Por Sandro Mairata
“No existe un vestido oficial de marinera”, me dice Maricarmen Olórtegui, campeona laureada de marinera norteña. En el argot de la marinera, un “laureado” es alguien que ha ganado tres veces en la categoría campeón de campeones, nivel máximo que ha recubierto de gloria a algunos pocos como Olórtegui. Este año fue el segundo en que el Concurso Nacional de Marinera se llevó a cabo en el Polideportivo del Callao y no en el Coliseo Gran Chimú de Trujillo, debido a los problemas con el alcalde la ciudad –hoy suspendido–, y esta ocho veces campeona de 44 años, madre de dos hijas, esposa y psicóloga de familia reflexiona sobre el estado actual del baile, una actividad a la cual ha vuelto poco a poco tras haber sido diagnosticada con esclerosis múltiple en 2013.
La enfermedad es incurable y le afecta el sistema nervioso central. Tras perder la vista por completo durante cincuenta días, hoy puede ver de nuevo aunque ha perdido casi toda la visión en el ojo derecho. Olórtegui se ha sometido a diversas terapias e incluso tratamientos experimentales que le han permitido volver a bailar, cosa que hizo el domingo 28 en el Callao, homenajeando, junto a otros laureados, a la veterana jurado Amelia Calderón de Ferrer, quien ha estado en el concurso desde su creación por el Club Libertad en 1960.
“No soy puritana”, dice retomando el tema de los vestidos, “pero en años recientes se están viendo escotes pronunciados y transparencias que dejan ver el brassière… Cosas que están fuera de sitio. Como te digo, no hay un ‘vestido oficial’ de marinera, pero sí tenemos vestidos que representan pueblos y culturas de nuestro país que se usan para bailar marinera. No se trata de ponerse cualquier cosa linda y salir a bailar. Uno baila contando una historia, transmitiendo un mensaje, y el vestido tiene que ser parte de ello”.
PUEDES VER: Una inteligencia intuitiva
Regreso. Leyenda del fitness en los años 80, Ricardo “Pollo” Esparza había campeonado por última vez en 1986. Su nuevo campeonato llegó 38 años después. Foto: Marco Cotrina / La República
Como todo baile, la evolución es parte de la esencia vital de la marinera norteña, que llega a 2024 convertida para bien o para mal en “la” marinera dominante, dejando atrás de forma preocupante a otras variantes como la marinera de estilo mochero (donde el hombre baila descalzo) y generando una industria que ya va por un Decimocuarto Concurso Mundial (por las sedes internacionales del Club), multitud de selectivos (para clasificar al Nacional) y la novedad de un Concurso Latinoamericano que arranca en noviembre. Consultados bailarines y especialistas, todos concuerdan que el nombre debería ser “Concurso Nacional de Marinera Norteña”, puesto que hoy por hoy el nombre invisibiliza a marineras como la limeña o la serrana, que hasta 1978 se incluían en la competición, sin hablar de otras marineras como la puneña o la arequipeña.
“Y hay otra cosa. No porque un hombre se quite los zapatos para bailar ya se convierte en mochero”, acota Olórtegui, poniéndole al comentario un poquito de ají. “Hay que entender qué se está bailando y por qué. No se trata de bailar porque sí”.
Los limeños de base cinco o más, cultores del fitness, recordarán a uno de los más activos pioneros de lo que en los ochentas se conocía como “aeróbicos”, Ricardo ‘Pollo’ Esparza, presencia recurrente, junto a Alan Wong, en el programa de televisión ‘Ponte en forma’. Activo en la última década como instructor de ejercicios y cantante, la última vez que el Pollo ganó el primer lugar fue en la categoría adulto en 1986, por entonces la categoría de mayor edad. En 2010 aparece Máster y en ella compitió hasta 2017. Luego hizo una pausa y volvió en 2023 junto a una amiga de años, Verónica Mariátegui, para tentar la categoría final vigente en estos días: Oro.
PUEDES VER: Sandra Gamarra: Pinacoteca migrante
Lo de Esparza y Mariátegui ha sido una hazaña de las más inspiradoras. Él, con un único campeonato 38 años antes. Ella, retirada de competencias durante treinta años. Mariátegui había bailado entre 1991-94 y no volvió a hacerlo porque cuando se crearon nuevas categorías tuvo un accidente que le rompió un hombro “en varias partes”. Pasó a ser jurado pero “mi instinto de bailarina siempre estuvo ahí”, dice hoy. Cuando se creó la categoría oro, “me dije: ‘no se me pasa otra vez’”.
Recinto. Vista general del Polideportivo del Callao. Todos los bailarines consultados concuerdan que brinda mejores condiciones para el concurso que el Gran Chimú de Trujillo. Foto: Sandro Mairata / La República
En una conversación informal de julio de 2023, Mariátegui (64) y Esparza (63) bromearon sobre unir fuerzas y la broma se concretó entre octubre y noviembre. Antes, Verónica ya venía entrenando dos años para estar en forma “y me ha costado. Yo creía que podía pero al principio no aguantaba”, dice ella.
Me topé con ambos en persona el mismo domingo antes de su ‘final-final’; ambos lucían entusiastas y controlaban su ansiedad al verse avanzando en las sucesivas rondas. “¡Seguimos avanzando! Ahora a la tercera final”, posteaba Esparza en Facebook. Llegado el momento y sobre la pista, portando el número 372, ambos bailaron con elegancia y proyectando química y, sobre todo, comodidad; te ‘jalaban el ojo’, primera señal de que una pareja hace las cosas bien. Las balotas de los jurados enumeran los factores a considerar: 1. aplomo y personalidad, 2. salero, picardía y coquetería, 3. coordinación o comprensión, 4. habilidad, zapateo y desplazamiento y 5. ritmo y compás.
En opinión del jurado, Esparza y Mariátegui fueron los mejores en todo.
Esto en una época en que ambos representan a una generación que bailaba dejando espacio para la improvisación –“bailar libre”, le llaman los bailarines– sin coreografiar cada uno de los pasos, sin calcular cada movimiento. “Hay que cuidar el mensaje y cada edad, cada categoría tiene un mensaje propio”, dice Olórtegui poco antes despedirnos. “La marinera es un espejo de la vida misma; lo que vivimos es lo que ponemos en la pista de baile”.