Por Angelo Torres Zevallos
Este es el destino final, el verdadero Puerto Alegre. Esto que parecía utópico, idílico pero tan romántico como dulce está ocurriendo. No hay que despertar, pellizcarse, solo disfrutarlo. Se pueden ver las repeticiones hasta el cansancio, ponerle play a la ilusión y volver a gritar hasta quedarse ronco. La voz está sobrevalorada, lo que importa ahora es revivir esos momentos que nos ponen a un paso de la gloria todavía esquiva.
Si hace 44 años necesitábamos de la suerte y un papelito para clasificar a la final, ayer la selección peruana hizo un partido para enmarcar, la mejor versión en muchos años. Emocionalmente un partido impecable, en el que supo manejar las pulsaciones, controlar los tiempos y superar físicamente a un equipo que llegó con más ego que poderío. Mientras su ‘generación dorada’ empieza a perder brillo, todo luce iluminado en nuestro lado.
Si el clasificar al Mundial era celebrado como fiesta nacional, ahora hay que pedir feriado para esta alegría incontrolable, casi como la velocidad de André Carrillo, absuelto de algún pecado que nunca nos enteramos pero que con jerarquía supo pagar su pena. O con la valentía del ‘Oreja’ Flores, que del picante barrio de Collique se teletransporta a la final de la Copa América, de hacer tres horas de viaje solo para entrenar a estar a punto de levantar un trofeo extraviado para nuestra memoria por más de cuatro décadas. De ser el niño favorito de la promoción de su colegio se convirtió en el símbolo de la esperanza de todo un país sin escalas.
Más cuando a los 20 minutos todos le echaban flores después de un tiro de zurda potente, con la fuerza de los millones de peruanos, que entraba cerca del palo, imposible para Arias para empezar a callarle la boca a un Chile prepotente desde su condición de campeón vigente pero carente de ideas. El 1-0 que desataba la locura en el estadio, que hacía temblar cada rincón del país y el ‘Oreja’ pedía que se escuchen esos gritos como si fuera un ‘rockstar’ mientras se le unía Yoshimar Yotún como un presagio para formar el 20-19 con sus camisetas juntas. El año de la felicidad, de una nueva final. Del renacimiento de nuestro juego, actualizado a la velocidad actual, con el rigor táctico impuesto por Ricardo Gareca, con el ADN del toque recordando aquellas épocas gloriosas. De blanco y negro ahora todo es a color y full HD.
¿Qué puede ser el fútbol? Una explicación de la vida misma, de que todos tenemos segundas oportunidades como Carlos Zambrano –impecable en todos los aspectos–, que el liderazgo se gana con ascendencia como Paolo Guerrero, un verdadero capitán, y que la picardía de Christian Cueva dentro y fuera de la cancha debe ser explotada en los momentos necesarios.
Escucharlos decir que podíamos llegar a la final de la Copa América para algunos era solo una proyección óptica, pero en la cancha se ganaron el sueño eterno. Carrillo encontró una salida desesperada de Arias, una defensa confundida y descolocada para que le llegue a Yotún que la para de pecho y le pega preciso. El delirio en la banca de suplentes, el grito de descarga de tanto tiempo de frustración para poder volver a sonreír de manera genuina. Perú tenía más gasolina que el rival, que intentaba más con amor propio que con argumentos. Fundido físicamente, Perú siempre ganó las divididas y cuando necesitó un milagro contó con las manos de San Pedro. Como en ese tiro esquinado de Fuenzalida, o la suerte de que el cabezazo de Vargas se estrelle en el poste, que la parábola de Beausejour encuentre al golero glorioso volando y un mano a mano con Vargas, siempre verdugo y ahora víctima, y otro tiro al ángulo que se ahoga en su muñeca. Tantas veces Pedro, tantas veces que ahora miles de niños querrán ser porteros. Hasta con un penal con VAR igual terminamos en el bar cuando Pedro tapa el tiro de Vargas.
Y en los descuentos, toda la jerarquía de Paolo para ser el gran capitán. El gesto adusto se convierte en una sonrisa tatuada. Paolo, siempre Paolo. Sin el VAR, con mucho fútbol, Perú deja en ridículo a Chile. El (ex) campeón de América ahora tiene que borrar lo que puso en el Estadio Nacional de Lima y escribir en su propia pizarra que por allí pasamos nosotros, encima de él, para encontrarnos con nuestro destino final. Con una final. Con el final.