Los colonos (2023) es el primer largometraje de Felipe Gálvez (Chile, 1983). Se trata de una película de época que transcurre entre los años 1901 y 1908 en Tierra del Fuego y Chiloé. Toda la película gira en torno a la misión que le encarga José Menéndez, el siniestro propietario de estos territorios, a uno de sus empleados, un escocés que se hace pasar por teniente británico, MacLennan. El teniente debe ocuparse de “limpiar” la propiedad de su patrón de todos los indios que habiten en el vasto territorio. Para ello, el escocés necesita un equipo. Serán tres jinetes recorriendo el paisaje patagónico: MacLennan; Bill, un texano/mexicano; y Segundo, un mestizo con gran puntería.
La acción se divide en tres episodios titulados ‘El rey del oro blanco’, ‘El fin del mundo’ y ‘El chancho colorado’. Hay saltos temporales y cambios de perspectiva. No obstante, lo que vemos durante la mayor parte de la cinta es el punto de vista del blanco. Ya sea el de MacLennan, el de su patrón, o luego el del white saviour. Los indios son vistos como un plaga que merece ser exterminada con el fin de “civilizar” el territorio. Sería un eufemismo decir que son tratados como animales, pues a estos no se les tortura y humilla como sí hacen las sirvientes de Menéndez con los Selk’nam.
No obstante, no solo vemos ese punto de vista blanco. Segundo, el jinete mestizo con menores privilegios es el único que siente aberración por la misión encargada. Sin embargo, logra disimular su resistencia a cometer ciertas crueldades contra los indios. No tiene la opción de rechazar las órdenes de sus compañeros de mayor rango. Es un subordinado. Pero sí logra engañarlos gracias a que es claramente más inteligente que ellos. Casi no habla, pero su punto de vista no requiere de palabras para que entendamos el odio y la frustración que siente por lo que ve. Es un personaje que encarna muchísimo dolor y desesperanza, y quizás el mejor trabajado.
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El segundo momento temporal de la película (1908) muestra algo de esperanza. Al menos, existe la noción de que las salvajadas cometidas por Don José son absolutamente reprochables. Este chispazo de esperanza lo encarna el acontecimiento que dirige esta segunda parte. El presidente Pedro Montt envía a un hombre conocido como Vicuña a la residencia de Menéndez con el fin de que investigue acerca del exterminio de los pueblos originarios ocurrido siete años atrás. Menéndez y su familia se excusarán defendiendo que todo lo que han hecho es para el futuro y bien del territorio, pero Vicuña no parece convencido aunque los calma. El inspector nacionalista encontrará a Segundo junto a Rosa, su pareja, en una cabaña junto al mar. Viven del mar, señalan. El encargado de Montt busca defender los derechos de los indios y mestizos, pero siempre exige y ordena cuando se acerca a Segundo y Rosa. Finalmente, los convence de filmarlos dando declaraciones y simulando una vida pacífica muy artificial. Los ordena a través de una escena compuesta. Un tipo graba y Vicuña dirige. El lugar de los indios/mestizos es subordinado, hasta cuando se les busca “defender”. La cinta acaba precisamente con una orden: “toma té, Rosa”, mientras Rosa se resiste.
Si bien es una obra que denuncia las atrocidades cometidas por los colonos, no es ello lo que da valor a la película. Gálvez es astuto al escoger elementos propios del western, como los enfoques rápidos a los personajes acompañados de ciertos sonidos, o las tomas de los viajes. Lo hace siempre reinterpretando el género desde la contemporaneidad. La música y el sonido es uno de los grandes logros de Los colonos. El western precisamente nace como un género para definir el lugar de lo civilizado (el vaquero blanco) y lo bárbaro (los indios) en Estados Unidos. Lo que muestra Gálvez es lo contrario: cómo ese afán por “civilizar” es tremendamente bárbaro y degenerado.
Pero aunque la violencia es atroz y constante, Gálvez opta por mostrarla dentro de un escenario bellísimo y con un cuidado cinematográfico enorme que resalte la paz y la hace chocar con el sistema que opera sobre ese paraíso. El tiempo pasa lento, pero uno se mantiene cautivado. Está construida de tal manera que el espectador acompaña a los tres viajeros a lo largo de este enorme territorio. Siente lo ridículo que resulta que sea todo “propiedad” de un solo hombre. El gran logro de la película creo que es ese: que el espectador encarne a los personajes, tanto para lo violento como para lo pacífico. Y eso solo es posible gracias a la audacia estética de Gálvez. A través de una composición visual y sonora muy brillante, la película consigue ser inmersiva y potente.