120 años de Jorge Luis Borges: Cumplir 20 por sexta vez
Cuando Borges cumplió ocho décadas de vida en 1980, dijo que su cumpleaños fue una fecha “muy triste”, pues el peso de la edad era “como una lápida”. Para suavizar el paso del tiempo, el autor argentino dividió su edad y dijo que había cumplido “cuatro veces 20 años, lo cual es más liviano”.
Por: Jalbi Romero M.
Jorge Luis Borges (Buenos aires, Argentina, 1899 – Ginebra, Suiza, 1986) cumpliría este sábado 120 años y sus lectores, o, mejor dicho, los seguidores de la obra integral del escritor argentino, que involucra más que sus libros —todo él, Borges, es una figura clásica, preceptora, casi mítica a estas alturas—, nos preguntamos: ¿qué diría el maestro sobre este último aniversario de su natalicio? ¿Qué diría, Borges, sobre este nuevo año de recordar aquel último 24 de agosto del siglo diecinueve en que, casi en una biblioteca —la de su padre, en la cual leyó por primera vez el Quijote, aunque en inglés, vale mencionar— llegó al mundo?
Aunque el viejo Borges no pueda responder ahora la interrogante, en cierto modo ya lo hizo 39 años atrás, en España, en donde había sido reconocido con el Premio Cervantes de 1979.
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En dicha oportunidad, Borges acababa de cumplir 80 años y, con su habitual fraseo de palabras interrumpidas —esa tartamudez suya que era menos evidente cuando hablaba en inglés, la lengua con la que empezó a conocer el mundo—, le dijo al periodista español Joaquín Soler Serrano, en una entrevista televisada, que su onomástico había sido “una fecha muy triste”, casi fúnebre.
“80 años son como una lápida”, dijo Borges aquella vez, para sorpresa del entrevistador, que segundos antes le había expresado “al maestro argentino” que ojalá viviera más tiempo que el que el propio Borges le había manifestado que quería vivir: un año, pero solo para concluir algunos proyectos que le interesaban en ese momento: un libro de cuentos fantásticos, una traducción de un místico alemán del siglo diecisiete, escribir algunos poemas y, sobre todo, “conocer físicamente la China y la India, dos países que, de algún modo, he conocido siempre, bueno, a través de tantos textos”.
“Cuando Paul Groussac cumplió 80 años”, continuó Borges en esa entrevista, “dijo: No, 80 es muy pesado. Digamos más bien, en francés, quatre-vingts: he cumplido cuatro veces 20 años, lo cual es más liviano”.
Ese era Borges: una fuente inagotable de frases que a primera vista podían parecer sencillas pero que, al mismo tiempo, por o pese a su simpleza, deslumbraban o sorprendían a quien las escuchaba, pues transmitían siempre ese típico humor borgeano que era la sublimación balanceada de la humildad y de la ironía o el sarcasmo sutil que nunca dejó de utilizar, y del cual, por otro lado, se puede decir que, como en el caso de Oscar Wilde —a quien Borges quería—, fue un pilar fundamental, esencial si acaso, en la figura del “Borges literario”, ese ser que incluso cuando el escritor argentino vivía aún, se abrió paso en el imaginario colectivo y configuró la imagen de la que goza todavía hoy, esa especie de demiurgo ciego que, antes que autor de cuentos notables, algunos más inolvidables que otros, fue sobre todo un poeta, es decir un artista de las palabras, un artesano de la expresión.
Pero incluso un ejercicio de imaginación podría echar luces sobre lo que, al menos el “Borges literario”, esa emanación del Borges real, podría decir por este 120 aniversario de su natalicio: algo tal vez como “120 años es mucho tiempo” o “¡qué horror!”, que fue lo que su madre, doña Leonor Acevedo, le dijo cuando cumplió 95 años:
“Ella, muy criolla, me dijo: ‘95 años. ¡Qué horror! Se me fue la mano’. Pero llegó a cumplir 99 y tenía el temor de llegar a 100, lo cual hubiese sido atroz para ella”, contó Borges en 1980.
Admirado; controversial; protagonista de una de las críticas más populares a la Academia Sueca —el eterno tópico del negado Nobel a Borges, decisión cuestionada que no pocas veces ha sido calificado de injusta—; autor elevado a la categoría de clásico aun cuando vivía; maestro reconocido por generaciones de escritores de diferentes latitudes… ¿qué no se ha dicho sobre Borges? Solo su mito puede conocer la cantidad de tinta que ha corrido en su nombre.
Pero lo cierto es que varias aristas de la vida del autor argentino son poco conocidas o se hace poco énfasis en ellas, como, por ejemplo, que era Sir Jorge Luis Borges, es decir Caballero de la Orden del Imperio Británico en grado de comendador, o que en la intimidad —esa que durante décadas compartió, en una especie de relación edípica, con su madre, hasta la muerte de esta en 1975— no era ni Jorge ni Luis ni Francisco ni Isidoro (que son todos sus nombres), sino Georgie.
O que su aversión a escribir novelas fue tal que, una vez, abandonó la redacción de cuento porque sintió que la historia se iba desbordando, o que algunas de las traducciones que firmó fueron, en realidad, hechas por su madre. O que escribió un gran número de sus cuentos en el sótano de la biblioteca Manuel Cané, una pequeña sucursal de la Biblioteca Municipal de Buenos Aires, en donde trabajó 9 años cuando era ya un escritor con cierto reconocimiento, salvo entre sus compañeros de trabajo.
“Una vez un compañero encontró en una enciclopedia el nombre de un tal Jorge Luis Borges, y se sorprendió de la coincidencia de nuestros nombres y fechas de nacimiento”, contaría sobre esta circunstancia Borges, en el capítulo cuatro de su Autobiografía, quizá el relato más extenso que escribió.