Las calculadoras de bolsillo y calculadoras científicas son uno de los instrumentos indispensables para estudiantes, profesionales y matemáticos de toda índole en el mundo actual. Estas herramientas permiten ahorrar mucho tiempo y evitar errores de precisión en toda clase de operaciones; sin embargo, como productos comerciales, apenas nos acompañan desde los años 60. ¿Qué usaban nuestros padres y abuelos cuando no existían? La respuesta es fascinante.
Pese a que los mecanismos para calcular han estado con nosotros desde hace siglos, el tener un aparato lo suficientemente pequeño como para acompañarnos en todas partes es relativamente reciente.
La idea de emplear mecanismos que nos ayuden a sumar, restar, multiplicar, dividir, elevar a potencias y demás operaciones matemáticas siempre ha estado presente en la historia de la civilización.
Un quipu usado por los incas para contabilizar y registrar números. Foto: Cultura Inca
En cada cuna del mundo se utilizaron distintos instrumentos —desde los más rudimentarios hasta los más complejos— para ayudar a la tarea de hacer cálculos.
Si bien los seres humanos siempre nos hemos valido de nuestros dedos para operaciones simples, recurrir a instrumentos para mantener la contabilidad es tan viejo como las propias matemáticas, pero, en un inicio, todo se centraba en tener guías visuales para mantener bien el registro de lo que se iba sumando, restando y multiplicando sin errores.
Cuando llegó la modernidad hace cinco o seis siglos atrás, se empezó a recurrir a mecanismos más complejos, como tuercas, engranajes y ruedas.
La primera de estas máquinas fue la conocida pascalina, llamada así por su inventor, Blaise Pascal, que la creó para ayudar al negocio de su padre. El aparato era simplemente un grupo de ruedas unidas en secuencia que imitaban los valores posicionales y podían comportarse de acuerdo a ellos (unidades, decenas o centenas).
La pascalina, la primera calculadora análoga adoptada masivamente. Era muy útil para los negocios y es un antecesor lejano de las modernas cajas registradoras. Foto: Sutori
Tras esta revolución aparecieron todo tipo de máquinas, cada vez más complejas y capaces de más y más operaciones. Quizá el más avanzado de este tipo fue la propia máquina analítica de Babbage, inventada en el siglo XIX.
La máquina analítica de Charles Babbage. Una computadora hecha únicamente de engranajes y siguiendo los mismos conceptos que había usado Pascal dos siglos antes. Foto: Hipertextual
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El siglo XX trajo la revolución de las computadoras y, aunque llegaron en gran tamaño (con válvulas), pronto sus dimensiones se redujeron considerablemente (gracias al invento del transistor).
Se puede decir que las primeras calculadoras de bolsillo que se vendieron con éxito comercial aparecieron a fines de los años 60.
Calculadora mecánica del siglo XX. Foto: The Franklin Institute
Ya que eran una tecnología nueva para entonces, incluso la más básica podía resultar muy cara, y ni decir de las otras (mecánicas o electrónicas) de gran tamaño y que ocupaban todo un escritorio. Ninguna de estas opciones era económica.
Pese a que las opciones de arriba eran muy caras, a nuestros antepasados les quedaba una útil y económica opción: la famosa regla de cálculo (o slide ruler).
Las reglas de cálculo ayudan a hacer operaciones usando el concepto de los logaritmos como base. Foto: Divermates
Las famosas reglas de cálculo constaban de un dos reglas unidas entre sí, una con un orificio central y la otra insertada en el medio.
El mecanismo permitía que la regla central pudiera deslizarse. De esta forma, los valores escritos en cada una de las reglas podían seguir una lógica bastante exacta.
Así lucen las reglas de cálculo. Foto: Museo Informático de la UVA
Las reglas de cálculo se consideran computadoras análogas mecánicas, en el sentido de que el usuario puede obtener un resultado operando e introduciendo sus valores.
Algunas eran más complejas que otras. El diseño evolucionó desde el concepto del logaritmo, que fue publicado por el matemático John Napier.
Desde entonces, las reglas de cálculo evolucionaron por alrededor de tres siglos y fueron la forma más común para un estudiante o matemático de hacer operaciones largas en poco tiempo sin contar con una solución más barata.
Su forma moderna apareció en 1859, por el francés Amédée Mannheim. Las últimas en popularizarse en el siglo XX podían tener todo tipo de formas y tamaños, desde circulares, cilíndricas y hasta parecidas a un reloj.
Con la introducción de las calculadoras de bolsillo, la regla de cálculo cayó en desuso, aunque sigue siendo un objeto de colección y que desata interés en muchos aficionados a la historia y las matemáticas.