Se ha detenido en esa ruta por donde el tiempo un día nos llevará para siempre. Echa una mirada a los territorios íntimos, a las vivencias, a la casa, a la memoria, pero como él aduce, ahora tras el velo del sueño. Acaso, como diría Vallejo, vuelve los ojos locos, en donde no todo lo vivido “se empoza, como charco de culpa, en la mirada”. El poeta Abelardo Sánchez León, “Balo”, acaba de publicar el poemario El tumulto del sueño (Ed, Peisa) en el que, en algunos poemas, a manera de un espejo retrovisor, se reencuentra con lo transitado, pero sin dejar de palpar el altorrelieve de la realidad.
“El sueño es un condimento literario para crear una atmósfera más ambigua, menos realista, aunque mi poesía es, básicamente, realista. No es surrealista ni evasiva. Sí, el sueño como un velo y el título viene de Eugenio Montale, que habla también de un velo con el que da una mirada más indulgente al tumulto del sueño. El último poema del libro,´El velo´, es una mirada a la realidad, pero ya cubierta por toda la experiencia de la vida que hace que tu mirada sea una mirada distorsionada por todo lo que ha sucedido”, dice el poeta.
El tono de tus poemas es reflexivo, ¿la vejez nos hace filósofos?
Filósofo, no. Yo creo que uno de los rasgos de la poesía peruana es que, precisamente, los poetas peruanos no tienen una base filosófica…
Lo decía por la visiones y la actitud reflexiva de este libro.
Bueno, yo creo que la poesía debe ser reflexiva. Creo que la poesía como un retrato fotográfico de la realidad puede ser una cosa más superficial. Yo creo que siempre la realidad merece una reflexión, una vuelta de tuerca, qué hay detrás. Eso sí hay. ¿Reflexivo?, sí, yo soy una persona reflexiva… Sucede algo y le doy vueltas, de todas maneras (risas).
Está también el paso del tiempo sobre la naturaleza humana…
Eso sí es inevitable. Y ahora, con la pandemia, todos hablan de lo rápido que ha pasado el tiempo o cuánto tiempo no nos hemos visto o cuánto han cambiado los rostros, su hábitos. El tiempo nos moldea, como decía Borges. Estamos hecho de tiempo. El tiempo es la característica humana más profunda y a mí me interesa el tiempo. Cómo se ve la cosa diferente un tiempo después. No todo se ve igual, no todo es lo mismo, pero, claro, en el libro hay una mirada, incluso una marcha atrás. Pero esto es una actitud también psicoanalítica, más introspectiva, más mirarse hacia dentro, que también requiere de una cierta valentía, de volver a hurgar en algunas cosas que han significado algo para ti.
Nos conduce al final, como en tu poema “Tiempo al tiempo”.
Sí, eso sí. Esa es una expresión común que dice que hay que darle tiempo al tiempo. También es el título de un libro de Isaac Goldemberg. Claro, en ese poema, es el viejo que está frente a la ola esperando la muerte.
Ese poema es cíclico, desde la infancia hasta cerca del fin.
Es un poema corto, me salió de un tirón, casi no lo he corregido. Tiene algo de Eielson, ¿no?, esa especie cíclica, de juegos de palabras, pero de una situación que se va invirtiendo. Ya no es el adolescente, el adulto, sino el viejo y “dejaste de ser todo lo otro”.
Y uno se queda en “ese incesante y monocorde compás de espera”.
Bueno, todavía no es mi caso, ¿no?, pero yo creo que con los años la cercanía de la muerte es más presente. Un joven se cree inmortal y está bien que sea así. Un viejo ya siente la presencia de la muerte. El cuerpo la va anunciando, tu lentitud progresiva, pero no siempre tengo que ser yo. Yo creo que allí hay, lo que dicen los que saben, una voz poética y esa voz poética no tiene que ser tú, necesariamente.
Sí, claro, es así. Te lo preguntaba porque es recurrente. En otro poema dice el “transcurrir del tiempo cumple con su deber”. Ya sabemos cuál es el deber del tiempo…
(Risas) puede ser. Sí, definitivamente. Además, el elemento onírico también hace que tú no seas consciente de todo lo que escribes. Felizmente los poetas se manejan con cierta naturalidad en un mundo no irracional, pero un mundo tuyo, desconocido, que vas indagando a través de la poesía. No es que tú escojas los temas, necesariamente; los temas te escogen a ti, un poco.
¿El oficio de poeta es el oficio de la posteridad?
Es un tema que yo creo que hay que resolverlo con humildad. Uno muere y el olvido es su destino. Las personas no saben quiénes son sus tatarabuelos, los bisabuelo. Con las justas hasta los abuelos se llega. Entonces, el olvido es, prácticamente, el destino de todos. Que tengas la suerte que te sigan leyendo después de un tiempo, otras generaciones, puede ser. Cuando yo reviso mi biblioteca, las veces que la reviso, me digo: cuántas voces ya no se oyen para nada. El destino es la desaparición. Yo escribo para el presente, no para una posteridad. En todo caso, la darán otras personas, no uno. Y mientras menos piense en eso, mejor.
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Entonces, la vigencia de un poeta de quién depende…
Como se dice, burlonamente, depende de las reediciones (risas). Si no te reeditan, te olvidan. Si no estás en una antología, no estás en el canon. Rara vez hay poetas marginales que no están en las antologías, que no los han editado, que puedan superar su propia generación. También está en el lenguaje. Creo que los poemas envejecen por el lenguaje, un lenguaje de la época, que ya no se escribe con ese lenguaje. Eso decía Westphalen, que tenía un lenguaje poético tan interesante, pero también un lenguaje poético clásico. Cada poeta pertenece a su época, a su generación. Vallejo, por ejemplo. Su vigencia está por su lenguaje, Esa es la riqueza de Trilce.
Sigue siendo nuevo…
Claro, el contenido no te salva. Esa vieja discusión de los poetas puros y poetas sociales, es un tema de lenguaje. La poesía social ha envejecido enormemente, como el expremier Aníbal Torres, su lenguaje es viejo, antiguo. Los muchachos lo escuchan, pero ellos ya están en otro lenguaje, en otra tecnología, están viendo a un abuelito refunfuñón. El lenguaje envejece. Las palabras que usas es también tu manera de pensar y sentir. Dime qué palabras usas y te diré cómo piensas y cómo sientes y cómo escribes. Un lenguaje nuevo siempre va a desconcertar y se verá cuán profundo e interesante es para que se siga leyendo después de un tiempo.
Me has dicho que te has jubilado como profesor. La revista Quehacer dejó de salir hace tiempo, ¿casi te queda solo la poesía?
Sí, definitivamente, es una demostración más que la poesía o nunca muere o la poesía es la última en irse. Antes se van las revistas, los artículos, las notas, las entrevistas en tu vida, pero el quehacer poético es el último que se va a ir. Definitivamente, en mi vida, sí, lo único que me queda ahora, aparte de mi familia, mis amigos y el Alianza Lima, es la poesía.
Eres de la generación del 70, tiempo de los grupos poéticos, ¿Qué te mantuvo como poeta insular?
Era la época de los grupos y quizás en la Católica donde yo estaba no había un grupo poético o yo estaba en el fundo Pando, en ciencias sociales, un poco alejado del ambiente literario. Sin embargo, yo soy amigo, he frecuentado a todos los poetas del 70. He estado ahora en Europa, con Elqui Burgos y Patrick Rosas, por ejemplo. Watanabe ha sido mi amigo, Manuel Morales desapareció, se fue a Brasil y falleció. Y bueno, a Jorge Pimentel, a todos los he visto, incluso a los poetas del 60. A mí me ven más como una bisagra entre el 60 y 70, tanto por ser amigos como por formación y sabe Dios qué. Pero no soy insular porque he sido y soy amigo de todos los que sobreviven del 60 y 70, porque, lamentablemente, se han muerto muchísimos.
-Pero José Miguel Oviedo en Estos 13 dice que tú eras parte de los poetas “independientes”, o sea, sin grupo.
Ah, bueno, sí. En ese sentido, sí.
Los años 70 eran años de los grupos poéticos. ¿Fue tu opción o no te invitaron a formar parte de los grupos?
No, si yo chupaba todo el tiempo con ellos. O sea, me parecía que la poesía era un trabajo más individual que una propuesta colectiva. Ellos vivía, prácticamente, en el centro de Lima. Allí vivían todos los días y vivían también, muchas veces, colectivamente. Muchos de los poetas venían de otras ciudades del Perú, como Juan Ramírez Ruiz de Chiclayo, Tulio Mora de Huancayo, entre otros. Veían la necesidad de una colectividad en la vida cotidiana, digamos. Eso me tenía un poco al margen porque yo vivía en la ciudad en el lugar donde había nacido, tenía otro barrio y amigos no literarios, pero sí los frecuenté mucho en el Palermo o en el Chino Chino. Era “independiente” por la causa que Dios defiende, en el sentido de que, hasta el día de hoy, creo que la responsabilidad del poeta es con su obra poética.
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En los poetas de grupo hay coloquialismo, en tu registro poético también, pero el tuyo es más dosificado. ¿Es así?
Creo que con la influencia anglosajona, de una poesía coloquial o conversacional, realista, trataban de capturar toda la complejidad de la realidad urbana, sobre todo de Lima, como la poesía de Verástegui, de Pimentel, o la poesía de Tulio Mora, con ese proyecto cuajado que es Cementerio general. Son poemas largos, son poemas casi en prosa, produce altibajos o vaivenes, sobre todo en la poesía de Enrique Verástegui. A veces resulta más difícil encontrar los grandes poemas que ha escrito, pero su primer libro, En los extramuros del mundo, definitivamente, es un acontecimiento literario importante.
También eres narrador, ¿cómo se ven el narrador Balo Sánchez con el poeta Balo Sánchez, son las mismas personas cuando escriben?
Para bien o para mal, mi formación sociológica esté más presente en mi obra narrativa, en mis novelas, a pesar de que me he cuidado que mis personajes no sean estereotipos o arquetipos de un significado social. He buscado la complejidad en los personajes que los humaniza mucho más. En mi poesía he tomado todas las precauciones para que no haya ninguna presencia de la sociología tan evidente. Recuerdo que un día Abelardo Oquendo, en un poema, vio “marco de referencia”, dijo: “no puede ser que pongas estas palabras en un poema”. “Marco de referencia” era un concepto que estábamos estudiando en la universidad y lo coloqué en un poema (risas). Pero esas palabras van teniendo un significado en la poesía última, por ejemplo, en la poesía de Mirko Lauer o en la de Mario Montalbetti. Hay una renovación en el lenguaje poética con palabras que vienen de otras disciplinas.
Vallejo quiso hacerlo con las palabras “poto”, “chicha”, hasta cuajar en Trilce.
Claro, y me parece interesante que las generaciones no terminen. Los poetas, como Mirko Lauer, por ejemplo, que ha publicado como tres libros en los últimos años, después de un largo silencio, con un segundo tiempo, con un segundo aire, entonces qué decimos, ¿es parte del 60?, ¿ya no tiene nada qué ver con esa generación? Marco Martos también sigue escribiendo. Entonces, no es una generación que se congela en el 60 o en el 70, los poetas han seguido escribiendo libros que no son, exactamente, ejemplo del 60. Este libro mío, por ejemplo, es mucho más cerrado, mucho más concentrado. Ya no creo tanto en los textos tan narrativos, tan largos, tan en su afán de capturar la realidad, sino más en la concentración de la poesía, más breve. Sacar todos los poemas que sobran, los versos que sobran, que no están bien escritos, que confunden. Si ensucian, mejor los sacos. Esa es una virtud que no tenía hace años, cuando era más joven.
Tu lenguaje, digamos, era más atropellador…
Así es, atropellador. Los poemas de Pimentel, Kenacort y Valium 10 son extensos. “Sinfonía en Marlene”, por ejemplo, es muy largo o es largo. Claro, ahora tampoco hay un lector para leer esos poemas tan largos porque la tecnología ha llevado todo a la brevedad, al Internet, todo lo que se consume ahora entre los jóvenes. Quién diría que el poeta Luis Hernández es ahora el poeta que más leen los jóvenes. Un poeta casi marginal, no estuvo en Los nuevos, no ha estado en varias antologías, no ha ganado los premios de la época, solo sacaba mención honrosas, y ese es el poeta que los jóvenes de hoy, en el 2022, el que más leen, el que más les llega. El mundo es así, pues, tú no controlas ni lo dominas ni pretendas hacerlo. El mundo tiene sus propias reglas, leyes, gustos y efervescencias.
Eso es lo que refería, que la vigencia de los poetas también depende de los lectores. Además, como tú dices, de las reediciones, por supuesto.
Ah, claro, Ahora a Luis Hernández se reedita. Es curioso. Él en vida casi no publicó nada y ahora si se reedita. En vida fue marginado, ahora es un poeta que lee mucha gente. El humor no era bien visto, ahora sí. Es el lector el que te da y también, imagino, las industrias culturales, etc. Un poeta como Pablo Guevara, por ejemplo, que era tan interesante, tan importante para nosotros, sus últimos cinco libros no sé si están en contacto con la juventud…
Pero se sigue leyendo “Mi padre, un zapatero”…
Es un poema de sus primeros libros…
La cuestión política
La política actual, sobre todo los políticos, afean la vida peruana, ¿verdad?
Totalmente, hombre. La vuelven tóxica, la vuelven insufrible, la vuelven una pesadilla, pero los intereses particulares de ciertos grupos políticos que no ven la realidad global, los intereses de la nación, digamos, también son maneras más intermediarias y mezquinas de hacer política y de alguna manera hay que optar por una o por otra de las posiciones porque si llegan al poder nos va a afectar, entonces nosotros tenemos que decidir cuál es la oferta política para poder escoger mejor, pero ciertamente que la oferta política está tan confusa, tan oscura que no sabemos cuál es. No solo no sabemos cuál es la propuesta política de Pedro Castillo, qué imagen de sociedad imagina o el de la oposición, que quiere tumbarlo, derrocarlo, vacarlo, para hacer qué, tampoco está tan claro.
Las marcas tristes
Has contado que a los 10 años de edad viste perder a tu equipo Alianza Lima por un equipo chico, el Centro Iqueño.
Sí, campeonó Centro Iqueño.
Para un hincha como tú, eso marcó una tristeza.
Bueno, me acostumbró que uno gana y uno pierde, que es lo primero que uno debe aprender en esta vida, pues uno no siempre gana, hay que saber perder y darse la mano. En los deportes que he practicado, que no he sido muy bueno, pero he nadado, corrido, jugado fútbol, era ganar o perder, pero el que pierde y el que gana se dan la mano, se abrazan y la vida sigue su curso, eso sí lo aprendí desde muy joven. Y segundo, hay que saber perder, pero a veces se pierde de una manera con trampas, emboscadas, traiciones. A mí me da mucha pena, por ejemplo, la eliminación del Perú al mundial de Qatar. Me parece una tontería, un absurdo, una dejadez. Y también cómo ha salido Ricardo Gareca. Me parece que no ha sido la manera más elegante y digna. Eso me aleja un poco, volvemos a lo mismo. Te da cierta tristeza, ciertas maneras de perder. La manera de perder el partido con Australia fue poco digna. No se peleó, no se disputó, pareciera ser que no querían ir al mundial, qué flojera, mejor estoy de vacaciones, esa impresión tengo yo. También te da cierta pena cómo se pierde. Pero en la vida se pierde, hombre. Se pierde todo.
Hay tristezas que marcan…
Sí, hay tristezas que marcan. Pero Alianza es mi gran equipo, pero tampoco ha tenido grandes logros a nivel regional, continental. Es un equipo que tiene más cien años y no ha llegado nunca a una final de Copa de Libertadores…No es gran cosa, entonces…
Has dicho que en la vida hay que saber ganar y perder. Pero hay pérdidas que nos negamos a aceptar. Ese gran libro tuyo, El mundo en una gota de rocío, es una resistencia a la pérdida de tu joven hijo.
Esa es la peor de todas, porque esa es la pérdida irrecuperable. Si el fútbol te da revanchas, la muerte de un hijo no te da ninguna revancha, ninguna compensación, nada. Lo único que te pone como reto es ser una mejor persona. Nada más. Así lo he asumido yo.