En el Congreso de la República, los parlamentarios tiene una ventana de divulgación cultural, que es el Fondo Editorial del Congreso (FEC). Pero ocurre allí, en la elección del cargo de la jefatura -que decide las publicaciones-, unas son de cal y otras de arena. Es decir, a buena hora si se elige a un buen jefe editor y, si no, tocará lamentarse. Y ocurre así porque dicho cargo antes de asignarse por méritos y capacidades que el puesto exige, es “un cargo de confianza”. Y, como sabemos, en el Congreso no faltan políticos que aprovechan esas prerrogativas.
El escritor Dante Trujillo, que semanas atrás ha sido destituido de la jefatura del FEC, señala algunos aspectos de cómo se maneja esta editorial donde priman más que criterios culturales, editoriales, políticos. De allí que se ha nombrado con facilidad a un nuevo jefe, “a una persona que en toda su vida no ha editado un libro”.
Y es que el azar de nombrar a un nuevo jefe del FEC también está en el azar de qué Congreso tenemos, o sea, qué políticos lo conforman.
“Recordemos que el FEC fue creado e impulsado en 1997 por Martha Hildebrandt. Más allá de la coyuntura que les tocó y de cualquier posición política, pensemos que en ese Congreso (1995-2000) participaron también figuras como María Ofelia Cerro, Alva Orlandini, Chirinos Soto, Graciela Fernández Baca, Grados Bertorini, Javier Diez Canseco, Baella Tuesta, Avendaño, Harold Forsyth, Henry Pease, Salazar Larraín… gente que tenía una relación con la cultura y la educación opuesta a la de la mayoría de los actuales legisladores”, subraya Dante Trujillo.
Arguye que otros congresos nacionales, como es el caso de España y Chile, para citar dos extremos, también cuentan con editoriales similares al FEC.
“La misión del FEC es contribuir con el estudio de las humanidades, las ciencias sociales (con énfasis en la historia) y la ciencia jurídica, publicando material que a veces no tiene gran impacto comercial, pero resulta clave para que avance el pensamiento nacional. Así aporta al diálogo democrático. El FEC ha editado obras, entre muchos otros, de Macera, Fuenzalida, Mc Evoy, O’Phelan, Zuidema, Portocarrero... No trabaja, por último, para este Congreso, sino que sirve y representa a la institución.
Entre políticos, existe la práctica de pagar favores o el conflicto de intereses. ¿En cuál de ellos crees que ahora está involucrado el FEC? ¿El partido Podemos?
Por una cuestión meramente fortuita, el organigrama del Congreso le otorga la dirección del FEC a la tercera vicepresidencia del Congreso, lo que le da, entre otras prerrogativas, la de nombrar o destituir a su jefe. En este caso, esa responsabilidad ha recaído en la señora María Teresa Cabrera, de Podemos Perú. Argumentando que se trata de un puesto de confianza ha supuesto que puede poner de jefe a quien le parezca, sin dar explicaciones de ningún tipo, incluso nombrando —como es el caso, tratándose de una editorial pública y de tanto prestigio— a una persona que en toda su vida no ha editado un libro. Y en vísperas del Bicentenario.
¿O sea, el FEC, para algunos políticos, es un festín?
No podría conjeturar eso, pero para evitar suspicacias y por un mínimo de decoro y de respeto a la trayectoria del FEC, la señora Cabrera debería justificar su decisión.
A principios de año se quiso limitar la autonomía del FEC, incluso no respetando el organigrama del Congreso. ¿Qué le falta al FEC para que no sea objeto de manoseos políticos?
Lo que se pretendía era alterar ese organigrama, pero la presión pública y el esfuerzo del congresista Palma (entonces tercer vicepresidente, en una actitud, en ese ámbito, bastante distinta a la de la señora Cabrera) lograron la restitución de todas las facultades. Para evitar lo que llamas “manoseo”, se debería hacer entender a los congresistas las verdaderas funciones de la editorial, y erradicar ese concepto de “confianza”, evitando el uso libérrimo de la facultad antes mencionada.
El jefe del FEC debería ser un profesional de trayectoria comprobada que haga carrera y trabaje en proyectos a corto, mediano y largo plazo, con objetivos y metas ponderables. Más meritocracia y menos “dedocracia”. Eso garantizaría la autonomía y la calidad.
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En el presente cambio de jefatura, ¿qué irregularidades hubo en tu destitución, y cuáles en el nombramiento del nuevo jefe, Antonio Jáuregui?
Salvo que mi destitución y el nombramiento del señor Jáuregui debieron hacerse por Acuerdo de Mesa (es decir, con la firma de toda la directiva congresal), no ha habido nada “irregular”, formalmente hablando. Ese es problema. La señora Cabrera y quienes la respalden pueden hacerlo. Distinto es si deben. Por cierto, nunca tuvo siquiera el gesto de comunicarse conmigo para decírmelo.
¿Qué denunciamos primero, el nombramiento de un jefe, como has declarado, que nunca ha editado un libro, o la manera como ha sido nombrado?
Yo opino que los dos hechos son escandalosos, preocupantes y sospechosos. Si por alguna razón —supongamos, la decisión de un cambio radical en la línea editorial— consideraban necesaria mi salida, lo lógico hubiera sido nombrar a otro editor con experiencia comprobada en esa intención. Por eso, insisto, se deben dar explicaciones. Si no, la figura sería análoga a la de Calígula nombrando senador a Incitatus, su caballo: lo hago porque quiero y punto.
Has dicho que la jefatura del FEC debe dejar de ser “de confianza”. ¿No temes que te digan que lo dices después de haberlo ocupado?
¿Sabes qué?, nunca imaginé que, en estos tiempos, podía darse algo así. Suponía que esas prácticas eran cosa del pasado, que nos dejarían trabajar con autonomía, dedicados y comprometidos solo con la cultura del país. Y, como muchos, esperaba este Congreso con moderada ilusión. A mí me nombraron, entiendo, porque tengo más de 20 años trabajando en publicaciones. Se hizo una búsqueda entre destacados profesionales, y después de varias reuniones y filtros conocí recién al congresista Palma.
Su confianza se basó en lo que su equipo había investigado de mi perfil. Teníamos un plan de publicaciones fantástico que pasaba por todos los bicentenarios: el de la Independencia, por supuesto, pero también el del mismo Congreso, el 2022, y así, hasta llegar a los 200 años de la batalla de Ayacucho. Los trabajadores del Fondo, por quienes siento un cariño y un respeto profundos —y sospecho que mutuos—, sabrán seguir en la brega. Pese a su jefe.