Por Ybrahim Luna El primer obstáculo: seguir. Y cuando sigues, te alcanza nuevamente la página en blanco. ¿Qué hiciste en aquella ocasión? Entonces, recurres inútilmente a cualquier disciplina estoica, con sus horarios y todo, pero igual se te escurre como dieta de sopa de verduras. Como una de esas tele-promociones que te venden gato por liebre, rata por mouse . Puedes leer también muchas biografías. Cultivar sensibilidades extrañas. Aderezar la página con lluvia de ideas, y bombardear tus fichas con audaces nemotécnicas. Pero quizá – y de hecho - todo termine como un esfuerzo innecesario, o sea, sirviéndote para nada. Y digo “para nada”, porque sabemos que el río ha de retomar su cauce solo. Los engranajes se lubricarán de la forma más sutil y menos forzada. Porque forzar “el estado de gracia” – ése del que nos habla Antonio Cisneros -es obviamente kamikaze. Cómo dice el poeta: “viene sin que tú lo llames y se va sin que tú lo botes”. La revelaciones, como frutos maduros, caerán por su propio peso y dulcemente: habrá que relajars e. Habrá que distender el espinazo frente al televisor, replegar los innecesarios ímpetus del súper-yo, embalsamar el deportivo footing de creerse indispensable. En suma, desactivar los radares. Y sólo así se podrán oír los ruidos nos piden algo. Mientras regresa la brizna, o el ciclón, puedes revisar algunos libros como El Tao Te Ching de Lao Tzu, o Las Rubaiatas, de Omar Khayyám, y aunque termines no entendido nada, habrás disfrutado, desde la comodidad de tu sillón, del esfuerzo ajeno, de hecho, una disciplina saludable. No desanimarse es un factor fundamental para la rehabilitación creativa. Tienes, por ejemplo, a tu alcance el poder más democrático y anestésico de todos: el control de la TV (ese aparatito negro, esencial como la telepatía para los extraterrestres). ¡Ah! pero, si NO tienes cable … ¡estás perdido! Tendrás que someterte a la borrascosa vulgaridad de la televisión peruana. Retomando la madeja, podemos (y esto no es una pastilla moral, sólo un mal intencionado simulacro) tener la esperanza de que esa página vacía volverá a llenarse como un campo que recibe lluvia después de meses. Porque el “estado de gracia” no es una profesión, es un ciclo natural.