Luis García Montero: “Los sentimientos son tan históricos como una guerra”
Poeta español, director del Instituto Cervantes, presentó en Lima “Un romanticismo ilustrado”, una antología de sus textos que da cuenta de su visión y actitud poética.
Se resiste a escribir en un lenguaje que solo sea para poetas. En poesía, dice estar más cerca de la condición humana que de los experimentos verbales. Pero igual, piensa que la poesía es inútil, pero sirve para seducir a una dama o para cortale la cabeza a un rey. El poeta español Luis García Montero, que vino al Perú a oficializar el próximo IX Congreso Internacional de la Lengua Española, presentó en Lima un romanticismo ilustrado (Ed. Peisa), un poemario con título paradójico, una selección de textos en tres apartados -“Palabra”, “Edad” y “Amor”- que da cuenta, seguro para el debate, de su visión y actitud poética.
“Son tres capítulos que están relacionados entre sí porque son ejes de mi poesía que se cruzan. El título habla precisamente de la fe en una tradición ilustrada donde la razón es muy importante, pero de la precaución para que las razones no se aparten de los sentimientos. Yo creo que razón y sentimientos se equivocan cuando se distancian. La razón solo sostiene su verdad cuando no se despega de los sentimientos y los sentimientos sostienen su sentido y verdad cuando no se despegan de la razón. Una razón sin sentimiento puede acabar en una bomba atómica o en campo de concentración; y sentimientos sin razón pueden acabar en un linchamiento o en un movimiento irracional capaz de destruir las instituciones y la convivencia”, enfatiza.
¿Escribe entre esas dos orillas?
Me gusta hacer una poesía en donde confluyan las tradiciones de la modernidad ilustrada con las tradiciones críticas del romanticismo, donde los sentimientos reivindican su autoridad. Y por eso, el libro tiene tres partes, una primera, “Palabra”, donde se medita el sentido de la poesía, la reivindicación de los valores humanos, el saber que la ciencia y la técnica deben venir siempre acompañada de una vinculación con los sentimientos para que nunca se separen en sus trabajos en la dignidad del ser humano.
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Y luego la experiencia vital.
Sí, en la parte “Edad” tiene que ver con mis propios años, pero también con el paso de la historia, con la situación de la historia que yo he vivido y he heredado como ciudadano. Después está “Amor”, porque yo creo que es muy importante para la poesía tomar conciencia de que la intimidad forma parte de la existencia. Yo creo que los sentimientos son tan históricos como una guerra o como una Constitución, porque cuando alguien dice”soy yo” está en una geografía y en un tiempo histórico determinado.
Pero la poesía también está hecha con palabras. Usted es muy crítico con los experimentos verbales en la poesía…
Bueno, yo creo que la verdadera modernidad en la poesía se concibe cuando hay una transformación de la educación sentimental más que cuando hay imaginaciones formalista. Son, precisamente, la transformaciones de los sentimientos las que buscan una formalidad que se ajuste a ellos. Ahora, querer cambiar la poesía sin transformar los sentimientos deja al formalismo en un puro ejercicio de retórica. A mí, en mi tradición, me gusta la poesía que utiliza de la manera más rigurosa y más personal posible la lengua de todos. La lengua materna, la lengua donde hemos aprendido a decir “madre, tengo frío”. Entonces, yo, más que sentirme un elegido de los dioses, soy un hijo de vecino que ha nacido en un idioma y que quiero hacer poesía tratando ese idioma de la manera más personal posible. No me identifico con las tradiciones poéticas que lo que quieren es crear un lenguaje solo para poetas o destruir el lenguaje de la comunidad, como si la personalidad no pudiese convivir con la comunidad.
Un verso suyo dice “La poesía es inútil, solo sirve para cortarle la cabeza a un rey”…
Bueno, a mí siempre me ha gustado como poeta defender las palabras que me parecen importantes. Creo que muchas veces nos equivocamos cuando le dejamos algunas palabras al enemigo. Y eso me pasó cuando empecé a escribir con la palabra “utilidad”, porque en una sociedad muy pragmática, que solo cree que es importante lo que es su negocio inmediato, que lo mercantiliza todo, predomina el utilitarismo. En el siglo XIX hubo una gran crisis de las poéticas cuando el modernismo y el parnasianismo reaccionaron contra el utilitarismo de la sociedad industrial y pensaron que la labor de la poesía era renunciar a la utilidad. Eso tuvo consecuencia en el lenguaje, pues hacían un lenguaje que no se entendía. Federico García Lorca hacía bromas leyendo “Responso a Verlaine”, poema de Rubén Darío, que dice: “Que púberes canéforas te ofrenden el acanto”… ¡qué maravilla, solo se entiende el “que”! Pues parecía que había que inventarse un lenguaje distinto al de la sociedad, que era utilitaria o había que cantarle a la inutilidad, la vida bohemia, la vida distanciada del trabajo, al poeta que vivía en los márgenes. Eso ha dado buenas tradiciones, pero a mí me interesó más otro reto, y es reivindicar la palabra “utilidad” para decir que útil no solo es aquello que se convierte en un negocio inmediato. Hay muchas más cosas, por ejemplo, esas humanidades que le dan sentido a la ciencia y a la técnica, a la educación, al trabajo de la conciencia,entre otras. Por eso me gusta decir, la poesía es inútil porque no es utilitaria, no da mucho dinero, pero tengan ustedes mucho cuidado que la poesía sirve para cosas tan importantes como seducir una muchacha o para cortarle la cabeza a un rey y cambiar de golpe una manera de pensar la sociedad.
¿El epicentro de la poesía es la vida más que el follaje de las palabras?
Yo creo que sí. Yo creo que la poesía tiene sentido porque es la pregunta del ser humano qué digo cuando digo soy yo y qué relación tengo con el mundo que me rodea. Esa pregunta hay que hacerla constantemente porque las épocas van cambiando las respuestas. La poesía tiene que buscar con honestidad la verdad para hablar de cualquier asunto, pero de acuerdo con la propia conciencia y no de acuerdo con una moda o de acuerdo de aquello que te exige la gente para caer simpático.
La poesía es comunicación. Un versos suyo dice “Las palabras son como barcos/ y se pierden así, de boca en boca...”.
Fíjate, en los debates poéticos ha habido a veces una polémica entre los que pretendían que la poesía fuese conocimiento, tener una ida y reflexionar sobre ella o comunicación, tener una idea y comunicársela al otro. Bueno, yo creo que no se puede separar las dos cosas. Muchas veces los poetas preparamos un poema para que reflexione sobre la condición humana y para eso no puede ser un deshago biográfico; si fuese un poema de amor, no puede servir para que la gente diga “uy, cuánto quería este señor a su mujer”. El poema se convierte en un hecho poético cuando hay un lector que lo habita y piensa en su propio amor y el amor se convierte en una reflexión sobre la condición humana más profunda y sobre las cosas que nos define a los seres humanos. La poesía sirve para reflexionar en relación con el mundo. Y es comunicación, precisamente, porque uno prepara un poema para que sea el lector el que lo habite y, en ese sentido, se prepara un poema como quien prepara una casa para recibir a un amigo. Es también un acto hospitalario.
Quien salva a un poeta no es la familia, la amada, sino el lector…
Como ser humano, necesita ser salvado por la familia, por la amada, pero cuando estamos hablando de un poeta, un ser humano que escribe poesía, lo que justifica y salva al poeta es el lector. No hay más, es el único. Yo creo que un poeta cuando escribe está intentado trascender su propio yo biográfico para llegar a una subjetividad que acepte a los demás.
A propósito del próximo Congreso de la Lengua española, Vallejo con Trilce “atropelló” el español…
(Sonríe) Vallejo trató con libertad el lenguaje que es de todos e hizo con las palabras más cotidianas y con los tonos más cotidianos un mundo muy original donde la expresividad era más importante que la regla. A mí me encanta la poesía de Vallejo porque consigue romper la regla sin caer en la extrañeza de algo apartado al lenguaje comunicativo, al lenguaje de la vida cotidiana.