablos de americanos.
Y fracasó, entiendo.
Fracasó en ese momento, pero ha triunfado después. ¿Por qué? Todas las palabras que él propuso están incorporadas ahora y su retrato preside la oficina del secretario general de la Asociación de Academias.
La corrección idiomática en nuestro país ha sido un argumento de exclusión. El “hablar bien” ha sido una forma de marginar a los otros.
Eso ya no ocurre. Por lo menos los estudiosos, los lingüistas de todas las universidades, de América y de España, respetan la forma de hablar de cada quien.
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Pero yo recuerdo, por ejemplo, a Martha Hildebrandt -miembro de la APL-, fustigando a Alejandro Toledo por hablar mal el español.
En este caso son posiciones extremas. Toledo maneja el español que conoció en su juventud y, curiosamente, tiene una influencia norteamericana de tal manera que es un hablante que llama la atención. Pero esa actitud de Martha Hildebrandt no es seguida actualmente por ningún lingüista y simplemente es suya. Y yo he sido alumno de ella.
Usted tiene Facebook, Twitter, Instagram. ¿Qué piensa de la manera en que se trata las ideas y el lenguaje en las redes sociales?
La gente se queja… O algunos estudiosos o profesores, que generalmente no son de lingüística ni de literatura, se quejan del lenguaje juvenil en Whatsapp, Facebook, etc. Yo quería recordar esto: los fenicios representaban los sonidos consonánticos y los sonidos vocálicos había que adivinarlos, exactamente igual a como lo hacen los jóvenes cuando mandan mensajes. “Te quiero mucho” es T, una K y una M.
La gente, en redes sociales, no solo escribe con letras, sino con emoticones, que son como ideogramas. ¿Qué piensa de eso?
Yo estoy a favor. Otra vez, los egipcios hacían exactamente lo mismo. Ahora, lo que ocurre, sí, es que cada uno de estos lenguajes representa esfuerzos generacionales y, por lo tanto, las personas mayores pueden confundirse. Un ejemplo en televisión: Yo estaba hablando de esto con José María Salcedo y Fernando Carvalho, y dice Chema: “Una chica me ha mandado unos corazoncitos rojos. ¿Significa que está enamorada de mí?” [Risas] Entonces, Fernando y yo le dijimos: “¡No, aquí hay sobreinterpretación!” [Risas]
¿Y usted usa emoticones cuando wasapea?
Pocas veces, pero sí, a veces, para concluir una conversación, mando una carita sonriente.
¿Y qué piensa del lenguaje inclusivo? Del todes, de todxs o el tod@s... ¿Son propuestas que se impondrán?
No creo. El lenguaje tiende a ser sintético. Si yo digo: “Señores y señoras”, estoy dentro de una fórmula. Si digo “hermanos y hermanas, profesores y profesoras, trabajadores y trabajadoras de este centro escolar, sean ustedes bienvenidos y bienvenidas”, evidentemente es un desastre. Sinceramente, creo que es una moda. Creo que las reivindicaciones femeninas son otra cosa a la que tienen derecho. Un ejemplo: destacados intelectuales hacen un reclamo a la Fundación Vargas Llosa para que den premios también a mujeres…
¿Qué piensa de ese debate?
Pienso que fue absolutamente inadecuado. Al hacer ese reclamo, cuando faltaba un día para que designen al ganador, teniendo a una mujer que estaba a punto de ganar -Gioconda Belli-, prácticamente le quitaron el premio. Es lo que mucha gente piensa, porque su novela es estupenda. Entonces, hay que saber también cómo se reclama y dónde se reclama. Pero quiero llevar una voz de esperanza. En este momento, por lo menos en el mundo occidental, en las universidades hay más mujeres que varones. Es 51 a 49, más o menos.
¿Pero por qué la presencia minoritaria de mujeres en el mainstream literario?
Esta igualdad en la formación es reciente. Entonces, si me pones una bola de cristal, pronostico que en 20 años el número de mujeres en literatura, en arte, en ciencia irá creciendo en proporción con respecto a los hombres. Eso nadie lo puede evitar.
En alguna entrevista dijo que, en términos de narrativa, Ribeyro y Vargas Llosa han puesto una valla muy alta. ¿Hay mujeres que se hayan acercado a esa valla en nuestra literatura?
Laura Riesco, por ejemplo. Después, bueno, Carmen Ollé. También hay una joven que solamente he escuchado en una entrevista, Katia Adaui. Me parece muy potente. Y en teatro, está Mariana de Althaus. Estamos hablando de potencia de expresión, no de dulzura.
Pero la valla sigue sin siquiera ser igualada.
Pero también alcanza a los hombres. O sea, no ha aparecido todavía un novelista o cuentista como Vargas Llosa o Ribeyro. Todavía.
¿Un poeta se retira, se jubila, deja de trabajar?
Algunos se jubilan. En mi caso, no, porque es lo que hago con más gusto. Es un trabajo no remunerado, pero que me da muchas satisfacciones espirituales y me invitan a muchos lugares, cosa que no ocurría antes. Usted ha dicho que no se considera un poeta copioso…
Ahora sí (risas). Lo que ocurre es que estoy aprendiendo contínuamente. Hay cosas que no salen al público, pero que son algo así como el entrenamiento del poeta, y en mi caso es la frecuentación de los libros de retórica, los libros de métrica. Y, claro, yo escribo la mayor parte de mis poemas en verso libre, pero no los escribiría tan fluido si no conociese métrica. Y eso tiene que ver con que la mayor parte de la poesía, no toda, tiene que ver con los ritmos. Y los ritmos, ¿por qué interesan tanto a la gente? Porque todo está con ritmo. Y eso tiene un reflejo en los sonidos.
Es la musicalidad, finalmente, ¿no?
Es musicalidad. Por eso es que yo me he acercado a la música criolla. Los grandes compositores de música criolla saben eso, por lo menos de un modo intuitivo. Por ejemplo, (Eduardo) Márquez Talledo… (Frasea) Si me alejo de ti / es porque he comprendido / que soy la nube gris / que nubla tu camino / Me voy para dejar / que cambie tu destino / que seas muy feliz / mientras yo busco el mío. ¡Es una maravilla de la acentuación!
Algo que siempre me ha impresionado de los compositores criollos es el uso impecable del idioma, desde Pinglo hasta Polo Campos.
Los músicos están cerca de los poetas. Y Pinglo era un gran lector. Lo deduzco...
¿Pero cómo se explica en Polo Campos, que era un guardia civil?
El padre de Alberto Escobar, el gran lingüista y poeta, era un guardia civil y obligaba a sus hijos a aprender poemas. Si no, no los dejaba jugar fútbol. Y su otro hermano resultó un compositor. O sea, ¡los guardias civiles también pueden leer poesía! (Risas) A mí me sorprende Polo Campos. Y, como se dice, me saco el sombrero.
¿Y los políticos leen poesía?
Los políticos de antes leían poesía. Los políticos eran tribunos. Había uno español, Emilio Castelar, que, a voluntad, hacía reír o llorar al pueblo. Se les llamaba “picos de oro”. En el Perú, los “picos de oro”, la mayoría, han sido apristas.
Es curioso, los “picos de oro” están en el Apra, pero los grandes poetas están en la izquierda. No recuerdo un gran poeta aprista…
Lo que ocurre es que en los años 30 todavía no se había producido esa división. Vallejo era amigo de Haya, por ejemplo, aunque luego se separaron. Y Haya era muy consciente de la calidad de Vallejo. Hay una antología interesante, del año 38, que hizo Luis Alberto Sánchez, y ahí están los poetas del Apra que pudieron ser. Está, por ejemplo, Alberto Valencia, un político aprista que escribía poesía. O (Guillermo) Carnero Hoke, Mario Florián, Juan Gonzalo Rose. Todos se pasaron a la izquierda, pero fueron apristas.